Luis Enrique mata el tedio a costa de Mbappé
La monótona marcha del PSG como líder inexorable de la Ligue 1 solo se interrumpe por la tensa relación del entrenador y el capitán, a una semana de medirse al Barça
Luis Enrique permaneció inmóvil como un actor del Kabuki. Las cejas arqueadas, la frente surcada por pliegues de asombro, las comisuras de los labios contraídas. Miró a la audiencia como si mirase al vacío metafísico. No le faltaba ni un gesto de perplejidad. Pasaron los segundos, interminables. El silencio se hizo incómodo. Acababan de preguntarle si había oído que Mbappé le había insultado con la popular expresión francesa au putain (a l...
Luis Enrique permaneció inmóvil como un actor del Kabuki. Las cejas arqueadas, la frente surcada por pliegues de asombro, las comisuras de los labios contraídas. Miró a la audiencia como si mirase al vacío metafísico. No le faltaba ni un gesto de perplejidad. Pasaron los segundos, interminables. El silencio se hizo incómodo. Acababan de preguntarle si había oído que Mbappé le había insultado con la popular expresión francesa au putain (a la puta, preposición y adjetivo de amplísimas posibilidades semánticas) cuando le había sustituido por Gonçalo Ramos en el minuto 65 del partido que enfrentó este domingo al Olympique de Marsella contra el PSG en el Velódromo. Un clásico prácticamente irrelevante en la lucha por el título, dada la ventaja de 12 puntos que atesora el equipo de París sobre el segundo clasificado, el sorprendente Stade Brestois. Un partido más en la tediosa temporada del fútbol francés, si no fuera por el conflicto esotérico que alimentan Luis Enrique y el futbolista más mediático y más rico de Europa.
“¿Habló con él sobre este tema?”, inquirió el periodista, en la sala de conferencias del Velódromo. Silencio en el escenario. Luis Enrique lanza una risotada que ahoga súbitamente. El sistema nervioso central del entrenador del PSG parece dotado de un interruptor automático capaz de encender y apagar la exhalación de hilaridad, un acto involuntario para el común de las personas. “Yo no he visto nada de nada”, dice, por fin, el técnico. La sala abarrotada respira aliviada. La situación resulta extrañamente banal y violenta al mismo tiempo. Si Luis Enrique no disfruta secretamente de estos episodios que alteran la monotonía competitiva de la Ligue 1 no es Luis Enrique. Otra cosa es lo que piense Mbappé.
Dicen en el club, fuentes próximas al presidente Al Khelaifi, que la relación entre el español y la estrella del equipo es de naturaleza sobresaltada e indescifrable. Que ya en otoño Mbappé manifestó su sorpresa ante órdenes aparentemente contradictorias del entrenador, que durante un tiempo insistió en situarle como punta en el eje del ataque. A Mbappé no le gusta jugar entre los centrales. Prefiere entrar por el carril del once. Prefiere que su punto de partida sea la banda izquierda. Y en ese cruce de órdenes, directrices y sugerencias se produjeron los primeros desencuentros, a decir de estos testigos, que aseguran que Luis Enrique es tan impredecible como impasible ha sido el jugador que dirige. Al menos hasta ahora, como dice un conocido suyo: “Mbappé se comporta como una vedette en cuestión de negocios, pero dentro del vestuario es un tío relativamente normal”.
Los jeques de Qatar, dueños del club y máximos estrategas, no se meten en este asunto, insisten. Apenas intentan limar asperezas. Mbappé, que es el capitán, afronta una situación nueva en su carrera: por primera vez convive con un entrenador que desafía su indiscutida autoridad en el vestuario. Dejarle en el banquillo con los suplentes o sustituirle como a cualquiera en medio de un partido lanzado, son, por el momento, las herramientas que ha empleado el técnico.
“Es la misma música de todas las semanas, es agotador”, dijo Luis Enrique este domingo, sobre las causas de su tratamiento a Mbappé; “soy entrenador y tomo decisiones”.
Técnicamente, Luis Enrique acertó con los cambios. A pesar de jugar con uno menos desde la primera parte, por expulsión de Beraldo, el PSG acabó ganando al Olympique 0-2 con gol de Ramos, sustituto de Mbappé. Pero el capitán tenía razones deportivas, y de márketing, para permanecer en el campo todos los minutos. Sumaba nueve goles contra el Olympique con el PSG y quería superar el récord de 11 goles que ostenta Zlatan Ibrahimovic. Su sustitución, después de 65 minutos paupérrimos (31 balones tocados, 12 perdidos, ningún disparo, dos regates exitosos de cuatro intentos…) frustró el que probablemente sea su último intento, si finalmente abandona el PSG el próximo verano, como anunció el 15 de febrero en un comunicado.
Por debajo de su histrionismo, de su fingida sorpresa ante la curiosidad que despiertan sus decisiones, Luis Enrique deja entrever que se divierte con la gestión de la estrella y que nada le hará cambiar de política mientras el aburrimiento amenace su existencia en la suntuosa ciudad deportiva de Poissy. En lo que respecta al jugador, Mbappé tampoco atraviesa un momento particularmente amargo. Suma 38 goles en 38 partidos en todas las competiciones esta temporada. Su comparecencia el próximo miércoles en la semifinal de Copa contra el Rennes parece asegurada, a menos que la escalada de tensión con el técnico se dispare hasta límites desconocidos a una semana de recibir al Barça en los cuartos de final de la Champions.
“El último de mis problemas es el entrenador”, dijo en San Sebastián, después de eliminar a la Real con dos golazos, cuando alguien le preguntó por la relación con Luis Enrique. A sus 25 años, el futbolista con más potencial de crecimiento mercantil del mundo se ha convertido en una compañía francesa de primera magnitud. Todavía no supera la facturación de Luis Vuitton, pero se siente muy por encima de las contingencias mundanas de la vida cotidiana en un vestuario. Por más que en Francia aseguren haber leído en sus labios la expresión: “au putain!”.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.