Crítica:MONUMENTAL MÉXICO | LA LIDIA

Toros y toreros serios

Esta tarde hubo toros serios para toreros serios y la peligrosidad del encierro no fue impedimento para que los cuatro alternantes se la jugaran dando muestras de pundonor y sapiencia.

Manuel Caballero, con señorío, veroniqueó al tercero y en su quite por chicuelinas se apretó. Disfrutó de su soberbias tandas de naturales y en un redondo resultó prendido por la entrepierna y en la voltereta recibió un rayón en el glúteo izquierdo. Al mulo séptimo, pitado en el arrastre, con la flámula a media altura, le sacó algunos pases pero no los pudo hilvanar.

Haciendo gala de un gran oficio...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Esta tarde hubo toros serios para toreros serios y la peligrosidad del encierro no fue impedimento para que los cuatro alternantes se la jugaran dando muestras de pundonor y sapiencia.

Manuel Caballero, con señorío, veroniqueó al tercero y en su quite por chicuelinas se apretó. Disfrutó de su soberbias tandas de naturales y en un redondo resultó prendido por la entrepierna y en la voltereta recibió un rayón en el glúteo izquierdo. Al mulo séptimo, pitado en el arrastre, con la flámula a media altura, le sacó algunos pases pero no los pudo hilvanar.

Haciendo gala de un gran oficio y de sus dotes de lidiador, Mariano Ramos hizo que le embistieran los dos inválidos que le correspondieron. Sin cansar al adversario, lo lidió con reposo e inteligencia. Al quinto le estructuró una artística labor. Sus series de templados naturales y redondos fueron una muestra del arte de su poderosa muleta.

Gómez / Ramos, Ortega, Caballero, Mora

Toros de Teófilo Gómez: serios; 1º y 5º inválidos; descastados, descompuestos y peligrosos. Mariano Ramos: aviso, ovación y salida al tercio en los dos. Rafael Ortega: vuelta; ovación y salida al tercio. Manuel Cabellero: oreja; aviso y silencio. Eugenio de Mora: aplausos; aviso y silencio. Monumental Plaza México, 21 de enero, media entrada.

Al fiero segundo Rafael Ortega lo recibió de hinojos con una larga cambiada y luego, de pie, se ajustó en tersos lances. En el vibrante segundo tercio, cuadrando los palitroques al asomarse al balcón, los colocó en todo lo alto. En el último escalofriante par el burel le alcanzó poniéndole el pitón en el pecho, le lanzó al aire y al caer le hirió. Aguantándole efectuó una templada y mandona faena. Culminó su valiente actuación matando al encuentro, y aunque la afición demandó el trofeo, el juez de plaza, Salvador Ochoa, inexplicablemente no lo otorgó. En su capoteo al pujante sexto no se acopló, pero volvió a demostrar sus grandes dotes de rehiletero.

A Eugenio de Mora le tocó el lote más complicado. Con el soso y áspero cuarto batalleó para ligar sus pases. El que cerró plaza fue una bestia pegajosa que se salía de la suerte y el toledano sólo logró sacarle algunos pases aislados.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En