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Clásico entre víctimas

Un Madrid-Barça es una cumbre futbolística y aunque están al comienzo de la temporada, el partido es siempre un examen final

En una sociedad polarizada que ha olvidado que en el medio está la virtud, un Madrid-Barça colma las peores expectativas. El fútbol es un espectáculo que necesita del bien y del mal, de modo que l...

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En una sociedad polarizada que ha olvidado que en el medio está la virtud, un Madrid-Barça colma las peores expectativas. El fútbol es un espectáculo que necesita del bien y del mal, de modo que los debates, de un modo primario, pretenden discernir quién tiene la razón moral. En ese combate los buenos, obviamente, son los nuestros.

Si el fútbol es un tribunal perpetuo y algo cutre en donde todos reclamamos justicia, es natural que hayamos integrado a los árbitros, actores secundarios que se instalaron en el centro del escenario. En el campo, en los medios, y en los bares. No hay manera de librarnos de ellos. El VAR contribuyo a convertirlos en personajes televisivos, pero pasaron de jueces a sospechosos. Se les exige una precisión quirúrgica en un juego imperfecto. Aunque en un bando juegue Mbappé y en el otro Lamine, después del Clásico las noticias abrirán con un penalti como una catedral para uno y un piscinazo para el otro. Como los periodistas conocen a sus clientes, en Barcelona los complacerán de una manera y en Madrid de la contraria. También los medios compiten por la viralidad. El fútbol ya se las arregla para darnos una ración diaria de furia, no necesita que lo empujen.

Jugadores y entrenadores también saben utilizar la indignación. Se olvidan de aquel sentido del honor que decía: “Lo que pasa en el campo se queda en el campo”. Un pequeño referente ético dentro de un ámbito en que la ética dejó de importar. La desesperación por ganar la desplazó a un segundo plano. Futbolistas y entrenadores se tapan la boca para no divulgar secretos, pero cuando termina el partido los cuentan delante de un micrófono. “Me provocó con esto, me humilló con lo otro, se burló de mí…”, delaciones de mal gusto hasta en las cárceles. En un mundo que premia la declaración encendida y el tuit rápido, el silencio se ha vuelto revolucionario. Muchachos: Metan la pierna dura, digan cosas fuertes y hagan bromas provocativas. A todos estos excesos el fútbol los integró como parte inevitable de su territorio emocional. Y sí, después de la batalla, sean discretos. Callar es el último refugio de respeto que le queda al fútbol.

También la comida de directivos dará que hablar, con la herida Superliga como telón de fondo. Esperemos que lo que pase en la comida se quede en la comida. Es increíble que el fútbol sobreviva a ese clima de sospecha permanente en el que todos se sienten víctimas. Un Madrid-Barça es una cumbre futbolística y aunque están al comienzo de la temporada, el partido es siempre un examen final. Todo será analizable y debatible, desde las alineaciones hasta los saques laterales. Pero el que dictará sentencia y dejará huellas psicológicas será dios. Esto es, el resultado. El partido, al menos, no se jugará en Miami, al parecer capital del fútbol mercantil y plastificado que nos está quedando.

Si hablamos de capital del fútbol, Madrid no es mal lugar. Pero si hablamos de mercantilismo, el fortalecimiento de la Premier con sus 3.500 millones en fichajes, han reducido de internacional a local la magnitud e influencia del Clásico. Ni la mayúscula ni las polémicas ayudan a dignificarlo y mundializarlo como en otros tiempos.

Porque, en efecto, hubo una época en que el Clásico hacia carnal el combate entre Cristiano y Messi, duelo entre genios por la hegemonía mundial. De ellos y de sus equipos. Hay mucho mérito en los dos clubes renovando la programación con Lamine (pichón de Messi) y Mbappé (admirador de Cristiano). El fútbol, pausa del mundo, merece que disfrutemos del Clásico con pasión y sin histeria.

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