Mikel Landa se suma a la sinfonía patética de la Itzulia

El ciclista alavés se rompe la clavícula derecha y dos costillas y se une a la gran nómina de heridos de la prueba vasca, con victoria del francés Grégoire en Amorebieta

Romain Grégoire, en el centro, se impone en Amorebieta.Tim de Waele (Getty Images)

Un patinazo banal en una curva asesina. Un canal de desagüe de hormigón. Cuatro piedras enormes que cierran la entrada a un camino rural. Un prado que se convierte en el escenario de un campo de batalla. Guerreros esparcidos. Heridos. Dolientes. La fotografía de una hecatombe. Los mejores ciclistas del mundo rotos. Vingegaard, Roglic, Evenepoel… Una hecatombe. Nadie recuerda una cosa parecida. Jueves 4 de abril en el descenso a 70 por hora...

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Un patinazo banal en una curva asesina. Un canal de desagüe de hormigón. Cuatro piedras enormes que cierran la entrada a un camino rural. Un prado que se convierte en el escenario de un campo de batalla. Guerreros esparcidos. Heridos. Dolientes. La fotografía de una hecatombe. Los mejores ciclistas del mundo rotos. Vingegaard, Roglic, Evenepoel… Una hecatombe. Nadie recuerda una cosa parecida. Jueves 4 de abril en el descenso a 70 por hora del puertecillo de Olaeta, un tercera, el día en el que la cuarta etapa de la Itzulia cambió la temporada del ciclismo, casi la historia. Y el miedo que L’Équipe, en su portada, ilustra con una gran foto de Vingegaard caído, inmóvil, sobre su costado izquierdo en la hierba mientras un médico lo examina.

Al día siguiente, Mikel Landa, caído, herido, retirado, camilla, ambulancia, alargó la narrativa negra de la carrera vasca. Quinta etapa, el pelotón vuela a una media cercana a los 50 por hora, y a los pies de la subida a Urkiola, kilómetro 82, pasando por Mañaria, en la comarca vizcaína de tantos ciclistas, de los Gorospe, de los Lejarreta, como si humildemente no quisiera que su destino fuera diferente, mejor, al de su jefe y amigo Evenepoel, Landa se cae en sus carreteras junto a tres otros, Pelayo, Serrano y Gelders. Los cuatro abandonan. Él es el peor parado. Se rompe la clavícula derecha y dos costillas. Antes de la salida, en su Vitoria, habló de la caída de la víspera: “Yo conocía la curva y pude salvar, la carretera les sacó a otros. Un punto clave, una bajada complicada, se encadenaba un puerto seguido y queríamos estar adelante”. También, profético, habló de la etapa del viernes, la que terminó en la ambulancia: “Será una locura. Una carrera loca. Tengo que intentar hacer algo esta Itzulia, acabar en el podio. Puede pasar algo. Quizás no definitivo, pero algo pasará”. Su equipo, el Soudal, anunció al atardecer que el corredor de Murgia había decidido no operarse, una decisión que puede alargar los plazos de recuperación. Llegará al Tour después de una convalecencia similar a la de su líder Evenepoel, que tanto le quiere y le necesita.

Una sinfonía patética en la Itzulia más triste, la del recorrido que traiciona sus raíces, sin apenas interés ciclístico, tan soso, la de la victoria en Amorebieta, otro sprint, aunque este, por fin, con ganador de clase, el jovencito francés Romain Grégoire, de 21 años, llegador con punch en finales en cuesta. La Itzulia se decidirá el sábado en la llegada a Éibar, traicionada también la tradicional subida a Arrate, en lo que podría ser un duelo que recordara al de la pasada Vuelta a Suiza entre el líder, el danés Mattias Skjelmose, y el español Juan Ayuso, tercero en la general a solo 4s. Tan poco, salvo los sucesos, ha sucedido esta Itzulia ya sin patrón que cumplidas cinco etapas, una de ellas contrarreloj, los 23 primeros de la general están se encuentran en una horquilla de un minuto.

