Crítica:

Corresponsal en el cielo

Siempre que el Papa viaja vuelan con él dos palomas. Una pertenece a la Cadena de: Ondas Populares Españolas (COPE). Después de cubrir satisfactoriamente 20.000 kilómetros de periplo por la India, Paloma Gómez Borrero ha vuelto a casa, donde tantas buenas nuevas le aguardan a diario. Ha cumplido dos años de servicio como corresponsal en Italia en esta cadena radiofónica la vaticanista, antaño televisiva. Pero Italia es un espacio demasiado vasto, complejo y turbulento, terrenal por añadidura, mientras el Estado vaticano parece construido a una escala acorde con su fervor. Entre sus límites ter...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Siempre que el Papa viaja vuelan con él dos palomas. Una pertenece a la Cadena de: Ondas Populares Españolas (COPE). Después de cubrir satisfactoriamente 20.000 kilómetros de periplo por la India, Paloma Gómez Borrero ha vuelto a casa, donde tantas buenas nuevas le aguardan a diario. Ha cumplido dos años de servicio como corresponsal en Italia en esta cadena radiofónica la vaticanista, antaño televisiva. Pero Italia es un espacio demasiado vasto, complejo y turbulento, terrenal por añadidura, mientras el Estado vaticano parece construido a una escala acorde con su fervor. Entre sus límites territoriales, Paloma Gómez Borrero se mueve con regocijo ferviente como pez en el agua. Por ella poseemos -en las mañanas de los domingos y en otros momentos menos sospechados de la programación- el eco paranormal amasado bajo la bóveda de Miguel Ángel que nos sume en un estado de gracia que podría llegar a ser irreversible.Noticia amorosa y puntual de los ejercicios espirituales con la participación del Santo Padre, de la curia cardenalicia, de la familia pontificia en pleno, o de la marcha de acción de gracias ante el ángelus vaticano de las criadas filipinas que ayudan a hacer menos penosa la vida a las amas de casa romanas. El entusiasmo de la corresponsal crece conforme avanza su crónica, y llega al éxtasis cuando ofrenda la primicia de que pronto, en octubre concretamente, vamos a tener un nuevo santo, y que ese santo va a ser siciliano, "porque en Sicilia no todos son mafiosos"; pero además, el nuevo santo es un antepasado de Lampedusa, el del Gatopardo. Juan Pablo II se dispone a reparar una injusticia histórica: Giuseppe Maria Tomás fue un gran señor de Sicilia, muy amigo del escultor Bemini. Ya a su padre, que era príncipe y se llamaba Julio, le conocían como "el príncipe santo". Pero la cosa no para ahí, pues toda la familia fue realmente santa, ya que tanto su mujer como sus dos hijas y él mismo habían ingresado en diferentes monasterios, y no volvieron a reunirse hasta después de muertos. A continuación del siciliano -Gómez Borrero lo sabe de buena tinta-, otros dos, españoles para más señas, subirán a los altares: Manuel Domingo y Sol y monseflor Espínola, el sevillano.

Y como siempre es bonito terminar hablando de paz, "la paz de verdad, que es la paz interior, como dice el Papa", apostilla oportunamente Paloma Gómez Borrero, nos enteramos de que por iniciativa del inquieto vicario se ha invitado al hermano Reagan y al hermano Gorbachov para que se reúnan en Asís y se pongan de acuerdo ante la tumba de san Francisco. "No sé si vendrán", comenta la corresponsal con esa vocecilla suya de feligresa devota.

El Vaticano de la Borrero no es, obviamente, el Vaticano de ese cronista malhechor que fue André Gide, en cuyas cuevas habitaba la intriga más sórdida. En el Vaticano de Paloma Gómez Borrero, el cardenal Ratzinger interpreta a una hermanita de la caridad y Palermo queda más al Sur.

Revoloteo de palomas rivales con resultados sólo benéficos para el espíritu y la tranquilidad de las conciencias. Eso son sus providenciales crónicas transmitidas con la emoción del Urbi et orbe. Una vaticanista tan fundamental no han conocido los hijos. No sería extraño que por escucharla se ganaran indulgencias plenarias.

Archivado En