Crónica:FERIA DE ABRIL | LA LIDIA

No tienen perdón

El primero de la tarde tardó en orientarse unas décimas de segundo: ésta es la Maestranza, ése es Zotoluco, natural de México, y me lo voy a comer con patatas ahora mismo. Dicho y hecho. Al tercer muletazo le soltó un hachazo, le robó el capote y no se llevó el cuello por delante de milagro. Saltarín se llamaba el muchacho, de 619 kilos de peso, alto de agujas, ancho de sienes y largo como un tren. Una vez orientado, fue directo al bulto en cada oleada. Manseó en el caballo y esperó al torero mexicano con la chulería del malo de la película. Violento, bronco y de aviesas intenciones, se...

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El primero de la tarde tardó en orientarse unas décimas de segundo: ésta es la Maestranza, ése es Zotoluco, natural de México, y me lo voy a comer con patatas ahora mismo. Dicho y hecho. Al tercer muletazo le soltó un hachazo, le robó el capote y no se llevó el cuello por delante de milagro. Saltarín se llamaba el muchacho, de 619 kilos de peso, alto de agujas, ancho de sienes y largo como un tren. Una vez orientado, fue directo al bulto en cada oleada. Manseó en el caballo y esperó al torero mexicano con la chulería del malo de la película. Violento, bronco y de aviesas intenciones, se dispuso a que Zotoluco sufriera un calvario. Y lo consiguió. Sin motivo que lo justificara, el torero toma la muleta con la mano izquierda y el toro se ríe en sus barbas: pero ¿qué hace este muchacho? No había que ser mexicano para entender que las condiciones del toro exigían otro tipo de toreo. Y trató de torearlo por la cara, sin convicción y escasos recursos. Llega la hora de matar: el toro, con la cabeza por las nubes; Zotoluco, más bien bajito. Y el toro, directo al pecho, y Zotoluco, pies para qué os quiero. Un número. Mejor dicho, un calvario. Con mucho esfuerzo acabó con la alimaña, y Zotoluco tomó todo el aire que había en la plaza.

Miura / Zotoluco, Higares, Padilla

Toros de Hijos de Eduardo Miura -dos fueron rechazados en el reconocimiento-, bien presentados; 1º, manso y muy peligroso; los demás, mansos, descastados y manejables. 6º, devuelto por inválido. Sobrero, de Félix Hernández, manso y aplomado. Zotoluco: pinchazo, pinchazo hondo y seis descabellos (silencio); cinco pinchazos -aviso-, y nueve descabellos (silencio); Óscar Higares: casi entera baja (silencio); estocada caida (pitos). Juan José Padilla: bajonazo (ovación); metisaca, un pichazo y tres descabellos (silencio). Plaza de la Maestranza. 21 de abril. 19ª corrida de abono y última de feria. Casi lleno.

Fue el garbanzo negro. Pero muy negro. Los demás se orientaron porque ésa es la marca de la casa, pero no tenían las malas intenciones de su hermano. Ni mucho menos. Los demás, mansos y descastados, embistieron con más o menos largura y se dejaron torear. Especialmente, el tercero, que cayó en manos de Padilla.

¿Por qué no hubo toreo, entonces?

El torero que se anuncia con los miuras tiene ganado el respeto. Se le suponen el valor y la técnica. Pero, después, hay que demostrarlo, hombre de Dios.

Pues los toreros no demostraron nada. No se sabe si asustados por la actuación del primero, si precavidos por la divisa o, sencillamente, porque no dan más de sí.

El propio Zotoluco se encontró con el cuarto, un toro soso, como todos, que iba y venía sin ánimo de comerse a nadie. Pero el torero se colocaba mal, con la muleta retrasada, vaciando la embestida hacia fuera, con todas las ventajas para el torero y todo el aburrimiento del mundo para el público. Y así es imposible torear como Dios manda. Venía Zotoluco a Sevilla con fama de jabato, pero, por lo visto ayer, no parace más que un diestro con escasos recursos que maneja los engaños con vulgaridad, a la defensiva, y sin ánimo. Además, dio un mítin a la hora de matar. No tiene perdón.

Tampoco lo tiene su compañero Óscar Higares, que pasó por Sevilla como alma en pena con un lote poco propicio para un estilista, pero a modo para un torero dispuesto, valeroso y con poderío. Su primero era andarín y soso, pero la faena fue larga, tediosa, y en cada pase se limitaba a aprovechar el viaje del toro, sin mando, sin orden ni concierto. ¿Fueron cuarenta pases? Quizá, pero ni uno bueno. Ni siquiera se embraguetó en las verónicas de salida, en las que echó fuera la embestida.La escena se repitió en el cuarto. Toreo por arriba, tirones, pases enganchados. Nada de nada. ¿No habría que exigirle algo más a quien viene a jugárselo todo a una carta? No tiene perdón.

Todo el mundo sabe cómo es el toreo de Juan José Padilla. No es un ortodoxo, ni un artista, pero, al menos, pone voluntad, lo que no siempre vale. A su primero le dio mucho gritos, y no quedó claro si lo hacía para asustar al toro o espantar sus propias dudas. Tampoco toreó: sin convicción, la muleta retrasada, muy despegado, fuera de cacho, sin cruzarse. Un espanto. Quedó más justificado en el sobrero, de Félix Hernández, un marmolillo regordío y manso, que se paró al segundo envite y se negó a embestir.

A pesar de su voluntad, la del torero, tampoco tiene perdón. En esta ocasión, los toros de Miura no fueron los culpables.

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