El fin de una ilusión: auge y derrumbe del sueño chileno
El triunfo de Kast fue tan arrollador que no se explica solamente por la poderosa corriente anti-boricista que recorre a Chile desde hace ya un buen tiempo
De modo completamente previsible, la elección presidencial chilena se saldó con el triunfo aplastante del candidato ultra-conservador José Antonio Kast ante la candidata comunista y de todas las izquierdas Jeannette Jara. Ni siquiera la amplitud de la victoria llama a sorpresa: con un margen de casi 58%-42%, el triunfo de Kast fue tan arrollador que no se explica solamente por la poderosa corriente anti-boricista que recorre a Chile desde hace ya un buen tiempo (de la cual las izquierdas nunca tomaron conciencia, tampoco el gobierno). Con esta victoria del candidato de todas las derechas, es un ciclo de seis años de historia que se cierra, clausurando vaya uno a saber por cuanto tiempo el sueño chileno de cambio social.
Ese ciclo se inició con el estallido social de octubre de 2019, en el que participaron millones de chilenos protestando de modo pacífico, lo que fue registrado por las encuestas (la adhesión a este acontecimiento volcánico, cuyo nombre lo describe perfectamente, fue altísima). Su degradación en violencia nihilista fue tan traumática que, es mi hipótesis, las izquierdas están pagando hasta el día de hoy muy cara su ambigüedad ante lo que fue un verdadero embrujo. Para salir de esta crisis imponente, la política de partidos no encontró otra forma que encausar las masivas protestas hacia un proceso de cambio de Constitución, el que se inició con un plebiscito de entrada en octubre de 2020 (80% de los chilenos votaron a favor del cambio de Constitución mediante una asamblea de convencionales elegida al sufragio universal voluntario, aunque con el 50% de abstención). Esta salida fue correcta, y refleja lo mejor de la política chilena en una coyuntura de crisis: otra cosa es el fatídico desenlace. Tras este primer plebiscito, una Convención Constitucional de 155 miembros fue elegida en mayo de 2021, la que fue enteramente dominada por todo tipo de izquierdas, especialmente por una lista de izquierda ultra conocida como La Lista del Pueblo (aunque con el 57% del electorado absteniéndose de sufragar, lo que fue obviado a favor de todo tipo de sobre-interpretaciones de esta asamblea constituyente). Este abstencionismo recurrente debiese haber alertado que todo no era exactamente ensoñación, y que había muchos chilenos indiferentes, y molestos frente a lo que estaba ocurriendo en el país. Entre el estallido social y durante la Convención, es todo un sueño de transformación social que se edificó, el que muchos chilenos resintieron como refundacional. Se trató de una Convención altamente performática en identidades y conductas, una teatralización que acompañó de punta a cabo todo el proceso de redacción de un nuevo texto constitucional: para hacerse una idea de esta performance, hubo una propuesta de abolición de los tres poderes del Estado, algo inimaginable, una idea de chiflados que no obtuvo ningún apoyo. Lo relevante de entender, a menudo se olvida, es que llegó a esa Convención una gran cantidad de convencionales de izquierdas, quienes manifestaron muchas veces su singularidad: la de no haber nunca militado en partidos, y de no haber sido nunca escuchados a lo largo de sus vidas, ni como activistas ni como personas. Si de sueño pudo tratarse, pues bien, aquí hay muy buenas razones para entender su génesis.
La elección de un joven presidente de nueva izquierda, Gabriel Boric, contribuyó poderosamente a sostener ese sueño de cambio social, al imponerse en 2021 ante el mismo candidato Kast de 2025 por un margen de diez puntos (55%-45%, aunque de nuevo con una tasa de abstención del orden del 45%). Sin embargo, todo comienza a derrumbarse con el plebiscito de salida en el que se buscaba aprobar con voto obligatorio una nueva Constitución: es así como, en 2022, el 62% de los electores y con el 85% de participación rechazaron el nuevo texto. Con ese resultado, comenzaba a desmoronarse el sueño chileno, lo que se confirmó con la elección de una nueva asamblea (un Consejo Constitucional) enteramente dominada por las derechas, bajo el liderazgo del Partido Republicano de derecha ultra. Es cierto que este Consejo fue francamente intrascendente, cuyo texto de derechas fue también abrumadoramente rechazado mediante voto obligatorio en un segundo plebiscito de salida.
Es en este contexto que la figura de José Antonio Kast se consolida. Su elección como nuevo presidente en diciembre de 2025 es el resultado casi lógico de seis años de historia: es como si la historia hubiese dado a luz, naturalmente, a una criatura que no sabemos si será una figura familiar para la política chilena o una bestia. Lo que agrava esta situación para las izquierdas es que, en primera vuelta, emergió un candidato genuinamente populista (Franco Parisi) promovido por el Partido de la Gente, quien obtuvo casi el 20% de los votos, y sobre todo una figura nueva de la extrema derecha libertaria Johanness Kaiser con el 14%. Algo muy grave tuvo que ocurrir en Chile en estos últimos seis años para que dos candidatos de extrema derecha capturaran la friolera del 38% de los votos en primera vuelta.
Las izquierdas necesitan abordar con honestidad política e intelectual todo lo que ha pasado: en este acto de reflexividad, no debiese haber límites, dado lo dramático de lo que acaba de ocurrir. No hay ninguna garantía de que las izquierdas estén a la altura de las circunstancias de esta grave derrota. No se trata, en este momento, de reconfigurar el sueño chileno. Se trata de sobrevivir en un clima global de hostilidad a la democracia representativa, eso que se llama “iliberalismo”.