Alboroto a porta gayola

El alboroto que armó Rivera Ordóñez a porta gayola fue el más estruendoso de cuantos llevamos en la feria. Un alboroto -entiéndase- de aplausos, de vítores, de notas musicales lanzadas al éter para alcanzar las estrellas.

Se puso de rodillas Rivera Ordóñez a porta gayola para recibir al segundo toro y al tirar la larga un asta le arrebató el capote. Y allí fue ella pues Rivera Ordóñez, recrecido en su orgullo, lo tomó de nuevo, se echó de rodillas, tiró dos largas cambiadas más y, de pie, ciñó verónicas templando y aguantando la embestida, que venía fogosa intentando arrasar cuanto se l...

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El alboroto que armó Rivera Ordóñez a porta gayola fue el más estruendoso de cuantos llevamos en la feria. Un alboroto -entiéndase- de aplausos, de vítores, de notas musicales lanzadas al éter para alcanzar las estrellas.

Se puso de rodillas Rivera Ordóñez a porta gayola para recibir al segundo toro y al tirar la larga un asta le arrebató el capote. Y allí fue ella pues Rivera Ordóñez, recrecido en su orgullo, lo tomó de nuevo, se echó de rodillas, tiró dos largas cambiadas más y, de pie, ciñó verónicas templando y aguantando la embestida, que venía fogosa intentando arrasar cuanto se le pusiera por delante.

La reacción del público ya puede imaginarse: de pie porque los nervios no dejaban tomar asiento, rompiéndose las manos de aplaudir. Algunos hasta se abrazaban. Y confundido con las ovaciones llegaba el tachín-tachín de la banda del maestro Tejera complemento esencial en Sevilla para rubricar el triunfo de un torero. Si no lo celebra con sus brillantes compases la banda del maestro Tejera, el toreo no vale y no hay triunfo ni ná.

Un duque a porta gayola, se pudo titular el acontecimiento, porque Francisco Rivera Ordóñez es duque consorte, lo sabe todo el mundo. Sólo que en la comunidad taurómaca eso no cuenta para nada. En la comunidad que venera el rito taurómaco, un plebeyo puede ser elevado a la categoría de príncipe o un rebeco descreído a la de papa, pero a un aristócrata de cuna lo mandan sin contemplaciones a por tabaco si no sabe estar delante del toro y a un cura le pueden ir dando si se mete a coletudo y no vale para parar, templar y mandar.

Hay gente, sin embargo, que confunde estos conceptos (o sea, la velocidad con el tocino) y se presenta en los graderíos queriendo imponer la ley de la popularidad que fijan cada semana las revistas del corazón. De manera que la plaza estaba llena ayer (como tantas otras cualquier día) de los que iban a ver y aclamar al presunto ligón y al duque, simplemente porque conocen sus andanzas, sus saraos, sus relaciones sentimentales; lo cual, al parecer, da honor y prez.

Claro que una cosa es la popularidad, otra la torería, y si de aquella nadie duda, en ésta los referidos diestros anduvieron bien justitos e hicieron lo que pudieron.

El tercer espada era Morante de la Puebla que tiempo atrás firmó en el mismo albero de la Maestranza faenas de reconocida enjundia, y la afición -siempre optimista- guardaba esperanzas de que las repitiera. Pero no hubo manera. Morante de la Puebla parece atravesar un agudo bache artístico, y si bien el hombre se esfuerza, el corazón no le responde lo suficiente para ejecutar el toreo puro, que es el de parar, templar y mandar... cargando la suerte.

Realizó Morante dos faenas larguísimas, en general desaseadas, salvo algunos detalles de ortodoxas formas; no muchos, la verdad. Y en los esporádicos pasajes en que logró alguna tanda de muletazos seguidos -inmediatamente jaleados- casi siempre por la derecha, los instrumentaba fuera de cacho y largando pico. En la que le montó al sexto toro, un bravucón venido a menos, se excedió pegando derechazos, se echó la muleta a la izquierda cuando el toro ya tenía perdido el celo y buscaba tablas, oyó un aviso...

Mejor toreo realizaron los populares, las cosas como son. Jesulín logró redondos mandones de estupenda factura en el transcurso de sendas faenas que carecieron de inspiración. Y Rivera, muy pundonoroso frente al Gavira manso, de media arrancada e incierto que hizo quinto, se mostró inhábil y desbordado por la casta del Martelilla que hizo segundo.

Que fue -ese segundo- el de la apoteosis a porta gayola, con su alboroto, sin precedentes en toda la feria. Juraría uno, aunque sin pruebas. Hay que evolucionar. E ir a los toros con medidor de decibelios. Y con contabble para que saque la cuenta de los derechazos que se ven cada tarde. Lo menos mil.

González / Jesulín, Rivera, Morante

Tres toros -1º, 5º y 6º- de Gavira, discretos de presencia, mansos, el último bravucón. Resto de Martelilla, terciados, regordíos, mansos. De estos dos hierros, varios se rechazaron en el reconocimiento previo. Los anunciados de Manolo González se rechazaron en el reconocimiento por falta de trapío y no se lidiaron. Jesulín de Ubrique: media estocada, rueda de peones y descabello (silencio) estocada corta, rueda de peones y descabello (ovación y saludos). Rivera Ordóñez: pinchazo bajo, otro hondo ladeado, dos descabellos, media estocada y dos descabellos más; se le perdonó un aviso (aplausos); estocada atravesada y descabello (palmas y saludos). Morante de la Puebla: dos pinchazos bajos -aviso con retraso- y estocada ladeada (silencio); aviso con dos minutos de retraso antes de matar y estocada baja perdiendo la muleta (palmas). Plaza de la Maestranza, 1 de mayo. 12ª corrida de feria. Lleno.

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