Crítica:VISTO / OÍDO

Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer

"Quiero pintar como Paco Goya". Así se despacha un Goya adolescente, marcando ya la tónica de genio precoz que, parece, va a presidir el espectacular y tedioso retrato televisivo de Francisco de Goya.La serie había sido anunciada como una visión veraz de la figura de Goya, que no iba a ahorrarnos las ambiguedades de su carácter. Y, efectivamente, salvo por el sonrojo que produce algún que otro esbozo de discusión estética de cartón piedra, -lo que parece un mal inherente a casi todo el cine sobre pintores-, la narración se ajusta con propiedad a la letra de la historia.

Otro caso es el ...

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"Quiero pintar como Paco Goya". Así se despacha un Goya adolescente, marcando ya la tónica de genio precoz que, parece, va a presidir el espectacular y tedioso retrato televisivo de Francisco de Goya.La serie había sido anunciada como una visión veraz de la figura de Goya, que no iba a ahorrarnos las ambiguedades de su carácter. Y, efectivamente, salvo por el sonrojo que produce algún que otro esbozo de discusión estética de cartón piedra, -lo que parece un mal inherente a casi todo el cine sobre pintores-, la narración se ajusta con propiedad a la letra de la historia.

Otro caso es el de las licencias narrativas que, en un guión romo y poco hábil, casi nada añaden en favor de una penetración más sutil del carácter de Goya. Así, la obvia insistencia en sus temas pictóricos con los recuerdos de niñez; así, la secuencia del viaje a Venecia que, aun sin estar documentada, parecería acertada por criterios de espectacularidad pero que se resuelve en un sainete novesco de puñaladas y amantes burlados.

Y es que todo quiere girar de nuevo en esta versión sobre una lectura de Goya a lo genio que desde la cuna lucha contra la incomprensión y perfidia del mundo, desoyendo una vez más el consejo de Pierre Gassier: "Esta voluntad obstinada de hacer de Goya un rebelde, un anticonformista, no sólo contradice los hechos, sino que prueba una cierta manía ridícula que quiere hacer de todo gran artista un autodidacta, un antiburgués y un maldito".

A ello hemos de añadir una realización carente de pulso, una dirección frente a la que unos espléndidos actores poco pueden hacer, y un lamentable Enric Majó en la papel de Goya, cuya voluntad por expresar el sufrimiento ante las desgracias del creador más parece fruto de problemas digestivos que de otra cosa. En fin, una oportunidad perdida para convertir en espectáculo una de nuestras figuras más brillantes, algo que ni la buena ambientación, ni la notable fotografía de Fernando Arribas, ni la música de Xavier Montsalvatge podrán evitar que quede dentro de la cota más baja de cuanto hasta ahora nos ha venido dando la colaboración entre TVE y la cinematografía española.

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