De Marcos, ídolo moral del Athletic

El jugador, que anunció esta semana su retirada después de una carrera esforzada, inteligente y útil, es un hombre accesible que pasea por Bilbao como un ciudadano más y que honra al fútbol desde su lealtad a su club

De Marcos, después del encuentro ante el Espanyol en la pasada jornada liguera.Alex Caparros (Getty Images)

Un club tiene que ser como la lengua de un pueblo, como su música, como los vecinos que lo habitan. Nos tiene que ayudar a contar quiénes somos. El fútbol es una expresión colectiva más que ayuda a definirnos y manifestarnos. Cuando alguien dice que es de un equipo, está diciendo que pertenece. Soy del Athletic quiere decir pertenezco al Athletic. Y decir “soy” es mucho decir.

Decía Borges sobre los pueblos argentinos que “todos son iguales incluso en su pretensión...

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Un club tiene que ser como la lengua de un pueblo, como su música, como los vecinos que lo habitan. Nos tiene que ayudar a contar quiénes somos. El fútbol es una expresión colectiva más que ayuda a definirnos y manifestarnos. Cuando alguien dice que es de un equipo, está diciendo que pertenece. Soy del Athletic quiere decir pertenezco al Athletic. Y decir “soy” es mucho decir.

Decía Borges sobre los pueblos argentinos que “todos son iguales incluso en su pretensión de sentirse diferentes”. Lo mismo podemos decir de los clubes. La singularidad del Athletic es que es, de verdad, diferente.

El mundo está lleno de tribus futbolísticas que van adaptándose a los cambios que produce el deporte al compás de la globalización. El Athletic no está fuera del mundo. De hecho, es un club moderno. Es moderno su estadio, su gestión, la utilización de la tecnología en los procesos formativos. Pero el espesor del Athletic tiene que ver con la memoria sentimental de la gente que acompaña al club, y se siente acompañado por él, desde la infancia.

Cuando todos los clubes empezaron a mirar lejos para buscar no solo jugadores sino también dinero, el Athletic mantuvo su figura jurídica y siguió apostando por jugadores del País Vasco.

Una decisión a contramano de los tiempos, pero respetuosa con la historia. El Athletic logró diferenciarse y hay un principio empresarial que dice que el que no se diferencia no compite. Ser distinto, entonces, es negocio. Además, el que se pone la camiseta del Athletic es un hincha que juega. Son jugadores que, porque soñaron jugar en el Athletic, tienen el compromiso de la representatividad y salen al campo para defender el orgullo de sus vecinos. Eso algún valor tendrá cuando el club ha logrado no descender en sus 126 años de historia. Hay una energía, telúrica si se quiere, que sube del campo hacia las tribunas y que baja de las tribunas hacia el campo. Cuando lo que está en juego es la supervivencia, esa fuerza vale oro.

Gracias a la política deportiva basada en el talento local, el Athletic es inmune a la actual necesidad de los clubes de adaptarse al nuevo ecosistema de la industria del fútbol, que muchas veces prioriza parámetros del mundo financiero anteponiéndolos al deportivo. Al concentrar, por necesidad y convicción, todo su esfuerzo en la cantera, no hay manera de dispersarse.

A las ideas hay que personalizarlas para reconocerlas mejor y en el fútbol, a los que mejor las representan, se les conoce como ídolos. Son héroes con un talento mayúsculo que provocan fascinación. En el Athletic hay artistas de esta dimensión, como El Chopo Iribar, que se quedaron en el recuerdo de la gente hasta agigantarse como leyendas. Pero la cosa, además de las emociones propias del juego, también va de valores. Y hay personajes que son banderas. Ellos dejan su ejemplo en el vestuario, un recuerdo orgulloso en los aficionados y una referencia tangible de cómo hay que ser.

Óscar de Marcos ha anunciado su retiro. Lo viene intentando desde hace tiempo, pero no le dejaban irse. Se trata de un jugador esforzado, inteligente y útil, como tantos productos de Lezama. Un hombre accesible que pasea por Bilbao como un ciudadano cualquiera; que vive de un modo solidario, aunque su discreción no le permita vocearlo; que honra al fútbol desde su lealtad al Athletic, al que representa con la emoción del que juega donde soñó jugar y que, siempre que le preguntaron por su club, puso la palabra justa para ennoblecerlo. Un club singular necesita de ídolos también singulares. Ídolos morales. Su discreción no demanda un monumento, pero el Athletic sí necesita de estos ejemplos para ponerle cara a la identidad y seguir diciendo: “Somos así”.

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