Crítica:MARCEL MARCEAU | TEATRO

La vieja pantomima

Una gran gloria mundial, un maestro anciano. Aunque no tanto como dice el programa de mano, que asegura que debutó en el teatro en 1914: tendría ahora mas de cien años. En realidad, nació en 1923 y comenzó a trabajar en el teatro -después de años de aprendizaje- en la compañía de Barrault. Y fue una de las extraordinarias figuras de la resurrección artística de Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Sale hoy en el Apolo de Madrid como en aquellos tiempos, con su traje blanco ajustado y la camiseta marinera de rayas azules y blancas. A veces, con el sombrero tocado por un clavel rojo: cuando i...

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Una gran gloria mundial, un maestro anciano. Aunque no tanto como dice el programa de mano, que asegura que debutó en el teatro en 1914: tendría ahora mas de cien años. En realidad, nació en 1923 y comenzó a trabajar en el teatro -después de años de aprendizaje- en la compañía de Barrault. Y fue una de las extraordinarias figuras de la resurrección artística de Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Sale hoy en el Apolo de Madrid como en aquellos tiempos, con su traje blanco ajustado y la camiseta marinera de rayas azules y blancas. A veces, con el sombrero tocado por un clavel rojo: cuando interpreta el personaje de Bip, creado al amparo del Pip de Dickens y de la figura de Charlot, bajo cuya sombra continúa.

Lo mejor de Marcel Marceau

Marceau con Gyönyi Biro y Alkexander Leander. Luces de Jacques Delió. Teatro Nuevo Apolo. Madrid.

Aquel innovador ya es, por lo tanto, un clásico. En este espectáculo hay una intención de antología, en la que se repiten algunas de las mejores pantomimas de su carrera. Yo las he visto muchas veces, desde aquellos momentos de París, y me admira la capacidad de conservación que tiene, no ya del espectáculo sino de los músculos y contramúsculos, del movimiento y su inversión, que van mas allá de su edad, que a veces se trasluce debajo de la máscara pintada.

Para mucha gente, en España, es desconocido, o casi: visto en alguna película, en la televisión. Los espectadores le reciben con regocijo en el que hay también una especie de reconocimiento a ellos mismos: a su capacidad de averiguar a qué acción y personaje corresponde cada gesto, y el principio, nudo y desenlace de cada pantomima. A pesar de que es una interpretación muy francesa: el gesto, el movimiento, la anécdota corresponden a un mundo parisiense de cincuenta años atrás. En los aplausos, en los gritos de 'bravo' y los silbidos de admiración hay mucho de satisfacción personal por el espectáculo, pero también una gran dosis de emoción ante un personaje de la cultura mundial.

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