Reportaje:

José Luis González

El rey del guiñol, en los Campos Elíseos

En el Rond Point de los Campos Elíseos, escondido entre los arbustos y frente a los últimos tres olmos que sobreviven en la zona, José Luis González, un asturiano de 52 años que lleva casi 30 en París, abre tres tardes a la semana (miércoles, sábados y domingos), cuando el tiempo lo permite, el guiñol más antiguo de la capital. La autoridad, el alcalde de París, no sólo lo permite, sino que subvenciona el teatrillo con un millón de pesetas anuales, que, junto a las 200 pesetas que pagan los espectadores, ayuda a mantener esta reliquia decimonónica creada en 1818. González es el rey del lugar....

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En el Rond Point de los Campos Elíseos, escondido entre los arbustos y frente a los últimos tres olmos que sobreviven en la zona, José Luis González, un asturiano de 52 años que lleva casi 30 en París, abre tres tardes a la semana (miércoles, sábados y domingos), cuando el tiempo lo permite, el guiñol más antiguo de la capital. La autoridad, el alcalde de París, no sólo lo permite, sino que subvenciona el teatrillo con un millón de pesetas anuales, que, junto a las 200 pesetas que pagan los espectadores, ayuda a mantener esta reliquia decimonónica creada en 1818. González es el rey del lugar.

José Luis González llegó a París en 1950, no recuerda si con 30 o con 300 pesetas, y, hasta que hace 110 años tomó a su cargo el guiñol, hizo de todo, cambiando varias veces de oficio y de beneficio. Durmió en el metro, trabajó de modelo fotográfico y dio clases de castellano y de historia. Pasó, como todos, Mayo del 68, hizo "teatro de agitación", se integró en el grupo La Carraca y fue ayudante de dirección de Armand Gatti en el montaje La pasión del general Franco. Antes, en España, había participado en la agitada Universidad de 1956 mientras aparentaba estudiar Farmacia para seguir la tradición de un tío suyo. "Era", dice, "un estudiante catastrófico, pero aprobaba tan fácil que aquello no me parecía serio". Después tuvo que hacer la mili en África, donde protagonizó un incidente que acrecentó su reputación de "desafecto al régimen". "Y me vine a París por una cuestión de libertad", explica, aunque no quiere hablar demasiado sobre su vida pasada.Y eso que, como él dice, "yo hablo como un molino". Sobre todo de su trabajo actual, que describe entusiasmado mientras saca de una bolsa la docena de marionetas con las que actúa: el gendarme, el presentador, guiñol o el cocodrilo, "que gusta mucho a los niños". Todas, excepto una, datan del siglo XIX, están construidas en madera de boj y clavan la mirada en los espectadores a través de unos expresivos ojos de cristal. González cita a un autor de teatro alemán que decía que había plagiado tanto que nadie podría reconocerse en su obra. "Eso es lo que yo hago".

"Esto, el guiñol, es un oficio que se inscríbe dentro de la tradición oral, aunque primero se produce el acto y después el pensamiento, la palabra, que no es más que el soporte o el contrapunto del gesto", cuenta. "Primero hay una etapa de creación, pero luego se alcanza un estadio artesanal a partir del cual los muñecos ya van solos", afirma. "Los muñecos hacen cosas solos; bueno, soy yo el que las hace, pero ellos también y se sorprenden porque ya saben a dónde van.

"Son personajes extravagantes que saben lo que tienen que hacer y a partir de ahí la representación adquiere un ritmo muy preciso, siempre el mismo", explica en un discurso que juega constantemente con el desdoblamiento entre el autor y sus personajes. "Esto", concreta, "es teatro de ficción pura. Pero los malos marionetistas, y hay muchos, intentan imitar la realidad". "Los muñecos pueden hacer reír o llorar, pero la máscara es siempre la misma, el personaje sigue ahí", cuenta José Luis González mientras introduce su brazo en una de las marionetas para demostrar en la práctica su concepción del oficio.

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