Ray Zapata, séptimo en la final de suelo en los Juegos Olímpicos
El gimnasta español, medallista de plata en Tokio, al que tocó salir el primero, fue penalizado por errores de ejecución en una competición en la que se impuso el espectacular filipino Carlos Yulo
Mitad prusiana, mitad soviética, pese al influjo poético oriental del Japón postimperial, la gimnasia masculina es recia y marcial. Prohibida la música, siquiera la música militar, y cuando Ray Zapata, Ray in black, en la final del suelo salta y resalta y vuela y cae clavando los vuelos, resuenan los golpes secos como descargas de fusil, eco en el pabellón silencioso. Podrían los disparos anunciar el amanecer para saludarlo con un alegre ¡Viva Zapata!, y el rostro serio y la exuberancia caribeña con la que tiene sus diagonales el gimnasta español, llegan a presagiarlo. Pero algo le falla. Sale el primero, lo que fuerza psicológicamente a los jueces a no excederse en la nota, por si acaso. Y algo más. Hablan los profesores de que el gimnasta nacido en Santo Domingo, crecido en Lanzarote desde los 11 años, y hecho gran gimnasta en la escuela de Gervasio Deferr en Barcelona, no se caracteriza por una gran corrección postural, el mito prusiano. O, como él mismo reconoce, “soy un poco suciete”. Le penaliza la falta de limpieza en la ejecución y se salta una conexión entre la pirueta y media y el doble mortal adelante carpado, lo que disminuye la dificultad de su ejercicio: de 6,4 baja a 6,2. Además, tras una discusión entre la mesa de jueces y el presidente del jurado, se le descontó una bonificación de medio punto por incurrir en faltas importantes de ejecución en el doble en carpa. Al final, una nota de 14,333, muy inferior a los 14,600 puntos que le hicieron llegar a la final con la tercera mejor puntuación. A la primera, el gran golpe. Adiós a las medallas.
Zapata llegó a París con 31 años, ya medallista olímpico, casado con Susana y ya padre de dos hijos, armado, así, con la capacidad y la sabiduría para relativizar y aceptar, ya otra persona diferente al casi adolescente de Río 16, que rompía con la pana, y del gimnasta que alcanzó en Tokio su apogeo. “Saldré a disfrutar y a hacerlo por la familia”, dijo. Y cumplió, aunque el resto de la sobremesa (su concurso fue de 15.30 a 16.00) lo tuviera que pasar viendo cómo le superaban seis de los siete gimnastas restantes. El mejor, el fenomenal filipino Carlos Yulo, el único que alcanzó los 15 puntos, el gimnasta al que mejor le iría un poco de música, quizás heavy, incluso, o percusión a tope, para arrancar la especialidad de las manos de los tradicionales, siguiendo la senda abierta por las mujeres. La plata fue para el israelí Artem Dolgopyat, el mismo que le ganó a Zapata en Tokio (14,966), y tercero, el británico Jake Jarman (14,933), el más espectacular.
El veterano gimnasta de Lanzarote fue el único español, hombre o mujer, que llegó a una final.
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