Crítica:TEATRO

Un juego

Cada vez que veo esta obra me interesa menos: se va alejando de su concepto original, aunque le queden bases fundamentales de la tragedia y del juego de realidades y ficciones. José Tamayo, que la ha llevado a la escena dos veces antes que ésta, insiste en que no es una reposición, sino una creación que él ve aplicada a estos días de 'tan fácil comunicación tecnológica y tan insolidaria comunicación humana'. Tengo escasa facilidad para comprender esta aplicación y esta modernidad a lo que fue una gran tragedia de realidad y ficción, de juego de representación y realidad de la locura, de insegu...

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Cada vez que veo esta obra me interesa menos: se va alejando de su concepto original, aunque le queden bases fundamentales de la tragedia y del juego de realidades y ficciones. José Tamayo, que la ha llevado a la escena dos veces antes que ésta, insiste en que no es una reposición, sino una creación que él ve aplicada a estos días de 'tan fácil comunicación tecnológica y tan insolidaria comunicación humana'. Tengo escasa facilidad para comprender esta aplicación y esta modernidad a lo que fue una gran tragedia de realidad y ficción, de juego de representación y realidad de la locura, de inseguridad en la personalidad del héroe, que es el bueno, y tanta maldad y trampa en quienes no saben si está loco o no.

Enrique IV

De Pirandello (1922), versión de Enrique Llovet. Intérpretes: José Sancho, Marisa de Leza, Bárbara Lucha, etcétera. Dirección: José Tamayo. Teatro Bellas Artes.

En ese aspecto sigue siendo una obra maestra, quizá estropeada por las diferencias del sentido de la personalidad entre lo que se barruntaba hace 80 años y lo que se medio cree en nuestros días. El médico, que es un personaje colocado para dar explicaciones acerca de la locura y la realidad y de cómo se podría sanar el enfermo supuesto, tiene opiniones disparatadas e incluso cómicas, a menos que uno se ponga en la época y de ninguna manera acepte que pueda ser algo actual. Queda una bella tesis servible: el comportamiento humano es inconsistente, entre lo fingido y lo real hay pasos imperceptibles, la integración de las personas en un solo ser es difícil, y su comportamiento íntegro con la sociedad siempre será dudoso. Pensamientos de principios de siglo, con una excelente teatralización de Pirandello, sin abandonar su tema de siempre de ficción y realidad, de representación interior. Tamayo conserva el valor de la obra, tantas veces representada en España -yo la recuerdo hecha por Rambal en el teatro Fontalba, pero no tengo manera de comprobar si fue realmente así-, y ha hecho bien en elegir a José Sancho: es capaz de sostener las situaciones encontradas y las difíciles relaciones con los demás. En el cuidado escenario, con decorados y trajes donde el oro y el negro juegan sus valores y sus personalidades, mantiene muy bien su antiguo valor teatral y el público parece percibirlo y agradecerlo.

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