Salvar los valores del fútbol
La primera impresión de este Mundial es que los equipos europeos responderán a Infantino en el terreno de juego
La influencia del fútbol europeo se nota incluso cuando sus representantes no están en el campo. En el primer partido del Mundial, Qatar contra Ecuador, Enner Valencia fue el jugador decisivo. Este delantero se curtió en la Premier League, y muchos de sus compañeros ecuatorianos también juegan en Europa. Contra un equipo con esta experiencia, el producto artificial catarí no tenía ninguna posibilidad. Solo en Europa se cultiva u...
La influencia del fútbol europeo se nota incluso cuando sus representantes no están en el campo. En el primer partido del Mundial, Qatar contra Ecuador, Enner Valencia fue el jugador decisivo. Este delantero se curtió en la Premier League, y muchos de sus compañeros ecuatorianos también juegan en Europa. Contra un equipo con esta experiencia, el producto artificial catarí no tenía ninguna posibilidad. Solo en Europa se cultiva un fútbol de primera categoría, solo allí es posible hacer una carrera realmente grande.
El Mundial comenzó de manera hostil. En su discurso, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, atacó a Europa. Acusó a sus representantes de arrogancia y doble moral, de egocentrismo y de eurocentrismo. Al hacerlo, pasó por alto un punto: el centro del fútbol está en Europa, históricamente, culturalmente, económicamente y deportivamente.
Europa domina el fútbol contemporáneo. En las competiciones internacionales se ve muy claro: la última vez que el partido decisivo de un Mundial se jugó sin participación europea fue hace tres cuartos de siglo. Los cuatro últimos campeones del mundo son Italia, España, Alemania y Francia, y tres de sus cuatro rivales en la final procedían de Europa. En 2006 y 2018, las semifinales fueron todas europeas.
El dominio en el fútbol de clubes es aún más claro. Todo huele a Europa, a las cinco grandes ligas y esta tendencia se ha intensificado desde la creación de la Liga de Campeones en 1992. Los últimos futbolistas de talla mundial que maduraron fuera de Europa fueron Pelé y Zico. Diego Maradona pasó sus mejores años en España e Italia. Lionel Messi se fue al Barcelona de niño, Neymar a los 21 años. Del once inicial de los últimos campeones del mundo no europeos, Brasil 2002, solo uno no jugó en Europa en su carrera: Marcos, el portero.
El talento está repartido por todo el planeta, Sudamérica forma a muchos grandes futbolistas, África tiene jugadores impresionantes. Pero siempre dan el último paso en una liga europea. Las últimas selecciones campeonas del mundo en las que esto fue diferente fueron Brasil y Argentina en los años setenta. Ahora, Brasil, Argentina y Uruguay están formados casi exclusivamente por futbolistas que juegan en la Premier League, la Bundesliga, la Liga, la Ligue 1 o la Serie A. Los equipos con un perfil diferente no tienen prácticamente ninguna posibilidad de llegar a las semifinales.
La primera impresión de este Mundial es que Europa dará respuestas a Infantino en el terreno de juego. Inglaterra mostró sus debilidades defensivas, pero le marcó seis goles a Irán. Holanda, tres veces finalista de la Copa del Mundo, derrotó a la campeona de África, Senegal. Para los franceses, Australia no habrá sido el último rival al que son superiores en todos los aspectos. Dinamarca, Polonia, Gales y Croacia también se presentan muy bien organizados.
Desde el primer minuto, el equipo español demostró una vez más su estilo, que lo diferencia de sus oponentes: un juego ofensivo y de posesión. El partido ante Costa Rica fue un duelo muy desigual. No hay duda de que los jugadores europeos rinden y hacen atractivo el torneo.
Solo Alemania se ha salido de la línea triunfal contra Japón. Cuando vencían por 1-0, Hansi Flick acabó con la estabilidad del equipo sustituyendo tres jugadores (del Bayern, Chelsea y Manchester City) por otros tres con menos experiencia. En realidad, Alemania se golpeó a sí misma, porque los dos goleadores de Japón juegan en la Bundesliga.
Italia, la campeona de Europa, ni siquiera está, ni la antigua finalista de la Copa del Mundo, Suecia. Ni Hungría, ni la República Checa y Eslovaquia, que, cuando formaban un solo país, estuvieron dos veces en la final. Erling Haaland, posiblemente uno de los delanteros que marcará una época en la próxima década, está ausente en Qatar porque la competición europea fue demasiado exigente para Noruega en la fase de clasificación. Si las plazas para el Mundial se adjudicaran sólo por criterios deportivos, Europa tendría mucho más que 13 de los 32 participantes.
Las selecciones europeas suelen imponerse mientras el mundo se reúne en Qatar. Al hacerlo, proporcionan un modelo a seguir. Si los políticos deportivos europeos tienen que enfrentarse a un reproche, es que han traicionado los valores que defiende el continente de la Ilustración. Durante muchos años, centraron su atención en los altos beneficios individuales y no en la responsabilidad que el fútbol debe asumir en la sociedad.
El fútbol necesita nuevos representantes que se adapten a su crisis de credibilidad. Pueden volver a sus orígenes. Hace siglo y medio, comenzó su marcha triunfal mundial en Inglaterra, Escocia y Suiza, seguidas pronto por Francia, España y Alemania. Tuvo tanto éxito porque formaba parte del movimiento obrero y de la democratización. Permitió el avance social y exigió el juego limpio. Se le dio vida a la cultura de los clubes.
Para equilibrar los intereses, se fundó la FIFA. Sus primeros miembros fueron Suiza, Dinamarca, Francia, Holanda, Bélgica y Suecia. ¿Qué ha sido de esta institución europea con sede en Zúrich, que en su día surgió por el motivo de la solidaridad internacional?
Hasta hoy, estas raíces son la fuerza del fútbol. Ahora es momento de defender estos logros. Para Europa, es una cuestión de autopreservación. Esto requiere una cooperación; el fútbol es un deporte de equipo.
Se han dado los primeros pasos. El hecho de que la elección de la sede de la Copa del Mundo de hace doce años fuera erróneo parece perpetuarse como una actitud. En Qatar, algunas asociaciones europeas quisieron unirse para enviar una señal a favor de la diversidad con un colorido brazalete de capitán. Sin embargo, fue muy ingenuo confiar en la indulgencia de la FIFA para hacerlo. En la lucha de poder con Infantino, un suizo de origen italiano, Europa se está quedando atrás.
Las selecciones renuncian ahora al brazalete, pero eso no puede ser la última palabra. Apoyadas por las fuertes actuaciones de los jugadores, las asociaciones de la UEFA deben ahora contraatacar, con la colaboración de aliados de otros continentes. Debemos salvar los valores del fútbol y lo que este juego expresa. Es un juego europeo.