El futuro Dios dirá
En la temporada pasada pasada se generó tal ansiedad en el Barça que de repente ganar una Supercopa de España era empezar una “era” y ganar la Liga fue conquistar el “futuro”
Hoy poca gente se acuerda o prefiere no acordarse, pero la temporada pasada el Barcelona de Xavi ganó la Liga. Y no venía de cualquier sitio: venía de todas las plantas bajas del infierno, incluida aquella en la que se mendigan jugadores. Yo sí me acuerdo porque no daba un duro por aquel equipo que empezó a jugar y a ganar de una manera desacomplejada. En medio de un nuevo naufragio en Europa y de la peor de las maneras (doble eliminación) y en la Copa del Rey ante el Madrid (0-4), ...
Hoy poca gente se acuerda o prefiere no acordarse, pero la temporada pasada el Barcelona de Xavi ganó la Liga. Y no venía de cualquier sitio: venía de todas las plantas bajas del infierno, incluida aquella en la que se mendigan jugadores. Yo sí me acuerdo porque no daba un duro por aquel equipo que empezó a jugar y a ganar de una manera desacomplejada. En medio de un nuevo naufragio en Europa y de la peor de las maneras (doble eliminación) y en la Copa del Rey ante el Madrid (0-4), le dio tiempo a barrer al Madrid en la final de la Supercopa española y durante todo el año en la Liga. Fue una temporada rara. El Barcelona ganaba muchos partidos 1-0 y a veces, muchas, sin merecerlo. Tuvo dos estrellas indiscutibles, una en la portería, Ter Stegen, y otra en el área contraria, Lewandowski. Ganó la Liga. No recuerdo ni a cuántos puntos dejó al Madrid, pero creo que llegó a estar a 14 de diferencia (da un placer extraño escribir estas cosas en un ordenador que te permite buscar el dato correcto en dos segundos, y decides que ni con esas).
Esa temporada se produjeron dos reacciones que chirriaron. La primera la expresó Ronald Araújo en el túnel de vestuarios después de pasar por encima del Madrid en Arabia: “¡Empieza la nueva era!”. La segunda fue el propio club, el Barça, que decidió celebrar la victoria en la Liga por las calles con este lema estampado en un autobús: “La Lliga es nostra. El futur també”. Había prisa. Es normal. El Barcelona es un club traumatizado todavía por un ciclo histórico sublimado por Messi y Guardiola de tal manera que incluso el triplete de Luis Enrique parece que tiene menos brillo que los años de Pep: ese es el disparatado listón. Se jugó tan bien que ganar no haciéndolo, o jugando menos bien que entonces, tiene un mérito relativo. Y se genera tal ansiedad que de repente ganar una Supercopa de España es empezar una “era” y ganar la Liga es conquistar el “futuro” mientras en las oficinas se sigue vendiendo el patrimonio del club y en el campo se echa a la parrilla, tal que comida rápida, chavales de entre 16 y 19 años que lo tienen todo para triunfar menos lo más importante: tiempo.
Conquistar el futuro es dificilísimo. Xavi llegó al primer equipo del Barça en aquel año en el que el Madrid acabaría fichando a Figo, dando por inaugurado el Madrid de los galácticos en el que hubo muchas pintadas en la cara cara al Barcelona (una memorable en semifinales de Champions, Zidane mediante). Cristiano llegó al Madrid en 2009 y hasta 2014 no ganó su primera Champions aquí, y luego ganó tres más: excuso contar cuántas veces le pintó la cara el Barcelona al Madrid en los primeros años (una memorable en semifinales de Champions, Messi mediante).
La vida de un futbolista es corta en correspondencia con cualquier otro trabajador, pero a veces sus carreras parecen dividirse en eras geológicas. Después de ganar un título importante la pasada temporada, el Barcelona fichó para jugar mejor, tocó piezas, se endeudó más y, sobre todo, se exigió a toda prisa no el futuro, sino el pasado: Xavi será Pep, Lamine Yamal será Messi, Pedri será Iniesta… La cosa no funcionó porque los recuerdos son intocables, invivibles, y a veces es más importante ser consciente de hasta dónde puedes llegar que de hasta dónde no. Y el Barcelona no está para inaugurar ninguna época, sino para exprimir el presente con lo que tiene o con lo que le dejan, y eso no significa no luchar por los títulos, sino hacerlo sin pretensiones de igualar el Brasil de Pelé, el Milan de Sacchi o el Barcelona de Guardiola.
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