Muere La Bella Dorita, la última estrella del cabaret barcelonés

La artista, fallecida a los 100 años, renovó la revista en los años veinte

El Paralelo barcelonés pierde poco a poco los mitos que hicieron de la calle el centro de la revista musical en España. María Yáñez, La Bella Dorita, falleció ayer, cuatro meses después de cumplir los 100 años. La Bella Dorita, que se ganó el título de la última reina del Paralelo, será enterrada hoy, a la una de la tarde, en el cementerio de Collserola. Menuda y con la viva mirada que siempre la caracterizó, María Yáñez recibió el pasado febrero un homenaje por su centenario. Sus muñecas eran el testimonio de un siglo de artista: una pulsera de oro por cada año cumplido. Entonce...

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El Paralelo barcelonés pierde poco a poco los mitos que hicieron de la calle el centro de la revista musical en España. María Yáñez, La Bella Dorita, falleció ayer, cuatro meses después de cumplir los 100 años. La Bella Dorita, que se ganó el título de la última reina del Paralelo, será enterrada hoy, a la una de la tarde, en el cementerio de Collserola. Menuda y con la viva mirada que siempre la caracterizó, María Yáñez recibió el pasado febrero un homenaje por su centenario. Sus muñecas eran el testimonio de un siglo de artista: una pulsera de oro por cada año cumplido. Entonces tomó langosta y una docena de ostras y confesó no haberse enamorado nunca.

María Yáñez nació en Cuevas de Almanzora (Almería), pero emigró a los 13 años a Barcelona con toda su familia, buscando una vida mejor. A los 15 años huyó y se casó con un hombre que había conocido 19 días antes en un baile. El matrimonio duró poco y de él sólo quedó un hijo. María Yáñez trabajaba entonces en una fábrica de bordados y fue allí donde una compañera le propuso hacer de tanguista en un cabaret del Paralelo. Dos años después, en su primera actuación como vedette, se le cayó el salto de cama y quedó completamente desnuda en el escenario. Comenzaba así la leyenda de una mujer que se transformó en estrella y símbolo de una época.

Ella misma reconocía su arte en la picardía y el doble sentido. Sus diálogos con el público y las letras de sus cuplés supusieron una revolución. Nunca le faltaron en su camerino ni las flores ni las joyas. Su nombre brilló con grandes luces durante años como la única figura de El Molino. Se retiró en la década de los sesenta, con Historias del Paralelo, y el olvido de los que fueron sus admiradores la apartó de la vida pública.

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