Crítica:50º FESTIVAL DE SANTANDER

Dos expresiones humanísticas

Terminó el ciclo de conciertos en el claustro de la catedral con un programa interesantísimo de Jordi Savall en su condición primera y excepcional de violista da gamba. Revivió con palpitación capaz de superar el puente de los siglos, la expresión humana del gran instrumento histórico (un londinense de 1697 en el caso de Savall) a través de Juan Sebastián Bach, sus contemporáneos y sus precursores: Tobías Hume, Ferrabosco y Marín Marais. En los conceptos y en la misma sensibilidad afectiva de Savall, estos pentagramas lejanos cobran fuerza de actualidad en un público tan amplio como ent...

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Terminó el ciclo de conciertos en el claustro de la catedral con un programa interesantísimo de Jordi Savall en su condición primera y excepcional de violista da gamba. Revivió con palpitación capaz de superar el puente de los siglos, la expresión humana del gran instrumento histórico (un londinense de 1697 en el caso de Savall) a través de Juan Sebastián Bach, sus contemporáneos y sus precursores: Tobías Hume, Ferrabosco y Marín Marais. En los conceptos y en la misma sensibilidad afectiva de Savall, estos pentagramas lejanos cobran fuerza de actualidad en un público tan amplio como entusiasta que ha hecho del artista catalán un verdadero mito transmisor de hondísimas bellezas y ejecutor de técnica perfecta. Éxito clamoroso.

También llegó a su fin el ciclo en los marcos históricos que ha hecho del festival santanderino el gran festival de Cantabria. Veintidós ciudades, villas y lugares monumentales han acogido música de todo tiempo desde el gregoriano a la contemporaneidad.

En el amplio templo de La Asunción, de Torrelavega, sonó con grandeza y amplia resonancia artística y social el concierto celebrativo del 25º aniversario de la Coral Salvé de Laredo con la que su director-fundador prolonga la larga tradición coral de Cantabria. En unión de la Orquesta Sinfónica de Transilvania y bajo la dirección del joven maestro asturiano José Gómez, cuyo nombre circula ya en Europa y América, los coralistas, solistas e instrumentistas hicieron versiones fuera de serie. Lo era escuchar, excelentemente tocada, la obra Molinos isleños, de Arturo Dúo Vital, muestra de un sinfonismo de alto porte y sabia factura, representativo del que fuera discípulo en París de Paul Dukas junto a Joaquín Rodrigo.

Tras la transparente Misa de santa Cecilia, de Gounod, aplaudimos El diluvio, de Saint-Saëns, estrenado en París hace 125 años. Es una suerte de representación sagrada o narración bíblica tan hermosa como magistralmente escrita que constituyó todo un acontecimiento. No fue menor admirar a la coral laredana en un repertorio exigente y difícil cantado con la misma calidad e igual frescor que despliega en nuestra música popular. Arte vivo conducido con firme criterio y seguridad de gesto por José Gómez, nombre a tener muy en cuenta con vistas al futuro.

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