Sara Montiel: "Adoro los retornos permanentes"

Murmullo de la tribu escapada de antañonas revistas del corazón. La discoteca Trazos va llenándose mansamente de innumerables ojos en blanco, pantalones de paracaidista, cuerpos bailones, tatuajes ocres, sombras falderas, fingido y perezoso asombro de espera. Al entrar Sara y Pepe, ni muy pronto ni muy tarde, revestidos de nieve, se congela el murmullo en la gruta. Hay nostalgia feroz en las escamas. En los pellizcos ni pensados. En la reminiscencia de la mancha real. Y la música limpiadora mezcla cenizas brasileñas con saliva manchega.Bajo la brevedad de la luz, Sara se sienta junto a Pepe. S...

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Murmullo de la tribu escapada de antañonas revistas del corazón. La discoteca Trazos va llenándose mansamente de innumerables ojos en blanco, pantalones de paracaidista, cuerpos bailones, tatuajes ocres, sombras falderas, fingido y perezoso asombro de espera. Al entrar Sara y Pepe, ni muy pronto ni muy tarde, revestidos de nieve, se congela el murmullo en la gruta. Hay nostalgia feroz en las escamas. En los pellizcos ni pensados. En la reminiscencia de la mancha real. Y la música limpiadora mezcla cenizas brasileñas con saliva manchega.Bajo la brevedad de la luz, Sara se sienta junto a Pepe. Se empolva ante un espejo, diminuto y redondo, que ella sujeta con la mano izquierda. Los fotógrafos se precipitan. Su inagotable cara sigue luciendo guapa. Ella es veloz en su pereza, abrillanta los ojos, desentierra la mueca más histórica, penetra el humo ajeno hasta en su boca. Y, desde la mecida barbarie del instinto estelar, dícele al retratista: «Prenda, bájate más si quieres una foto decente». Lo dice sin decirlo. Con alfileres por mirada.

Sarita, Saritísima, Sara. Ya se levanta en éxtasis de estilo, baila e invita al baile a los demás, bolso pequeño en bandolera, revoloteo blanquecino, brazos con saltos de balanza, abrazos, cumplimientos, ondulada manera de pisar con garbo sobre las larvas que tal vez acechan. Baila como entre sábanas. Baila sobre invisibles o extintos escudos. Brinca o desdice. No hay más folklóricas en la costa, quizá por culpa de aquel beso en las mejillas de León Felipe.

Nadie puede estar a su altura, ni gigantesca ni enana, sencillamente la de Sara, ausentes como andan Gary Cooper y Burt Lancaster. La miran de reojo, solicitan autógrafos por medio del esposo, oyen su voz clavada en las tabernas de una lejana adolescencia: «Adoro / la calle en que nos vimos, / la noche cuando nos conocimos. / Adoro las cosas que me dices, / nuestros ratos felices / los adoro, / vida mía ... ». Lo cantaba con maciza franqueza. No está dispuesta, no, a olvidarlo.

Por eso vuelve ahora, sin nunca haberse ido: «Adoro los retornos permanentes. El espectáculo que voy a presentar en Madrid es casi el mismo que he ofrecido en Barcelona durante cinco meses de éxito. Yo he querido rendir un homenaje de admiración y afecto a tres famosos cantantes que, en un momento dado, fueron los ídolos de España entera: Lorenzo González, Bonet de San Pedro y Jorge Sepúlveda. Ellos actúan junto a mí. Y todos juntos ofrecemos un espectáculo distinto cada día. Porque nos encanta improvisar, ir cantando aquellas melodías que nos pide el público. Todo es en directo, sin trampa ni cartón».

Al decirlo, se mira. Como quien saluda largamente, en mitad del incendio, a la cornisa que se niega al deshielo.

Explica Pepe Tous los detalles del Super Sara Show: «No hay ninguna línea argumental. Es un espectáculo a la americana, donde Chicho Gordillo se las arregla para, entre chiste y chiste, presentar a los cuatro intérpretes. Hay un ambiente muy grato de espontaneidad y de fiesta. La orquesta también está en escena. Y el resultado lo agradece el público, harto de presenciar actuaciones frías y sostenidas por la música en lata».

Alguien les pregunta por Thais, la niña brasileña que adoptaron: «Duerme dulcemente». Sara vuelve a. empolvarse. Vuelven a brillarle los ojos. Vuelve a aspirar el humo ajeno. Sarita, Saritísima, Sara.

El mayor mito del cine español adora los retornos permanentes: «Canto, por supuesto, mis cuplés, pero también canciones modernas. Y, en medio de ambas cosas, deslizo tangos y boleros».

Desliza. Y en directo. Sin trampa ni cartón. Con un tizne de reina popular hasta el momento nunca destronada. Por eso: «Adoro / el brillo de tus ojos, / lo dulce-que-hay / en tus labios rojos. / Adoro / la forma en que me miras / y hasta cuando suspiras, / vida mía».

Hasta cuando suspira. Desde la frente hasta el pecho. Y allí, desde el izquierdo hasta el derecho. Mientras la espuma célebre de su saliva sincera se le convierte en sal.

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