Bodas de ceniza

Ester y Ramon se casan en Sant Miquel del Fai, una ermita devastada por las llamas

A medida que se aproximaba a Sant Miquel del Fai, Ester se iba entristeciendo. No podía dar crédito a sus ojos. Cuando llegó al monasterio, lloró desconsoladamente. Era el jueves pasado, su boda se celebraba al día siguiente y no quedaba nada de aquel frondoso paisaje que ella había soñado como escenario del día más feliz de su vida. Un paisaje que conocía bien desde niña y amaba profundamente, ya que su familia posee una casa en la localidad de Bigues i Riells. Durante el camino de- vuelta a Barcelona, reflexionó sobre la conveniencia de anular la ceremonia. Desistió. A Ramon, su novio, le pa...

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A medida que se aproximaba a Sant Miquel del Fai, Ester se iba entristeciendo. No podía dar crédito a sus ojos. Cuando llegó al monasterio, lloró desconsoladamente. Era el jueves pasado, su boda se celebraba al día siguiente y no quedaba nada de aquel frondoso paisaje que ella había soñado como escenario del día más feliz de su vida. Un paisaje que conocía bien desde niña y amaba profundamente, ya que su familia posee una casa en la localidad de Bigues i Riells. Durante el camino de- vuelta a Barcelona, reflexionó sobre la conveniencia de anular la ceremonia. Desistió. A Ramon, su novio, le pareció de perlas la decisión de Ester de mantener el día y lugar de la boda. Y ayer unieron sus vidas en la ermita de Sant Miquel del Fai, emplazada en lo que hasta el pasado lunes era un paraje natural de soberbia belleza, en una hondonada con saltos de agua, rodeada de vegetación.Sant Miquel del Fai, a 45 kilómetros al noroeste de Barcelona, se convirtió a primeros de los setenta en una salida obligatoria de las familias que estrenaban utilitario. La motorización de la sociedad catalana pasaba por Sant Miquel del Fai. Al regreso, invariablemente, el coche -casi siempre un seiscientos- lucía la inevitable pegatina identificadora.

"Era muy complicado anularlo todo y además queremos contribuir a que las cosas vuelvan a la normalidad", comentaba ayer el novio, de riguroso traje negro, mientras esperaba la llegada de su prometida. "Claro que nos importaba no poder casarnos", añadía, "pero lo que más nos preocupa es perder el paisaje". Efectivamente, Ester y Ramon pusieron su particular granito de arena para recordar que "tras el desastre, la vida sigue". Los empleados de restaurante de Sant Miquel del Fai¡ también se esforzaron por dejar el entorno limpio. Y lo consiguieron. Tanto, que sólo el olor a humo, todavía persistente, y la vista del bosque calcinado al otro lado de la vaguada le trasladaban uno a la tragedia. Setenta personas entre familiares y amigos, vestidos para la ocasión, acudieron a la invitación de la joven pareja como si nada hubiera ocurrido. Ella, como es tradicional, entró en el templo del brazo de su padre. Él, como marcan las normas, la esperó al pie del altar, aunque esta vez la novia tenía excusa para justificar un retraso de más de una hora.

"Aquí dentro parece que no ha pasado nada", se convencía Ramon. Una hilera de verdes plantas a cada lado de la senda que conduce a la iglesia daba fe de ello. Y flores por doquier. Tras la ceremonia, oficiada por el párroco de Bigues i Riells, uno de los primeros pueblos que sufrió el efecto devastador del fuego el lunes, los recién casados y sus invita dos celebraron el banquete de bodas en el restaurante anexo, siguiendo la tradición de miles de catalanes. Gracias a un grupo electrógeno, Dudo prepararse el menú.

Al final, sólo hubo un fallo. En algunos desniveles del camino, el agua usada para limpiar se había mezclado con la ceniza acumulada y acabó pegándose en la cola blanca del vestido de la novia. El percance no borró la sonrisa de los labios de Ester. Con todo lo que había pasado, unas simples manchas no iban a aguarle su gran día.

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