La leyenda alemana derrumba a la Real

El Leverkusen marca sus dos goles en los minutos 45 y 91 para arruinar el tanto de Vela

Hegeler marca de falta el segundo gol de LeverkusenMartin Meissner (AP)

El reloj le miró de reojo a la Real Sociedad y le dijo: ‘No tienes nada que hacer. En el límite del tiempo reglamentario te la voy a jugar y te voy a amargar la noche’. Minuto 45: gol del Bayer. Minuto 91: gol del Bayer. Entre medio, una Real con dos caras, conservadora y fría la primera; aguerrida e inteligente la segunda. Pero el marcador miraba al tiempo límite, al máximo riesgo, algo que los equipos alemanes han convertido en leyenda. Si tiene que pasar algo sorprendente, inesperado, caerá de su lado. Y cayó como un rayo. Bueno, como dos, en el mismo sitio, en la misma red.

La Real,...

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El reloj le miró de reojo a la Real Sociedad y le dijo: ‘No tienes nada que hacer. En el límite del tiempo reglamentario te la voy a jugar y te voy a amargar la noche’. Minuto 45: gol del Bayer. Minuto 91: gol del Bayer. Entre medio, una Real con dos caras, conservadora y fría la primera; aguerrida e inteligente la segunda. Pero el marcador miraba al tiempo límite, al máximo riesgo, algo que los equipos alemanes han convertido en leyenda. Si tiene que pasar algo sorprendente, inesperado, caerá de su lado. Y cayó como un rayo. Bueno, como dos, en el mismo sitio, en la misma red.

La Real, con sus dudas y con su fe, fue cumpliendo satisfactoriamente los fetiches que acompañan al Bayer Leverkusen en su andadura futbolística. Resistió con agobios su salida impetuosa, superó después el tramo fatídico que va del minuto 15 al 30, donde la hueste de Hyypya saca la daga y corta el fútbol con traza de carnicero. En ese rango, incluso se permitió el lujo de adormecer al león con dardos tácticos, lanzados a la yugular del equipo alemán (es decir, al cuello futbolístico de Simon Rolfes, el genérico de la mágica aspirina). Pero allí, cuando el embrujo de la estadística estaba a punto de fenecer para convertirse en puras adormideras, en el estrechísimo límite que separa el terreno de juego de la caseta, apareció Rolfes, el rubio que posee el don de la ubicuidad, el que parece que no corre y está en todas partes, para cabecear primero una falta sacada por Sam y empujar el rechazo ágil de Bravo. Era el minuto 45, cuando se iba a parar el reloj, cuando las brujas se iban al salón.

B. LEVERKUSEN, 2 - R. SOCIEDAD, 1

Bayer Leverkusen: Leno; Hilbert, Wollsheid, Toprak, Boenisch (Can, m. 69); Reinartz, Bender, Rolfes, Sam (Hegeler, m. 84); Kiessling y Son (Kruse, m. 68). No utilizados: Palop; Donati, Spahic y Derdiyok.

Real Sociedad: Bravo; Carlos Martínez, Mikel González, Iñigo Martínez, De La Bella; Markel, Elustondo, Zurutuza (Ros, m. 89); Carlos Vela, Seferovic (Aguirretxe, m. 68) y Griezmann (Chory Castro, m. 83). No utilizados: Zubikarai; Ansotegi, Cadamuro y Rubén Pardo.

Goles: 1-0. M. 45. Rolfes. 1-1. M. 51. Carlos Vela, tras recoger el rechace de un penalti que le había parado Leno. 2-1. M. 91. Hegeler.

Árbitro: Sergei Karasev (Rusia). Amonestó a Mikel González, Carlos Vela y Leno.

30.000 espectadores en el Bay Arena.

La Real había encarado el partido con las precauciones necesarias, poblando el centro del campo y vigilando a Rolfes con el ojo, con el rabillo y con el oído. Por su cueva nace el peligro y la Real le puso algunas piedras en el camino. No las suficientes como para evitar el mal mayor, pero sí las suficientes para frenar el previsible avasallamiento. El problema de la Real es que la manta no llegaba hasta el área contraria, sus ataques eran inofensivos, más obligados que deseados.

Pero la adormidera funcionaba. El Bayer solo despertaba con los caracoleos de Sam, un activista inagotable y los centros del coreano Son. Entre Sam y Son, mediaba Kiessling, más imponente que importante. La Real respiraba hasta que el gol de Rolfes le heló el alma. Pero el vestuario se la rescató. Por la razón que fuera (el impacto del gol, los reajustes, la conjura, el vértigo), la Real fue otra cuando cambió de lugar en el campo. Como si de pronto jugara cuesta abajo, como si la vertical de la portería fuera un carril bici sin obstáculos. De pronto surgió la mejor versión de Zurutuza, la mejor cara de Carlos Vela, la más incisiva de Griezmann. Y a falta de una jugada genial, llegó una diagonal que concluyó en penalti claro de Hilbert a Vela que el propio mexicano se encargó de lanzar apurando el suspense y el intríngulis porque Leno lo despejó hacia afuera pero Vela llegó el primero y lo envió a la red.

La Real ya tenía la pátina de Lyon, la del equipo ágil, elástico, que planea sobre el campo más que corriendo, oteando el horizonte, bien sujetado por el trabajo sordo de Elustondo que acabó por arrinconar a Rolfes a las zonas baldías del campo y, por lo tanto, al ostracismo de Kiessling, un anónimo del área ocultando su prestigio bajo el aliento de Iñigo Martínez y Mikel González.

Lo extraño fue que Carlos Vela, 10 minutos después de abrochar el penalti al segundo toque, con Leno de por medio disparase al cuerpo del portero, solo, abandonado por los defensas, olvidado del mundanal ruido tras un pase magnífico del omnipresente Zurutuza. A Vela se le apagó la llama de la mínima imaginación y, como un juvenil, se ofuscó con el verde fosforito del portero y le tiró a dar. Y le dio. De lleno. Algo inusual en un futbolista listo por naturaleza.

Fue el momento de la Real, el del puñetazo en la mesa, el del grito al viento y a la vida de la Champions. Pero tropezó con el corpachón de Leno, quieto como una farola, pero en el sitio justo para recibir el topetazo. Estaba muerto el Bayer, con sus alfiles arrinconados y la Real rebuscando oportunidades en el Bay Arena, moviendo la sopa desde atrás desde lo profundo del centro el campo y desde el burbujeo de sus pompas en el área.

Pero el fútbol es un arte caprichoso y el Leverkusen encontró su salvación en la extremaunción. Marcó en el minuto 45 y en el 91, cuando Hegeler convirtió un libre directo en un balón a la escuadra del sorprendido Bravo. Fue como un asalto en un callejón oscuro, una suerte del destino, un homenaje a la vieja historia futbolística alemana que te obliga a ser precavido incluso cuando te vas al vestuario, no fuera que el silbato final no lo diera el árbitro sino un espectador juguetón.

Todo un castigo para una Real a la que le sobraron dos minutos, uno en cada tiempo. Le hubiera bastado con que el árbitro mirase mal el reloj para haber sobrevivido y hecho justicia para un partido que se partió en dos mitades. Una fue para el Bayer, otra para la Real, pero el equipo alemán se despidió en ambas con un premio inesperado como un homenaje a la leyenda alemana, una leyenda que no entiende de justicia sino de costumbres.

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