El Barcelona madura ante el Estrella Roja

Cinco triples de Brizuela y el trabajo de Vesely y Parker dan el triunfo a los azulgrana (76-85), que sofocan al rival y a un pabellón de lo más efervescente

Brizuela, durante el encuentro ante el Estrella Roja.ANDREJ CUKIC (EFE)

Miraba por el retrovisor el Barcelona antes de llegar a Belgrado y observaba con preocupación que solo había ganado en dos de los últimos nueve desplazamientos europeos, un irrisorio 4 de 11 en total. La vida opuesta a lo que suele suceder en el Palau, su Galia (12 triunfos de 13 choques). Y el envite en Belgrado, en el efervescente Stark Arena del Estrella Roja, pabellón que supura baloncesto, que tiene a 20.000 gargantas siempre dispuestas a dar a...

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Miraba por el retrovisor el Barcelona antes de llegar a Belgrado y observaba con preocupación que solo había ganado en dos de los últimos nueve desplazamientos europeos, un irrisorio 4 de 11 en total. La vida opuesta a lo que suele suceder en el Palau, su Galia (12 triunfos de 13 choques). Y el envite en Belgrado, en el efervescente Stark Arena del Estrella Roja, pabellón que supura baloncesto, que tiene a 20.000 gargantas siempre dispuestas a dar aliento a los suyos o cogotazos a los rivales, que es una caldera en ebullición permanente, no parecía de lo más sugerente para los azulgrana. Pero el carácter y la muñeca de Brizuela envidaron a la grande y se llevaron la partida, un triunfo del Barcelona que le ensambla como segundo de la Euroliga, que evidencia que tiene baloncesto para desmontar a cualquier oponente, por más que le falta regularidad.

Sucede, en cualquier caso, que este Barcelona está cogiendo cuajo, quizá porque también tiene callo ante las críticas. Las advertencias de Juan Carlos Navarro a los jugadores sobre lo que se puede y no se puede hacer -sobre todo absentismo en la pista y desidia en los entrenamientos, dejarse caer antes de tiempo-, también la amenaza del técnico de que los minutos no se ganaban por galones sino por meritocracia, han servido de revulsivo para el plantel, que sabe que no le alcanza para someter a los rivales con holgura -el pasado envite ante la Virtus fue la excepción que confirma la regla-, pero que si compite puede con el más pintado, incluso con el Madrid. Eso dijo en el magnético Stark Arena, escenario que no amilanó sino que agrandó al Barça, a unos jugadores que casi desde el principio de temporada sienten que deben reivindicarse ante esa frase de que lo pasado siempre fue mejor. Pero esa plantilla acumulaba tantas estrellas -ninguna como Mirotic en la pista y Jasikevicius en el banquillo- como facturas, un paso insostenible para las arcas del club. Llegaron jugadores para completar, para asumir un papel secundario a la espera de evolución o maduración. Caso de Joel Parra, que por momentos pedía paso por entrega y carácter; caso de Jabary Parker, que le ha comido la tostada a Óscar da Silva, al punto de que ya es titular y capataz de los minutos importantes; y caso de Darío Brizuela, que le ha costado coger color y forma pero que a cada encuentro que pasa expresa ese baloncesto tan plástico suyo, de bombas y lanzamientos de carga rápida. Y, gallardo como es, encontró en la olla de Belgrado el ecosistema perfecto.

Se repartían de inicio golpes a ambos lados de la red, sobre todo estilísticos de Parker y Vesely por el Barça; y más primarios pero igual de efectivos de Bolomboy, que se hacía el rey de la pintura porque balón huérfano, balón que se quedaba y traducía en canasta. Pero la mejor sinfonía llegaba desde el perímetro, con una devastadora racha de cuatro triples consecutivos de Brizuela. Chof, chof, chof y chof. Brecha para el Barça que desfilaba al entreacto con una ventaja expresiva (32-45) y con la sensación de que podía maniatar al rival, también llevar el tempo del duelo.

No se encontraba el Estrella Roja, gatillazos continuados desde la periferia, pocos recursos para desconchar al ejercicio defensivo azulgrana, acaso los mates de Bolomboy. La bola, el protagonismo, y la felicidad, la tenía, lo reclamaba y la gozaba el Barcelona, de nuevo con un Brizuela en erupción -otro triple desde su casa- y con el coloso Vesely y el elegante Parker como escuderos. Una versión sofisticada de los azulgrana que, sin embargo, se discutía con la línea de los tiros libres. Una tara sin solución en lo que va de curso. Una excusa, también, para que el aficionado del Estrella Roja no perdiera el compás en su azuzo y, por consiguiente, sus jugadores no bajaran los brazos antes de tiempo. Por eso el Mago Teodosic salió a pista para repartir caramelos; por eso Nedovic se puso el mono de trabajo para castigar poco a poco con tiros desde media distancia; y por eso Bolomboy seguía con sus mates. Un 51-64 a falta del prólogo, una distancia considerable que la hinchada del Estrella Roja veía salvable.

No entendió lo mismo el Barcelona, que volvió a hacer un ejercicio coral, que jugó como los mosqueteros -todos para uno y uno para todos- y que pudo someter a un Estrella Roja que no cesó en su empeño, inmune al desaliento. Acortaron distancias Dos Santos y Gillespie, pero Brizuela volvió a decir la suya, otro triple en el zurrón, otro guantazo. A eso se le sumó el temple de Laprovittola, el líder silencioso del equipo, nervios de acero y muñeca de oro, y se acabó lo que se daba. Fue la noche de Brizuela pero también el día en el que el Barça se dijo que esto ya es otra cosa.

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