Crítica:ESPECTÁCULOS

Monos de Tim Burton

En 1968, el a menudo sorprendente Franklin Schaffner llevó a la pantalla una desasosegante novela de Pierre Boule que, en la lógica de una de las grandes tradiciones narrativo-filosóficas occidentales, la del utopismo negativo, imaginaba las peripecias del astronauta Charlton Heston que, catapultado hacia el futuro, descubría en un lejano planeta un mundo regido por simios y en el que los sapiens quedaban relegados a la categoría de infrahumanos -infrasimios, como es lógico.

Que más de treinta años después el hábil, talentoso y a menudo genial Tim Burton vuelva sobre los mismos p...

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En 1968, el a menudo sorprendente Franklin Schaffner llevó a la pantalla una desasosegante novela de Pierre Boule que, en la lógica de una de las grandes tradiciones narrativo-filosóficas occidentales, la del utopismo negativo, imaginaba las peripecias del astronauta Charlton Heston que, catapultado hacia el futuro, descubría en un lejano planeta un mundo regido por simios y en el que los sapiens quedaban relegados a la categoría de infrahumanos -infrasimios, como es lógico.

Que más de treinta años después el hábil, talentoso y a menudo genial Tim Burton vuelva sobre los mismos pasos es sinónimo, en primer lugar, de la vigencia de uno de los clásicos mayores del género en todos los tiempos. Y también, por qué no, de la necesidad de reflexionar, en épocas de genética de vanguardia, transformaciones naturales impensadas y familias biológicas inéditas, sobre cuál es la verdadera dimensión del término homo sapiens en este momento de nuestro, es de esperar, ininterrumpido desarrollo.

Los resultados, empero, son discretos, aunque no desdeñables. Ante todo, lo que sorprende, y no para bien, es el deseo de Burton de distinguir a cualquier precio su filme, por otra parte un encargo que el director de Sleepy Hollow aceptó sin excesivos problemas, de su ilustre progenitor. Así, además de algún cameo con gracia, como el del propio Heston como viejo simio reaccionario y al borde de la muerte, Burton parece sólo interesado en hacer lo contrario que Schaffner: restar poder sexual a su protagonista; diluir los contenidos, para entendernos, filosóficos en medio de una barahúnda de efectos especiales -buenos, por cierto-; ordenar, en fin, las acciones como sea para conducir la trama hacia un final tan sorpresivo como contundente.

Por lo demás, y más allá del cliché que querría que la película responda al tono gótico habitual en nuestro hombre -una estética que no veo por ningún lado-, lo cierto es que El planeta de los simios participa del general aire acomodaticio que el género viene presentando en los últimos años. Que se ve sin grandes problemas, es decir, como un caro chicle visual hecho con astucia y competencia, está fuera de toda duda, y que tiene algunos hallazgos made in Burton -esos monos omnipotentes, las escenas de batalla llenas de pequeños detalles- que hacen que nuestro hombre seguramente pueda seguir afeitándose cada mañana sin sentirse desmerecedor de la cara, artística, se entiende, que le devuelve el espejo. Pero de ahí a la hondura fundacional del filme de Schaffner media, sencillamente, un abismo.