Asier Martínez, en la final de 110m vallas: “Ni siquiera hace cuatro meses podía soñar con esto”
Entrevista a atleta navarro, de 21 años y debutante en los Juegos, que se clasifica para la final logrando en semifinales su mejor marca (13,27s)
11 de la mañana, 13 segundos y 27 centésimas en Tokio, Japón. Asier Martínez se queda plantado ante el gigantesco marcador del Estadio Olímpico. La pantalla anuncia: fotofinish para discernir los tres primeros clasificados en la primera semifinal de los 110m vallas. Asier Martínez, 21 años, siempre acelerado, se lo toma con calma. Busca una sombra en la mañana calurosa y húmeda y espera. Son sus primeros Juegos. Su segunda carrera después de ganar su serie. Se juega el pase a l...
11 de la mañana, 13 segundos y 27 centésimas en Tokio, Japón. Asier Martínez se queda plantado ante el gigantesco marcador del Estadio Olímpico. La pantalla anuncia: fotofinish para discernir los tres primeros clasificados en la primera semifinal de los 110m vallas. Asier Martínez, 21 años, siempre acelerado, se lo toma con calma. Busca una sombra en la mañana calurosa y húmeda y espera. Son sus primeros Juegos. Su segunda carrera después de ganar su serie. Se juega el pase a la final (la madrugada del jueves a las 4.55, hora española) con dos habituales del circuito de las vallas, el jamaicano Ronald Levy, de 28 años, que tiene una mejor marca de 13,05s, casi tres décimas más veloz que la suya, y el francés Pascal Martinot Lagarde (PML, siglas de empresa), de 29, uno del nivel de Orlando Ortega, ha bajado de los 13s (12,95s), ha sido campeón de Europa y múltiple medallista mundial. Pasan los dos primeros por puestos y los dos mejores tiempos. El marcador resuelve. Primero Levy, 13,23s; segundo, PML, 13,25s. Tercero, Asier Martínez, de Zizur Mayor (Navarra), estudiante de Políticas, debutante, 13,27s, mejor marca personal. El británico Andrew Pozzi queda detrás (13,32s). “Son verdaderos caballos los que tenía al lado, atletas a los que admiro desde que tengo uso de conciencia. Que tengan que contar conmigo ahora es un honor”, dice el chaval de Iruña. “La clave para competir con ellos es no pensar quiénes son los que tienes al lado, porque si no, te asustas y te bloqueas”.
Para saber si pasa a la final, su objetivo íntimo, tan íntimo que nunca lo ha hecho público, debe esperar a que terminen las dos otras semifinales y ver si su tiempo resiste. Se desinfecta las manos, se pone la máscara que le da un voluntario, se descalza y se sienta en las escaleras que ascienden hacia las cámaras de televisión, donde les esperan entrevistas. 10 minutos de espera. Una confirmación. Un suspiro. “Uff”, dice “han sido los 10 minutos más largos de mi vida. He estado en una tensión que no me dejaba respirar casi. Estaba viendo los tiempos en la pantalla, y como me cuesta ver, no distinguía bien si eran doses o treses, lo estaba pasando mal”.
Veía bien, veía bien. Se ha clasificado para la final (madrugada del jueves, 4.55) junto al norteamericano Grant Holloway, el campeón del mundo que busca un récord del mundo (12,80s, Aries Merrit) del que está a una centésima para acompañar el de 60m vallas (7,49s) que batió en Gallur en febrero; su compatriota Devon Allen, los jamaicanos Hansle Parchment y Levy, los franceses Aurel Manga y PML, y Pozzi. El cuarto español en una final olímpica tras los históricos Javier Moracho (Moscú 80) y Carlos Sala (Los Angeles 84) y los más recientes Jackson Quiñónez (Pekín 08) y Orlando Ortega (Río 16). En el Gotha de las vallas altas españolas.
Grant Holloway, el campeón del mundo y favorito para la victoria en los 110m vallas, dice que no hay nada más sexy. “Diez vallas de más de un metro (106,7 centímetros, exactamente) no es moco de pavo”, cuenta. “Un vallista es un velocista con elegancia”. A la descripción, Asier Martínez (Pamplona, 22 de abril de 2000), seguramente añadiría una de sus características, la agresividad. “Soy un corredor bastante agresivo. Me lo han dicho bastante”, dice el debutante olímpico que correrá la final como siempre, mirando al suelo, como con ganas de machacar las vallas que se le ponen por delante, cada tres pasos. “No pienso en nada en ese momento. Son movimientos que has mecanizado de esa manera, en mi caso bastante bruscos. Solo pienso en llegar lo antes posible al otro lado de la valla”, dice en una entrevista efectuada en junio y actualizada con sus declaraciones tras pasar a la final.
Pregunta. El signo de los mejres: ha hecho su mejor marca el día más importante…
Respuesta. Ya hace tiempo que me veía para estas marcas, pero no había enganchado todavía una buena carrera, y lo he hecho cuando debía, sí.
P. Se declara nervioso por naturaleza pero siempre se le ve con mucha calma…
R. La calma es algo que me han inculcado, porque siempre he sido un poco acelerado. He aprendido que lo que realmente me viene bien es la calma, no sobrecargar la cabeza y confiar en el trabajo realizado.
