Reportaje:

Gila: "Corococó, churipa corocó, chiripa popó"

Luchó a favor de la República. Conoció las cárceles franquistas. La policía lo llevaba a las fiestas de La Granja. Esa imagen dio Gila de sí mismo, a través de diversas declaraciones, cuando, hace ya dos años, regresó a España para actuar. Luego, nuevo silencio impenetrable. Y ahora, a sus sesenta años de edad, Gila ha vuelto a la sala madrileña de Florida Park. Más parco en opiniones. Más feroz en su humor. Sobre ese retorno escribe José Miguel Ullán.

Ahí esta, casi mudo, rodeado de varios amigos, al fondo de un jardín interior. Y en seguida me dice, con tono jadeante y venial, que des...

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Luchó a favor de la República. Conoció las cárceles franquistas. La policía lo llevaba a las fiestas de La Granja. Esa imagen dio Gila de sí mismo, a través de diversas declaraciones, cuando, hace ya dos años, regresó a España para actuar. Luego, nuevo silencio impenetrable. Y ahora, a sus sesenta años de edad, Gila ha vuelto a la sala madrileña de Florida Park. Más parco en opiniones. Más feroz en su humor. Sobre ese retorno escribe José Miguel Ullán.

Ahí esta, casi mudo, rodeado de varios amigos, al fondo de un jardín interior. Y en seguida me dice, con tono jadeante y venial, que después hablaremos, después... Antes, cuando retornó a España en 1977, no fui a ver su espectáculo; tampoco lo hice en México, estando yo de paso, años atrás, mientras él actuaba en el distrito federal. Turbio temor al chasco. Ese mismo temor que ahora me asalta ante el hombre educado, evasivo y adusto que no encaja de pe a pa con el brumoso mito de una infancia asomada al oscuro milagro radiofónico de cabalgatas finiseculares, cola-caóticas mañanas, seriales lacrimosos, búsqueda trajinera y lasciva de la emisora Pirinaica y, luego, para llamar a Dios de tú, la voz de Gila desbarrando a tope. Una voz grotesca, explosiva e inolvidable. La voz que ahora me pide, con tono jadeante y venial, que no hablemos de nada hasta después.En la pista, al ritmo de la orquesta Cuarta Calle, bailan y bailan las parejas. Samba, sudor y rumba. Cumbia, sudor y mambo. Gordas rubias-platino que, como la mujer de aquel poema nacido de la ira, parece que han viajado y viajado, mareadas por el ruido de la conversación, por el traqueteo de las ruedas y por el humo, por el olor a nicotina rancia. Y ahora no quieren ya volver al tren. Bailan y bailan ente el ojo agrio de su fiel y acabado aompañante. A través de los grandes ventanales bulle el verdor iluminado de inalcanzables árboles mayores. Oscuridad. Foco central.

Y ahí está, boquiabierto, en plan muy bestia, sólida boina y la camisa a rayas, entre un micrófono y un teléfono, como feroz guerrero sin antifaz: es Gila. El humorista se presenta. Mejor dicho, saca un papel donde aparenta leer un texto con la presentación breve y tajante, supuestamente escrita por un célebre novelista latinoamericano, al que va y cita, para mayor escarnio, con nombre y apellidos. A partir de ese instante, la crudeza de Gila no va a tener pausas. Ni tampoco las tiene el espectador, sometido al ciclón, con mil amores, dos irrefrenables carcajadas.

Al centrar sus palabras truculentas en un contexto de violencia generalizada (¡frase!) Gila sabe certeramente que es muy difícil competir con el involuntario humor del aparato oficial (¡bis!) y contra las sangrientas acciones. surrealistas que el orden y la ley engendran (¡ter!). En brutal consecuencia, no se anda con chiquitas y rebasa las viejas barreras de la solemne dignidad: una joven manifestante, por agacharse para no recibir un disparo, es violada en el acto, a ras del suelo. Y encadena con otra groma dura, como quien hace dulcemente el ganso. En medio, algunas de esas bellas greguerías acaso retocadas por Solana: «La piraña es como el boquerón, pero con mala leche.» Ahora bien, para la mala leche auténtica, ahí tienen la del propio Gila cuando telefonea a un indio paraguayo, Culele, para darle noticias acerca de la actualidad española. El informe es perfecto: «Corococó, churipá corocó, chiripa popo. Chapi. Corococó cacori chic...» Y le pregunta al respetable: «¿Está claro?» Clarísimo.

Otro número fuerte lo constituye el de la conferencia telefónica con el presidente Carter. Gila le llama desde su pueblo, Aldeamugre de los Ajos, donde la población anda muy ansiosa de conseguir la independencia. Las tontadas van brotando con una gracia atroz. Y, desde ese lugar donde el Ejército lanza supositorios en lugar de balas, Gila nos lleva al interior perverso de un método de inglés. A renglón seguido, los despropósitos motivados por un turístico y turbador tour. Y descansos otra Vez en el pueblo, para escuchar un obsoleto sermoncete del cura párroco, don Clemenciano, parodia corrosiva, a un tiempo, de la oratoria clerical y del fútbol. Pasa Gila a un festejo neroniano, sanguinolento, babeante, repleto de tullidos y espuma sonrisueña. En mitad de esa feria, hasta el bobo de Coria pareciera Aristóteles. Tocar o no el violín es ulterior cuestión. En cualquier caso, dice Gila con alas, «toco de oído y no me dejo aconsejar». Confesión final: «Mi padre era buzo.»

Al fin, hablamos. Palabras de cansancio, de prudencia y de soledad. Son ya casi las tres de la madrugada. Gila señala con el dedo índice su muy afamada dentadura. Y musita una frase, de tope a tope incomprensible.

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