Crítica:

Chapuza de verano

Los creadores de televisión llaman formato a la idea original que sustenta un programa. Un fórmato marca líneas precisas de argumento, estructura y tono. En este sentido, El puente (Tele 5, madrugadas de lunes a jueves), no puede ser definido como formato en la medida en que nace de una evidente improvisación y se apoya en el supuesto talento para improvisar de sus conductores, Tinet Rubira (aferrado a una hucha en la que introduce monedas cada vez que se equivoca, es decir, durante todo el programa) y, sobre todo, Mariano Mariano (de profesión sus chistes) y el ínclito padre Apeles (mu...

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Los creadores de televisión llaman formato a la idea original que sustenta un programa. Un fórmato marca líneas precisas de argumento, estructura y tono. En este sentido, El puente (Tele 5, madrugadas de lunes a jueves), no puede ser definido como formato en la medida en que nace de una evidente improvisación y se apoya en el supuesto talento para improvisar de sus conductores, Tinet Rubira (aferrado a una hucha en la que introduce monedas cada vez que se equivoca, es decir, durante todo el programa) y, sobre todo, Mariano Mariano (de profesión sus chistes) y el ínclito padre Apeles (mutante telegénico entre El exorcista y El pájaro espino).Éstos dos últimos, expuestos impúdicamente como animales del nuevo circo televisivo, mantienen un diálogo que degenera en combate cuartelero salpicado de bromas de mal gusto, insultos y supuestos guiños de falsa complicidad. Mariano apuesta por los chistes groseros, Apeles va de culto quisquilloso (mucho latín y mucho palíndromo, y al final dice que Edith Piaf es "una rubia de las películas de Hollywood"). Manda huevos.

El presentador es incapaz de poner orden a un caos nacido de la carencia total de ideas (la sección de Pistas es un plagio descarado de dos rankings del Mississippi) y del delirio surrealista en la selección de invitados (una mezzosoprano transexual o un taxista quiromántico). En todo este embrollo, tan sólo destacan una sintonía realmente pegadiza, y un decorado original donde el espectador menos observador es capaz de descubrir la cara de muermo del publico del plató.

El puente es un espacio fallido, sin gracia, chapucero -con nocturnidad y alevosía- y plagado de errores de concepto y presentación. Sólo la citada sintonía se salva de un naufragio en el que Mariano, Apeles y Tinet colaboran con harto empeño mientras se quitan la palabra y compiten por lucir la sandez más lacerante.

Este patético ejercicio de modernez mal entendida y espontaneidad colegial es un ejemplo doloroso de una televisión concebida bajo la bandera del todo vale y la precipitación. ¿Qué ha sido de los guiones elaborados, de la ironía certera, de los formatos brillantes, de las entrevistas documentadas? Que Angela Lansbury se presente en la comisaría más cercana para denunciar los crímenes de nuestra televisión: alguien ha matado de un golpe a la imaginación y al buen gusto.