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Mathieu Van der Poel y la frustración de un nuevo título mundial de ‘mountain bike’ que se le escapa

El neerlandés finaliza a más de cinco minutos del vencedor, Alan Hatherly, en una prueba que reivindica la enorme exigencia física y técnica de la especialidad

Tom Pidcock, gran ausente del mundial de mountain bike celebrado este domingo en Crans Montana (Suiza) hubiese definido perfectamente lo que supone correr una prueba en la élite de la especialidad: “Cada carrera supone sufrir, dolor, mucho dolor, todas son iguales, siempre. Da igual el trazado”. Mathieu Van der Poel podría asentir: en el que debería haber sido su primer título mundial de XCO, el que le falta para colocarlo en su salón, enmarcado junto a los de carretera, ciclocross y gravel, el neerlandés solo encontró dolor. Y una gran frustración: adora la bici de montaña, disfruta como un niño con su combinación de velocidad y técnica, con su ambiente y con el marco natural en el que se desarrolla. Vestir el maillot de campeón del mundo era su objetivo declarado del curso, por encima de cualquier otro vinculado a la ruta.

Nino Schurter, señalado como el campeón de mountain bike más grande de todos los tiempos, se despidió el domingo en su casa de las citas mundialistas y colgará la bici a final de temporada exhibiendo 10 títulos mundiales, oro, plata y bronce olímpicos, así como nueve victorias en la general de la Copa del Mundo, con 36 victorias individuales. Antes de la salida, Schurter buscó a Van der Poel y este hizo lo propio para departir serenamente durante el calentamiento. Un respeto mutuo del que se beneficia la especialidad: los más grandes del asfalto tienen que dar lo mejor de sí para ser competitivos. La irrupción de los grandes de la carretera en el mountain bike ha servido como estímulo para la disciplina, ha obligado a los asiduos a ponerse las pilas para crecer, incluso la industria del mountain bike se ha sacudido las telarañas para ofrecer modelos de bicicleta sencillamente deslumbrantes, con amortiguaciones inteligentes y la irrupción de la electrónica al servicio de una idea: rodar cada vez más rápido y sin distracciones. En consecuencia, el nivel es tan elevado que ni siquiera Van der Poel, el mismo que ha sabido frustrar a Tadej Pogacar, puede aterrizar y pasearse.

Hace un año, el surafricano Alan Hatherly cuajó una temporada soberbia, llevándose el título mundial y un bronce olímpico que le abrió las puertas del profesionalismo en ruta, fichando por Jayco Alula. Su temporada ha resultado discreta, a años luz del brillo cosechado por Van der Poel, ganador de la Milan-Sanremo, París-Roubaix y de una etapa del Tour. Pero ayer, Hatherly revalidó su título mundial con una superioridad insultante. Van der Poel finalizó en el puesto 29, a 5 minutos y 35 segundos, hundido, 10 puestos por detrás del mejor español: Jofre Cullell.

Sin embargo, la cita empezó bien para el neerlandés, que salió desde la quinta fila pero exhibiendo músculo se colocó entre los cinco primeros nada más empezar la segunda vuelta. Marchaba segundo cuando en un tramo del circuito, siguiendo al francés Victor Koretzky, éste se enganchó en una raíz, puso pie a tierra y creó un atasco mientras Hatherly escogía una trazada diferente y atacaba. Nadie volvió a verle. Con el horizonte despejado ante sí, el surafricano se limitó a administrar el tiempo que cosechaba en los tramos de bajada, rápidos, técnicos, exigentes. En el grupo que se formó a sus espaldas, todos empezaron a mirar de reojo a Van der Poel, el tractor al que todos deseaban subirse. Éste colocó una aceleración que significó su sentencia: se desinfló enseguida, viendo impotente como le pasaban por la izquierda y por la derecha en las bajadas, entre saltos, peraltes y raíces traicioneras. Mediada la carrera, el neerlandés se fue diluyendo inevitablemente. Puede que la mayor sorpresa en meta no fuese su discreta actuación sino el sexto puesto del danés Simon Andreassen, uno que arrancó la temporada con una caída y un traumatismo craneoencefálico que amenazaba con arruinar su temporada.

El sábado, la estrella de la ruta Puck Pieterse, vivió su propio vía crucis: marchaba quinta y sufriendo, sola, incapaz de cerrar el hueco con las mejores, cuando advirtió un pinchazo. Nunca estuvo en disposición de revalidar su título mundial que vestirá desde ahora la sueca Jenny Rissveds que corrió a su manera: atacando de salida y buscando siempre un horizonte despejado para meter tiempo al resto. Samara Maxwell y Alessandra Keller lo probaron todo para apartarla de la cabeza, sin éxito.

Las citas de XCO suelen durar una hora y cuarto en categoría masculina y 20 minutos menos en la femenina, un esfuerzo brutal que exige el 100% del corredor desde la salida hasta la llegada a meta en una mezcla tremenda de resistencia, explosividad, concentración y capacidad técnica. Cada pequeño error se percibe como un mazazo en la nuca, dos segundos perdidos aquí, otro allá, y los huecos que se abren exigen tal esfuerzo para recuperar terreno que, tarde o temprano, se pagan caro. Exige constancia y enorme dedicación la disciplina: ya lo sabe Van der Poel, que deberá tejer otro plan para asegurarse que no le falte el último maillot arcoíris al que aspira.

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