P. Definiéndose a sí mismo, parece que define a su prueba, en la que hay que acelerar al máximo pero siempre controlando el ritmo, manteniendo la calma…
R. Y así es, por supuesto. Por supuesto. Es una carrera muy técnica en la que acelerarse puede ser perjudicial, totalmente.
P. ¿Y no le da vértigo haber acelerado su carrera deportiva, haber pasado de ser un buen sub 23 [campeón de Europa en julio] a casi finalista olímpico?
R. Ha sido por la pandemia. Por mi edad, yo estaba enfocado en los Juegos de París. Soy de los pocos deportistas a los que les ha venido bien el aplazamiento de un año de los Juegos. Ni siquiera hace cuatro meses podía soñar con esto. Por eso digo que ahora mismo hay que tener tranquilidad y medir todo bien.
P. ¿Necesita llegar rápido a lo más alto?
R. Ha sido rompedor hasta para mí. Ni yo ni mi equipo ni mi entrenador [el exsaltador de altura François Beoringyan, a quien todos llama Swan, el nombre con el que firmaba sus obras cuando era grafitero en las calles de París] podíamos hacernos a la idea de esto. Ahora puede ser determinante eso. Afianzar lo que hemos trabajado, priorizarlo. Eso será clave.
P. ¿Cuáles cree que son las claves de esta explosión?
R. ha sido una maduración física y técnica, fruto del trabajo realizado. Mi entrenador siempre ha proyectado los 110m vallas como una cosa a futuro, algo que hay que correr cuando hay que correr, a partir de los 21 o 22. Todos los entrenamientos en categorías inferiores han estado enfocados a estas edades.
P. Creció viendo a Orlando Ortega. ¿Influyó sui figura en su deseo de ser vallista?
R. Por supuesto que influyó. He crecido viéndole competir desde siempre. Es una figura deportiva a la que admiro mucho, a la que hay que seguir. Influye de manera positiva, diría yo. Es un hecho que Orlando es una figura deportiva a nivel mundial y a nivel histórico. Poder disfrutar de él en la calle de al lado, el poderle ver calentar, eso no se puede pagar. Tenemos una suerte increíble tenerle aquí. Orlando tiene una calidad que pocos tienen en el mundo.
P. ¿Cuándo corre está tan enfadado como parece por la forma en que afronta los obstáculos?
R. Soy un corredor bastante agresivo. Me lo han dicho bastante. No piensas nada. Son movimientos que has mecanizado de esa manera, en mi caso bastante bruscos. Solo piensas en llegar lo antes posible al otro lado de la valla, sin derribar, por supuesto. Acabar un 110 sin percances es un alivio. Salgo con calma, mi salida no es mala, lo que pasa es que tengo muy buen final.
P. ¿Qué le parece la pista de Tokio? Todos dicen que es rapidísima…
R. No sé si mi juicio vale algo. A mí me gusta la pista de Getafe, que todo el mundo critica. Y esta marca la han hecho mis piernas, no la pista.
P. Y cuando le va bien, es muy educado, siempre agradece a la gente su apoyo…
R. Estoy eternamente agradecido a todos, y no lo digo por educación. Esto, que es un sueño para mí, también lo es para mi gente, mi entrenador, mi familia, mi cuadrilla, los Azpi Crew… Quizás no sean ideales para el deporte, pero para mí sí. Son unos colgados con los que desconecto.
Las cuatro de la mañana en Pamplona. François Beoringyan está despierto. “Me tengo que levantar a las seis pero no creo que pueda dormir”, dice el entrenador de Asier Martínez, que, confiesa, ha tenido unas ganas locas de gritar cuando su atleta ha entrado en la final, pero ha tenido que reprimirse. “Los vecinos son mayores y no quería asustarlos”.
Beoringyan se siente, quizás, más educador que entrenador, y siempre ha sabido que la mejor forma de crecer es la más calmada. Sin prisas. “Como he sido deportista sé que por dentro a veces tenemos una tormenta que nos bloquea”, dice. “Sabemos que las cosas llegarán estando tranquilo, no atentos a las expectativas de los demás, mejor sin presión. No tenemos que tener miedo por lo que venga. Tiene que seguir haciendo lo que hace, trabajar, no ponerse límites a la hora de competir, ser normal y seguir con su gente, amigos que no le absorben, que le dan equilibrio”.
Habla de cómo todo esto, la final olímpica, la marca, la progresión, parece una locura, pero lo tenían ya en la cabeza. “Esta final la esperábamos. Lo habíamos hablado de puertas adentro. Le dije que sabía que no sería fácil conseguirlo pero que tenía que ir a Tokio con un objetivo. ‘Guárdalo para ti’, le pedí, ‘pero tengo el sentimiento de que puedes meterte”, dice el técnico, saltador de altura en su juventud, que nació en Chad y creció en París, de donde llegó a Pamplona hace unos años y solo pide un premio para su chaval después del chupinazo de Tokio. “Espero que el año que viene sea él el elegido para dar el chupinazo en Sanfermines. Sería el mayor honor posible”.
Suscríbete aquí a nuestra newsletter especial sobre los Juegos de Tokio