Crítica:

El hortera que llevamos dentro

Cantar, tal vez brincar, y esos minutos de fama que para todos ansiara Andy Warhol en un delirio democrático. Cantar y saltar, aunque sea a la popularidad más efimera. Ésa es la clave de uno de los diabólicos inventos del fin de siglo -milenio- que ha preparado Tele 5 con su particular karaoke, de lunes a viernes (21.10).Esta invención -japonesa, como todas- arrancó hace años como excusa para rematar bodas, bautizos y comuniones, y también como arma perfecta para ridiculizar a los amiguetes capaces de subir a un estrado para destrozar con sus voces de aprendices las bellas melodía...

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Cantar, tal vez brincar, y esos minutos de fama que para todos ansiara Andy Warhol en un delirio democrático. Cantar y saltar, aunque sea a la popularidad más efimera. Ésa es la clave de uno de los diabólicos inventos del fin de siglo -milenio- que ha preparado Tele 5 con su particular karaoke, de lunes a viernes (21.10).Esta invención -japonesa, como todas- arrancó hace años como excusa para rematar bodas, bautizos y comuniones, y también como arma perfecta para ridiculizar a los amiguetes capaces de subir a un estrado para destrozar con sus voces de aprendices las bellas melodías de Julio Iglesias, ya saben.

Días de vino y prosa a la sombra de un disco machacón y otro, y otro... El karaoke pone la música, sobreimpresionando la letra en la pantalla (experiencia desmitificadora donde las haya, pues deja al descubierto la insoportable levedad del ser de muchos números uno), y el concursante-víctima, la voz. Ahora, en la pantalla amiga el karaoke no sólo es música, letra y voz, también son botes y brincos. Es como si saltara un resorte cada vez que alguien se amarra al pilón del micrófono: el arte corriendo por sus venas en una inspiración espontánea.

Víctima de los espasmos de una emoción compartida, el cantante-presentador, Paco Morales, de La Década Prodigiosa, arrambla con las estrellas potenciales que rodean su set errante, de pueblo en pueblo, vigilado por una azafata-jarrón, vestida por un experto en miniaturas. Y es esa emoción la que embiste al locutor, llevándolo a gritar "me cago en..." (léase mecagoen, que queda más natural) en un alarde de comunicología poco apta para analistas escrupulosos. Pero no es la emoción, sino posibles resabios de la cultura machista de la cadena lo que le lleva a "ponerse caballero" como un vendedor de ponche y cederle el puesto ganador a las señoritas de buen ver y peor cantar, o tal vez no sea machismo, sino influencia de ese toque casposo-hortera que todos llevamos dentro y nos hace tararear como posesos lo mejor de Mari Trini, Pablo Abraira, Karina o Lorenzo Santamaría, carne de karaoke.