Crítica:

Vivir cada día:

A rapa das bestas Sábado 5 de julio, 5.15 horas de la mañana, en la pontevedresa comarca de Sabucedo, los mozos comienzan a subir al monte. Les espera una tarea que es, a la vez, rito, costumbre y aventura: juntar a los, cientos de caballos que han pasado el año pastando en los montes para encauzarlos hasta el llano y proce der a cortarles las crines, a rapar a las bestas, en una de las ceremonias más hermosas que tengan jugar en la España rural. Para contemplarla se han reunido miles de visitantes y romeros, atraídos, año tras año, por esta especie de «rodeo» galaico, el día de...

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A rapa das bestas Sábado 5 de julio, 5.15 horas de la mañana, en la pontevedresa comarca de Sabucedo, los mozos comienzan a subir al monte. Les espera una tarea que es, a la vez, rito, costumbre y aventura: juntar a los, cientos de caballos que han pasado el año pastando en los montes para encauzarlos hasta el llano y proce der a cortarles las crines, a rapar a las bestas, en una de las ceremonias más hermosas que tengan jugar en la España rural. Para contemplarla se han reunido miles de visitantes y romeros, atraídos, año tras año, por esta especie de «rodeo» galaico, el día de los caballos salvajes. Vivir cada día, al reflejarla fuerza de este singular, hecho, no se queda solamente en su aspecto folklórico, sino que pretende conectar esta fecha excepcional con el trabajo habitual de estos mozos y caballistas, quienes conocen a los caballos que van a domar y poder lucirse en esa fecha. Y, como telón de fondo, los miles de espectadores, campesinos y trabajadores agrícolas gallegos, que encuentran en estas fiestas y romerías el contraste de tantos días monótonos.