Manolo Santana, otra vez

Nunca una palabra, cinco letras, habían alcanzado para nadie tan alto valor: tenis, tenis, tenis. Es una palabra fundamental, imprescindible, entrañable y decisiva en la vida de Manolo Santana, un hombre que tiene muy bien establecida su jerarquía de valores. El tenis es, indiscutiblemente, lo primero para él. Principalmente porque lo que más satisfación le produce al haber pasado de recogepelotas del Club Velázquez a jugar con el Rey en La Zarzuela, es por lo orgullosa que se muestra su madre. «Es difícil imaginar lo que esto supone para mi madre. Casi no se lo cree; está como loca, y esto, l...

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Nunca una palabra, cinco letras, habían alcanzado para nadie tan alto valor: tenis, tenis, tenis. Es una palabra fundamental, imprescindible, entrañable y decisiva en la vida de Manolo Santana, un hombre que tiene muy bien establecida su jerarquía de valores. El tenis es, indiscutiblemente, lo primero para él. Principalmente porque lo que más satisfación le produce al haber pasado de recogepelotas del Club Velázquez a jugar con el Rey en La Zarzuela, es por lo orgullosa que se muestra su madre. «Es difícil imaginar lo que esto supone para mi madre. Casi no se lo cree; está como loca, y esto, lógicamente, me produce una tremenda alegría y me sirve de constante motivación.»Quizá por esto Santana tiene especial interés en que Borja, el pequeño de sus tres hijos -«los mayores empezaron a jugar, pero acabaron con un trauma por ser los hijos de Manuel Santana»-, se dedique a jugar al tenis -«ahora ya es distinto: Borja tiene siete años y se trata de otra generación»- y llegue muy lejos. Esto es algo que nunca se puede asegurar, pero no será fácil que llegue donde su padre, entre otras cosas, porque Borja no tiene necesidad de hacer con el palo de una silla y unos alambres su primera raqueta. Ni la segunda será una vieja de un socio del club que le obligue a que la pelota sólo pueda dar en el centro porque si no saldrá muy desviada. Sin estos problemas no es fácil llegar a tener la muñeca de supermanuel, que, pese a jugar con todo en contra, superó este primer set de su vida gracias a la incalculable ayuda de la familia Romero Girón: «A ellos (y esto lo he pensado muchas veces) les debían haber dado todas esas medallas al mérito deportivo, porque sin ellos no sé ni dónde estaría ahora ni lo que haría. Nadie más me ayudó. A nivel oficial, me ignoraron durante mucho tiempo. En la Española no gustaba mi forma de jugar al tenis. Decían que era muy raro y no creyeron jamás en mí. Ocurre que, como empecé a ganar todos los campeonatos desde juveniles... Después, cuando gané el Roland Garros, empezaron a convencerse poco a poco.»

Más tarde, Santana se impuso rotundamente en el segundo set. No sólo popularizó el tenis, sino que se convirtió en un ídolo, un auténtico mito, y levantó a más de media España a las cuatro de la mañana para verlo, no porque a nadie le gustara entonces el tenis ni entendiera nada de eso. Era para ver a Manolo Santana. Al día siguiente de ganar a Emerson se vendieron muchas más raquetas que «balones de reglamento». Un día, un marqués propició y precipitó su retirada y de la Copa Davis nunca más se supo. Al marqués parece que no le gustaba la «cuna» de Santana y mucho menos que fuera mucho más importante el jugador que el presidente. Esto le sirvió para ganar con más autoridad su segundo set, porque, pese a los tiempos que corrían, nadie dio la razón al marqués y le levantó un podio para Santana.

El tercer set lo disputa a medias entre la Moncloa y La Zarzuela. Amigo del presidente del Gobierno y del Rey desde hace mucho tiempo, por supuesto no le piden que se identifique cuando va a jugar con ellos. Santana nunca dejó el tenis: «No podría; cuando cumpla 45 años jugaré en veteranos, y después, en ancianos, pero no lo dejaré nunca.»

Manolo Santana, hombre de empresa, madurado y con buena nota en el bachiller de la vida, se empeña en dar explicaciones: «Yo es difícil que la gente lo entienda. A mí lo que me gusta por encima de todo es jugar al tenis, y además siento una enorme satisfacción cuando a mis 41 años veo que no desentono jugando con gente que está en activo. El día que gané en Málaga a Nastase, mi hijo mayor, Manolo, se acercó a mí (no me había visto jugar, como es lógico, en mi buena época); yo estaba visiblemente emocionado, y me dijo: "Jo, papá; tú has debido jugar un huevo a esto".»

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