¿Nace el ‘jarismo’?
Es evidente que Jeannette Jara dejó atrás la narrativa ‘posmaterialista’ e identitaria que tuvo su clímax en la Convención Constitucional y en la primaria Boric–Jadue de julio de 2021
Tras una campaña agotadora, ya faltan pocas horas para saber quién será el próximo presidente de Chile. Todo indica que Jeannette Jara la tiene difícil. En los metros finales no logró dar un golpe al tablero que cambiara la tendencia a favor de su contrincante. O quizás no quiso hacerlo porque está comprometida en un juego más lento pero no menos ambicioso que ganar ahora la Presidencia de la República.
Aun si pierde, la campaña de Jara marca un quiebre profundo con el tipo de izquierda que se impuso desde el movimiento estudiantil de 2011. No es explícito; quizás tampoco premeditado; pero no hace falta saber de hermenéutica para leer las señales.
Partamos por su posicionamiento personal, por el lugar desde el que habla. Jara no lo hace como joven, al estilo Boric, porque no lo es. Tampoco lo hace como mujer, que fuera el sello de Bachelet. Ni como guardián de la República, como lo hizo Lagos. Jara habla desde su origen popular. Ésta es su fuente de identidad. Como Lula: alguien que conoce los problemas de la gente no por estadísticas o estudios, sino porque proviene de ahí; porque ahí nació y se educó, ahí vive su familia, ahí están sus raíces. Su origen popular se sobrepone a su condición de mujer, de persona de izquierda y de militante comunista.
Sigamos con su discurso. Es evidente que Jara dejó atrás la narrativa posmaterialista e identitaria que tuvo su clímax en la Convención Constitucional y en la primaria Boric–Jadue de julio de 2021. La mejor prueba de ello la dio en el debate del pasado martes. Ante la disyuntiva de seguir adelante con un proyecto de construcción de una planta para producir Hidrógeno Verde o rechazarlo para proteger uno de los últimos cielos oscuros y prístinos del mundo y permitir el desarrollo de la actividad astronómica, Jara señaló que, si tuviera que optar, avanzaría en el proyecto “pensando en el empleo y también en las posibilidades que se abren para Chile los próximos años. Hay una gran capacidad exportadora que podemos explotar y crecer”.
En esto Jara no está sola. Osvaldo Andrade, por ejemplo, un influyente dirigente socialista, viene desde hace años defendiendo el mismo enfoque, en su caso a raíz del proyecto Dominga. La producción y el empleo bien valen algunos costos para el medioambiente y la comunidad científica. Es un quiebre ontológico respecto de la hegemonía impuesta por la izquierda que representaron el Boric de 2021 y la Convención Constitucional.
En su campaña Jara fue consistente en esta materia. Su foco fue cómo llegar a fin de mes, no cómo evitar el fin del planeta. Habló de seguridad, no de dignidad; de las deudas, no de la diversidad; de la casa propia, no de los espacios públicos; de la unidad nacional, no de la emancipación indígena; de jóvenes delincuentes, no de jóvenes combatientes; de las 40 horas, no del fin del extractivismo; del alza de las pensiones, no del fin de las AFP.
A Jara se la vio cómoda anunciando medidas concretas, sin poesía ni mega relatos. Lo suyo son reformas para hoy, no para un mañana ideal. Presentó como su principal atributo la capacidad para construir acuerdos que mejoren ahora mismo la vida de la gente —aunque esto implique ceder—. Imputó a su contrincante carecer de la misma disposición.
Lo que Jara prometió, en suma, fue gestión, no ideología; negociación, no lucha de clases; gradualismo, no refundación; pragmatismo, no idealismo. Todo esto quedó reforzado al reunirse con el embajador de Estados Unidos, que aún no ha presentado sus cartas credenciales, no con los de Venezuela, Cuba, Rusia o China. Todo esto representa un quiebre brutal ya no sólo con la nueva izquierda, sino con el curso que siguiera el Partido Comunista a partir de 1980, el cual nunca ha sido reevaluado con la debida profundidad.
¿No habrá sido oportunismo de última hora para atraer al votante de Parisi?, piensan muchos. Quizás fue la motivación inicial, pero los efectos no son inocuos. Basta con haber ojeado a Erving Goffman o Pierre Bourdieu para saber que llega un momento en que las acciones instrumentales reiteradas dejan de ser fachadas o actuaciones y terminan reconfigurando identidades. Con su campaña, Jara bien podría estar provocando, sin haberlo previsto, una honda reconfiguración de la izquierda chilena.
Si Jara gana el domingo es obvio, pero supongamos que solo alcanza un resultado digno. Esto bastaría para dejar al PC en la pole position. Pero no al PC de Carmona y Jadue, sino al del jarismo: un PC encabezado por una generación que mostró su peso en el Gobierno de Boric, en las parlamentarias y que estuvo a la cabeza de la campaña presidencial del campo progresista.
El aliado natural de un PC aggiornado no será el FA, como lo fue hasta hace poco: volverá a ser, como antes, el PS. El 11 de noviembre no obtuvo gran votación (tampoco el PC), pero sí la suficiente para ser el fiel de la balanza. En torno a Jara –como en el pasado lo fue en torno a Salvador Allende–, podríamos estar ante el reestablecimiento del antiguo eje socialista-comunista.
Si tal cosa se produce quedarán dos deudos: el PPD y el Frente Amplio, que tenían en su horizonte algún tipo de convergencia con el PS. El primero deberá retomar su intento original de encontrar un lugar en el centro junto a radicales y liberales, para disputar ese espacio al PdG. En cuanto al FA, le viene un largo duelo en el que tendrá que preguntarse qué pasó: teniendo todo a su favor, tuvo que conformarse con haber normalizado el país tras una emergencia que él mismo —entre otros— ayudó a crear.
Las campañas dejan marcas. La que termina este domingo podría catapultar el surgimiento del jarismo, y esto podría reordenar el campo progresista por mucho tiempo.