LA LIDIA | FERIA DE ABRIL

Y cayó el diluvio

La corrida transcurría "ni bien ni mal..., una de tantas", que decía el poeta Rafael Duyos, cuando cayó el diluvio.

El diluvio universal, según testigos presenciales. Quizá no fuera tanto y tampoco conviene exagerar: en peores garitas hemos hecho guardia. Pero sí es cierto que la lluvia con rabia, con mala leche; o sea, a dar.

A los de la grada no les caía nada, porque están en lo enjuto.No se crea que se trataba de un privilegio sino, por el contrario, de la justicia distributiva. Entiéndase: la grada de la Maestranza es un suplicio. En la grada de la Maestranza meten cuatro don...

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La corrida transcurría "ni bien ni mal..., una de tantas", que decía el poeta Rafael Duyos, cuando cayó el diluvio.

El diluvio universal, según testigos presenciales. Quizá no fuera tanto y tampoco conviene exagerar: en peores garitas hemos hecho guardia. Pero sí es cierto que la lluvia con rabia, con mala leche; o sea, a dar.

A los de la grada no les caía nada, porque están en lo enjuto.No se crea que se trataba de un privilegio sino, por el contrario, de la justicia distributiva. Entiéndase: la grada de la Maestranza es un suplicio. En la grada de la Maestranza meten cuatro donde caben dos, el pasillo lo tienen convertido en localidad, el público está amontonado, muchos ni siquiera encuentran el sitio y han de permanecer de pie, con lo que no dejan ver a los de atrás. Y eso si entran pues el acceso es tan angosto que sólo permite pasar de uno en uno; y si comió, de lado... En el remoto supuesto de que el órgano administrativo competente pasara una inspección como es debido a la grada de la Maestranza, a alguien se le iba a caer el pelo.

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Luego es justo, equitativo y saludable que si llueve los de allí no se mojen y puedan ver la corrida tan serranos; sin calarse hasta los huesos y coger una pulmonía. Que es, exactamente lo que les pudo suceder a los espectadores del tendido. Son muchos los aficionados y las personas advertidas que, por esta razón, prefieren las incomodidades de la grada, a cambio de estar a salvo de los cataclismos meteorológicos. Quizá ese fue el motivo de que acudiera allí el presidente autonómico José Bono y se sentara en la quinta fila, de puro incógnito.

Lidiábase el cuarto toro cuando cayeron unas gotas (nada del otro jueves) y el tendido entero pegó un respingo; la gente, sobresaltada, cubriéndose precipitadamente con lo que encontraba a mano, rumor del afanoso desplegar de chubasqueros, paraguas abiertos, gran alboroto... Parecía el bombardeo de Guernica. Y por el quinto el panorama ya tomó distinto cariz: lluvia torrencial empapando cuanto pillaba, embarrando el albero, diluyéndolo bajo el agua...

Y, mientras, Enrique Ponce pegando derechazos o sus conocidos ayudados. El hombre no paraba ni por caridad. Nadie puede negar el mérito que tiene un torero empapado toreando sobre el barrizal. Sin embargo la faena iba tan avanzada y llevaba en su haber tantos pases, que prolongarla carecía de sentido.

Ponce había estado insustancial y aburrido con el segundo toro, y en cambio a ese quinto de encastada embestida y noble comportamiento le encontró el sitio; principalmente al doblarse por bajo y rematar con un cambio de mano que coreó el público maestrante. Se trataba del primer olé auténtico que oía Enrique Ponce en la tarde y eso le animó para dar tandas de derechazos y naturales de voluntariosa factura aunque fuera cacho y abusando del pico. Acabó cuajando los ayudados mencionados, que son su especialidad, y apenas le hicieron caso pues la gente estaba a guarecerse de la lluvia.

Tanta caía, sin que se le viera el fin, que la suspensión se dio por descontada, habida cuenta de que días atrás una corrida estuvo parada media hora sólo porque chispeaba. Pero qué va: ante la general sorpresa, el presidente sacó el pañuelo y salió el sexto toro.

Se ve que El Juli estaba empeñado en abrir la puerta del Príncipe y esa habría de ser la ocasión. Ahora bien, no la abrió, pese a que impresionaba su valentía entrando a quites, banderilleando peligrosamente, arrimándose en los muletazos con los pies hundidos en el barro. Mató regular y se le premió con una oreja que no sumaba lo suficiente para que lo sacaran en triunfo por la mítica puerta de la Maestranza.

En su toro anterior estuvo El Juli igual de pundonoroso, hizo el poste en las gaoneras al estilo de Tomás, reunió banderillas asomándose vertiginosamente al balcón, realizó una faena de escaso arte compensada con el entusiasmo y la valentía y se ganó otra oreja.

Director de lidia iba Espartaco, a quien correspondió el lote de menos recorrido y, por tanto, más limitado lucimiento, al que aplicó sendas faenas de mediocre composición.

Para entonces, en efecto, la corrida transcurría ni bien ni mal: una de tantas. Los alardes del joven El Juli, tanto como las ventajillas que se tomaban los veteranos Espartaco y Ponce, y la poquedad de los toros, eran los esperados. Hasta que llegó el diluvio y purificó la fiesta. O la lavó la cara; depende de cómo se mire.

Una revolera de El Juli al sexto toro, bajo la lluvia torrencial.ALEJANDRO RUESGA

Parladé / Espartaco, Ponce, Juli

Toros de Parladé (4º, sobrero, en sustitución de uno que se rompìó un cuerno), terciados, justitos de presencia, manejables en general. Espartaco: estocada corta (silencio); pinchazo, estocada corta y rueda de peones (palmas). Enrique Ponce: cuatro pinchazos, estocada corta tendida trasera, rueda de peones -aviso- y se echa el toro (silencio); pinchazo y estocada corta (palmas). El Juli:estocada ladeada saliendo trompicado (oreja); metisaca bajo y estocada corta trasera (oreja). Durante los dos últimos toros llovió torrencialmente. Plaza de la Maestranza, 3 de mayo. 14ª corrida de feria. Lleno.

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