Mireia contra el pesimismo

La catalana ha aliviado las angustias españolas cuando se acumulaban las señales fatalistas ● España no tardaba tanto en subir al podio desde los Juegos de Seúl en 1988

Belmonte enseña la medalla de plata.Vídeo: Mark J. Terrill

Mireia Belmonte resucitó justo a tiempo. Y lo hizo a lo grande, como se esperaba de ella, con una plata en 200 mariposa tras una carrera soberbia en la que fue primera buena parte de la prueba. La catalana no solo respondió de forma maravillosa, sino que prendió la mecha que tanto necesitaba la delegación española. Porque a la España de Londres, periodistas, directivos, atletas o aficionados, ya se le había puesto cara de perdedora, un semblante desconocido en los últimos 20 años, desde la gran juerga del 92. El ...

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Mireia Belmonte resucitó justo a tiempo. Y lo hizo a lo grande, como se esperaba de ella, con una plata en 200 mariposa tras una carrera soberbia en la que fue primera buena parte de la prueba. La catalana no solo respondió de forma maravillosa, sino que prendió la mecha que tanto necesitaba la delegación española. Porque a la España de Londres, periodistas, directivos, atletas o aficionados, ya se le había puesto cara de perdedora, un semblante desconocido en los últimos 20 años, desde la gran juerga del 92. El deporte, foco constante de portadas optimistas en los últimos tiempos, no encontraba el gancho en estos Juegos. A ello contribuyó Belmonte. Justamente a ella, tan frágil mentalmente en ocasiones, le correspondió romper amarras, sacudir al viejo pesimismo español que ya atenazaba a todos.

La cita olímpica oscila entre los previstos y los imprevistos, pero España no atinaba en ningún caso. Con el yugo del fatalismo, emergió Mireia, un oasis en la depauperada natación española. En Londres, a España le costó tanto la primera medalla como en Seúl 88, justo antes de los confetis de Barcelona, lo que hacía presagiar el regreso a un pasado de barbecho puro.

Pese a la gran Mireia Belmonte, el deporte español comienza a mostrar algunos costurones

Desde el arranque de los Juegos, el goteo de españoles eliminados es constante, incluso algunos con resultados lamentables: por ejemplo, Aschwin Wildeboer, líder de la natación en tiempos recientes y ayer 26º en 200 metros espalda, o tantos y tantos que han caído a la primera. Algunos han rozado el podio, como los piragüistas Ander Elosegi, cuarto el martes, y ayer Samuel Hernanz, quinto; pero no abundan.

Mireia alivió una situación peligrosa. La delegación comenzaba a metabolizar la pesadumbre hasta el hueso. Una espiral fatídica, con la pataleta del mal fario, el viejo victimismo que todo lo enmascaraba.

Es cierto que España cuenta con ausencias notables, pero sus adversarios no son inmunes a ese virus. Hay bajas que no justifican nada, como la Thiago en fútbol. No hay excusa posible para tan desastroso campeonato, cerrado con otro borrón, un 0-0 con Marruecos. La selección de Milla se ha ido sin marcar un gol, todo un récord, sin duda. Tampoco están Nadal y lo mejor del ciclismo —Alberto Contador, Óscar Freire y Samuel Sánchez— y desde hace meses se cayó Ricky Rubio. Y hasta Delgado se ha puesto enfermo, el caballo de Beatriz Ferrer-Salat, amazona que logró plata y bronce en Atenas 2004 en la prueba de doma. Por el camino, Rafa Trujillo se fue al mar cuando iba líder en su regata; al equipo de waterpolo masculino no le concedieron un gol legal; al de hockey le han lesionado a sus dos mejores jugadores —Santi Freixa y Pol Amat—; el de balonmano recibió el gol definitivo ante Dinamarca cuando faltaban tres segundos; y a Luis León Sánchez se le rompió la cadena de la bicicleta en la primera pedalada de la contrarreloj de ayer… Cuestiones, al fin y al cabo, accidentales, propias del deporte, pero que se digieren aún peor cuando esponjan y generan una corriente negativa, un contagio desmoralizador. Todo eso quizá lo haya borrado Mireia.

El modelo del 92 ha quedado obsoleto y su explosión en los deportes más profesionalizados no ha tenido correspondencia en aquellas disciplinas sin otros grandes escaparates que los Juegos

Infortunios y otros embrujos al margen, pese a la gran Mireia, España comienza a mostrar sus costuras. Su modelo del 92 ha quedado obsoleto y su explosión en los deportes más profesionalizados —fútbol, baloncesto, tenis, motor…— no ha tenido correspondencia en aquellas disciplinas sin otros grandes escaparates que los Juegos. El retroceso en atletismo ha sido elocuente; en la gimnasia no hay secuelas tras Gervasio Deferr y en la natación la última espontánea ha sido Belmonte, como antes Sergi López o reclutados como Martín López-Zubero y Nina Jivaneskaia.

Es precisamente en el agua, donde, como anoche, se aventuran las mejores noticias para España, con la vela, el mejor vivero de medallas, las paladas de Maialen Chorraut (hoy) y David Cal, y las chicas de la sincronizada. Por ahí pasa la opción de que España no se ahogue del todo. Quizás así alivie su presente, pero que algunas medallas que vayan cayendo no distraigan de un futuro inquietante.

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