Una ambulancia fue una vez más protagonista de la Itzulia. La escena apocalíptica del descenso de Olaeta, el viernes, los heridos en los hospitales, sus planes trastocados, sus sueños, sus objetivos, su moral, y el ansia de la afición, se transforma en reflexiones apocalípticas, el fin del mundo como lo conocemos está cerca, se acaba un ciclismo. Tres de los cuatro grandes favoritos del Tour, la misa mayor del ciclismo que comienza en menos de tres meses, están heridos. Vingegaard, en un hospital de Vitoria, su esposa Trine a su lado, con una clavícula rota y varias costillas astilladas que se le han clavado en los pulmones provocando una contusión pulmonar y un neumotórax. Aún no ha tomado ninguna decisión sobre si operarse, cuándo, cómo, dónde. Evenepoel, con la clavícula y el omoplato derecho rotos, ya voló al mismo hospital belga, el de Herentals, en el que le operaron la cadera y el fémur que se fracturó en el Lombardía del ferragosto de 2020, y en el que hace diez días operaron de una fractura de esternón a Wout van Aert, otro de los grandes magníficos del ciclismo del siglo XXI. Los dos, el danés ganador de los dos últimos Tours, y el belga que con tantas expectativas debutará, llegarán a disputar la grande. 40-45 días de recuperación les esperan, dicen los especialistas. Antes del Tour, la primera semana de junio, intentarán disputar la Dauphiné Libéré. Evenepoel se perderá, sin embargo, la Lieja, el monumento del 21 de abril que ganó los dos últimos años. Él lo lamenta, y la afición lo llora, privada un año más de su duelo con Tadej Pogacar, caído el año pasado.

“El ciclismo ha dejado de ser un deporte de resistencia. Ahora es un deporte de velocidad”, dice en una entrevista Matej Mohoric, ciclista esloveno famoso por el descenso temerario del Poggio que le dio la San Remo hace dos años.

Ah. Los jóvenes, locos, kamikazes, supercompetitivos, y sordos a las enseñanzas de los viejos, pedaleando unas bicicletas que son un pepino de Fórmula 1, perfectamente diseñadas, sólidas, seguras, ruedas irrompibles de carbono, cadenas lubricadas con grafeno, fricción reducida al máximo, tan aerodinámicas que les permiten a los ciclistas mover como si nada platos de 56 dientes con coronas de 11 piñones, y en nada se ponen a 60, a 70 en el llano, y como tienen frenos de disco, tan buenos, solo los aprietan en el último instante.

“Ah, los jóvenes”, dice en L’Équipe Marc Madiot, director a la antigua. “Manejan la bicicleta mirando la pantalla que marca sus vatios, sus latidos, sus kilómetros, como maneja el coche un conductor de Uber que no conoce el camino, mirando la pantalla del Waze en vez de mirando al frente”.

Solo cayeron el jueves corredores de equipos importantes, los mejores. Faltaban 40 kilómetros para la meta y todos querían estar delante, todos querían acelerar, todos querían ser el primero. La ley del ciclismo actual. Si uno de los grandes, y tres guardaespaldas con él, no está donde tiene que estar, los otros atacan locos. Ninguno puede faltar. Lo dice van der Poel, el símbolo mayor, el ciclista que personifica todo y el domingo pasado ganó su tercer Tour de Flandes, lluvia, viento y montes con pavés, más rápido de la historia, a casi 45 de media, 270 kilómetros. “Si quieres ganar, tienes que estar donde todos quieren estar en los momentos cruciales”, dice el campeón del mundo en la conferencia de prensa previa a la París-Roubaix del domingo. “Creo que el elemento más peligroso en el ciclismo son los propios corredores. Todos quieren estar delante en el mismo sitio y eso no es posible. Se pueden cambiar muchas cosas para mejorar, pero nunca será completamente seguro”.

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