Crítica:'VER PARA CREER'

Rutina de lo insólito

Como el monstruo de Frankenstein, construido a base de trozos de otros seres humanos, el nuevo programa que ha estrenado Antena 3 para la noche de los miércoles, Ver para creer, es deudor de variadas experiencias anteriores. La más evidente es la que lo relaciona con Vídeos de primera y demás propuestas centradas en la oferta audiovisual de los espectadores, preferentemente en su onda más chusca. Pero también se detectan huellas de viejos programas consagrados a lo insólito o a la superación de las adversidades tan propia de los seres humanos. Aquí de lo que se trata es de fabri...

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Como el monstruo de Frankenstein, construido a base de trozos de otros seres humanos, el nuevo programa que ha estrenado Antena 3 para la noche de los miércoles, Ver para creer, es deudor de variadas experiencias anteriores. La más evidente es la que lo relaciona con Vídeos de primera y demás propuestas centradas en la oferta audiovisual de los espectadores, preferentemente en su onda más chusca. Pero también se detectan huellas de viejos programas consagrados a lo insólito o a la superación de las adversidades tan propia de los seres humanos. Aquí de lo que se trata es de fabricar un cóctel de rarezas que alternen lo cómico, lo erótico, lo inusual, lo sorprendente y lo grotesco. Las grandes catástrofes quedan fuera de los objetivos de este programa, pues ya están suficientemente recogidas en otro espacio estrella de la misma cadena, Impacto TV.Con estos mimbres, Inés Ballester y Liborio García intentan entretener al personal durante más de una hora y media, metraje a todas luces excesivo cuando de lo que se trata es de sorprender al aburrido urbanita que ha tenido un día horrible y no le haría ascos a unas cuantas experiencias fuertes. Ahí radica el principal problema de Ver para creer: en la acumulación de rarezas. A la sexta animalada, el cansancio se apodera del espectador,que esperaba emociones contundentes, ya que lo único que se le ofrece son, hablando en plata, chorradas.

¿Se puede definir de otra manera a esos vídeos de parejas fornicando en una playa o en un estadio de fútbol que, más que escandalizar, molestan por la fealdad de los amantes y sus posturas? ¿Suscita algo más que piedad ese pobre crío que nació con el corazón fuera de sitio y que lleva ya veintitantas operaciones? ¿Se puede creer alguien que haya estado alguna vez en un balneario que en el de Mula, Murcia, se practica el sexo que ríase usted del Decamerón? ¿No es verdad que cuando vimos a esos encestadores locos que abrieron el programa lo que esperábamos todos es que se dejaran la dentadura en el tablero de la canasta?

Nada más lejos de mi intención que solicitar a Antena 3 la emisión de snuff movies o de ejecuciones en directo por inyección letal (son las más lentas y permiten, por tanto, inclusión de publicidad en los momentos culminantes de la agonía), pero lo cierto es que los fenómenos chocantes de baja intensidad que componen Ver para creer no contribuyen demasiado a mantenerle a uno despierto en la madrugada.

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