Rudy Fernández, tristeza y paz
Tras la eliminación de la selección de baloncesto, los sentimientos tendrán que ir dejando espacio al análisis tanto de lo que pasó como de lo que puede venir: físicamente, no podemos competir en igualdad de condiciones con los mejores equipos
Una de las preguntas con las que se interpela a los atletas después de un gran triunfo o una dolorosa derrota es la clásica ¿cómo te sientes? Las respuestas suelen ir desde las más básicas, pura emoción, “de p… madre” o “estamos muy jod…”, a las más oníricas “esto es un sueño hecho realidad” pasando por las metafóricas “estoy en una nube” o las más reivindicativas: “me lo merezco, he trabajado mucho para llegar hasta aquí”. Muchas se repiten, pero tampoco les podemos exigir que dentro del revoltijo de emociones que se superponen en un instante tan especial, verbalicen sus sentimientos como si ...
Una de las preguntas con las que se interpela a los atletas después de un gran triunfo o una dolorosa derrota es la clásica ¿cómo te sientes? Las respuestas suelen ir desde las más básicas, pura emoción, “de p… madre” o “estamos muy jod…”, a las más oníricas “esto es un sueño hecho realidad” pasando por las metafóricas “estoy en una nube” o las más reivindicativas: “me lo merezco, he trabajado mucho para llegar hasta aquí”. Muchas se repiten, pero tampoco les podemos exigir que dentro del revoltijo de emociones que se superponen en un instante tan especial, verbalicen sus sentimientos como si fuesen poetas. Aunque de vez en cuando hay alguna que te llama la atención.
Tristeza y paz. Lo explicó Rudy Fernández después de disputar sus últimos minutos como jugador de baloncesto. Se refería a él mismo, pero estoy seguro de que se extiende al resto del equipo y podría representar fielmente el rastro que ha dejado la actuación de la selección. Tristeza porque el resultado final de todo lo ocurrido ha sido el irse a casa sin ni siquiera alcanzar los cuartos de final, objetivo mínimo trazado. Tristeza al recordar lo cerca que se tuvo, los errores que se cometieron que podrían haber cambiado el resultado. Tristeza porque algunos ya no volverán a ser olímpicos, y los que sí, deberán esperar cuatro años. Tristeza por la delegación, al saber el sentir de la afición.
Y paz. Por haberlo dado todo, por haber porfiado contra una gran selección, superior en varios aspectos decisivos en el juego como el físico o su inacabable fondo de armario. Paz porque se les podrá reprochar errores, que hubo unos cuantos, pero no falta de actitud, esfuerzo, competitividad, valentía y fe en sus posibilidades. Una confianza que seguramente era mucho mayor que la que tuvimos en algunos momentos los aficionados.
Ahora bien, estos sentimientos tendrán, poco a poco, que ir dejando espacio al análisis tanto de lo que pasó como de lo que puede venir. Lo primero, lo más evidente. Físicamente, no podemos competir en igualdad de condiciones con los mejores equipos. Cierto que el baloncesto deja espacio siempre al talento, pero en determinadas áreas, el músculo, la altura o el peso desequilibra la balanza. Por ejemplo, la defensa, como bien demostró Canadá asfixiándonos en muchos momentos, o el rebote, que nos condenó ante Australia, maldito origen de penas posteriores. Nos han faltado muñecas fiables mientras sobraban jugadores desenfocados, en especial uno que estaba llamado a marcar diferencias. Nunca le podremos agradecer a Lorenzo Brown lo que hizo en el europeo de 2022, de la misma manera que hay que reconocer que su rendimiento ha sido decepcionante. Acosos defensivos aparte, nunca tuvo la capacidad para jugar y hacer jugar al equipo, peleado con la canasta y perdiendo balones de esos que desesperan. ¿Nos mandan a casa por Brown? No. ¿Seguiríamos en liza con una mejor versión de Lorenzo? Probablemente.
Otro problema que se ha evidenciado es que unos cuantos de estos jugadores han llegado a la selección después de complicadas temporadas donde han jugado poco y con papeles secundarios. Los hermanos Hernangómez o Garuba son buenos ejemplos de carreras estancadas. El mismo Brizuela, héroe ante Canadá, ha tenido los minutos justos en el Barcelona.
Como ante un presente desagradable, nada consuela más que un optimista futuro, saltemos al lado positivo y celebremos la consolidación de Santi Aldama, piedra angular de la España que viene. Después de plantarle cara a Antetokumpo, ha sido una lástima que su lesión no le permitiese rendir como lo estaba haciendo. Otro que dio un paso adelante fue Jaime Pradilla, que evoluciona muy favorablemente. Admirable también el comportamiento de Sergio Llull, al que veo capitaneando a la selección en el Europeo del 2025, y nada que objetar del rendimiento de Abrines o Brizuela.
Pero quizás lo más importante es que independientemente del talento que atesore en cada momento, se mantiene el mismo espíritu labrado durante muchos años. Valores colectivos, conciencia de grupo, esfuerzo hasta el agotamiento, generosidad, competitividad máxima. Perderlo sería más dañino que cualquier otra cosa, pues nos privaría de algo que nos capacita para paliar nuestras deficiencias en otros terrenos.
Pues eso, tristeza y paz, que la tierra sigue girando y las chicas están que se salen.
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