Crítica:

Los niños martirizados

El Juez decano de primera instancia y el doctor Casado, del hospital del Niño Jesús, hablaban con Arozamena (A fondo, 17 de febrero) sobre los malos tratos a los niños. Al día siguiente (La tarde), Enrique Acosta, director del centro de promoción de la Salud de Carabanchel, conversaba con Ángeles Caso sobre las Jornadas de Malos Tratos a la Infancia (organizadas por el Ayuntamiento de Madrid).Arozamena se apasionaba, se debatía ante las imágenes intercaladas de huesecillos rotos, brazos tumefactos, miradas profundas de los niños heridos; Ángeles Caso seguía con su bella frialdad ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El Juez decano de primera instancia y el doctor Casado, del hospital del Niño Jesús, hablaban con Arozamena (A fondo, 17 de febrero) sobre los malos tratos a los niños. Al día siguiente (La tarde), Enrique Acosta, director del centro de promoción de la Salud de Carabanchel, conversaba con Ángeles Caso sobre las Jornadas de Malos Tratos a la Infancia (organizadas por el Ayuntamiento de Madrid).Arozamena se apasionaba, se debatía ante las imágenes intercaladas de huesecillos rotos, brazos tumefactos, miradas profundas de los niños heridos; Ángeles Caso seguía con su bella frialdad triste la exposición de su interlocutor. Dos estilos y una sola respuesta: no se conocen soluciones. Hay niños que mueren -"¡asesinados!", gritaba Arozamena- sin que la justicia pueda intervenir. Nadie denuncia, nadie se atreve con los energúmenos; a veces, todo se deriva al juicio de faltas. Los niños callan por miedo.

No hay estadísticas, explicaba Acosta. No hay distinción de clases sociales; pobres o ricos golpean a sus hijos. Psicólogos, médicos, jueces, asistentes sociales, policías, se vuelcan sobre el problema: no saben qué hacer. Ahora se aceptan los señalamientos -no se llaman denuncias- anónimos para evitar represalias. Pero los malos tratos no son sólo los golpes o heridas. Hay una violencia estructural sobre el niño que es casi una tradición: la creación del miedo, la instigación a que rinda más de lo que puede, el castigo desmesurado, la privación, la explotación. Muchos mayores que ejercen esta violencia se asombrarían si se les incluyera en la categoría de los torturadores. Y lo son. Probablemente no hay relación lineal entre estos niños mártires y la delincuencia que luego llamaremos juvenil, pero es un vivero.

Por estas dos esquinitas dobladas de una televisión habitualmente tersa y especulativa han aparecido -unos minutos un día, otros al siguiente- los rostros desgraciados de algo que gentes de esta sociedad están haciendo con sus hijos; y de los esfuerzos de muchas personas por encontrar vías de solución o, por lo menos, maneras de atenuar el daño. Pero no se sabe cómo.

Archivado En