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El cuidado empieza en el barrio: por qué los sistemas de cuidados solo serán posibles desde los municipios

América Latina tiene la oportunidad de construir un modelo propio de cuidados. No una réplica del Estado de bienestar europeo, sino un diseño profundamente latinoamericano: territorial, comunitario, interdependiente y democrático

En América Latina, el cuidado dejó de ser un asunto privado. Hoy es un limitante estructural para el desarrollo, un eje de desigualdad de género y uno de los principales factores que tensionan las economías domésticas, los sistemas de salud y la cohesión social. El tema entró a las agendas no por cortesía conceptual, sino porque se volvió imposible de ignorar.

La sobrecarga de cuidado no remunerado es la principal barrera para la autonomía económica de las mujeres. Según CEPAL y ONU Mujeres, explica casi el 70% de las brechas de participación laboral. En paralelo, vivimos el envejecimiento más acelerado del planeta, con un aumento sostenido de la dependencia física y cognitiva. Y todo esto ocurre en un contexto donde la familia —ese sostén histórico— se ha achicado, dispersado y feminizado, dejando cuerpos insuficientes para una demanda de cuidados que crece sin pausa.

A esto se suma un fenómeno que suele mirarse poco: el aumento del gasto sanitario asociado a problemas que no son sanitarios. Los hospitales están llenos de personas mayores que no debieran estar hospitalizadas; la atención primaria está saturada por condiciones sociales, de soledad, de fragilidad o deterioro cognitivo que ningún programa clásico resuelve. El costo público de no tener cuidados es altísimo.

Pero más allá del diagnóstico estructural, hay una afirmación que necesito instalar con fuerza: ningún sistema nacional de cuidados será viable si no se construye desde los municipios y los barrios. Los cuidados no ocurren en un ministerio, ocurren en una dirección concreta. En el barrio sin veredas, en la casa donde una cuidadora sostiene sola a un adulto mayor dependiente, en el consultorio que cierra temprano, en la escuela lejana sin transporte. El territorio es donde se expresa la desigualdad y también donde se construyen las soluciones.

En nuestra región, los municipios son la primera línea de contención. Ahí se detecta a la persona mayor abandonada en un hospital, a la cuidadora exhausta, al niño o niña sin sala cuna, a las familias que colapsan por falta de apoyos. Son los gobiernos locales quienes “ponen el cuerpo” cuando los sistemas centrales no llegan. Y aun sin marcos legales plenamente consolidados, ya están creando los primeros eslabones de sistemas locales de cuidados.

La evidencia reciente de Mercociudades y de distintas asistencias técnicas que hemos desarrollado en la región coincide en lo mismo: los avances más significativos ocurren cuando el municipio no es solo ejecutor, sino articulador. Porque la política de cuidados es, antes que todo, política territorial.

Ahí aparece el concepto que hoy define el futuro de esta agenda: el ecosistema comunal de cuidados. Un sistema integral no puede descansar en un solo actor. Requiere la alianza entre el Estado que garantiza derechos, el municipio que acompaña, la comunidad que sostiene vínculos, las organizaciones sociales que movilizan, el sector privado que innova y la academia que entrega evidencia y formación. Cuando estos actores se conectan, el territorio se vuelve una plataforma de bienestar y no de desigualdad.

Los barrios son, además, la política de prevención más económica y efectiva de la región. Es ahí donde se evita que una persona mayor llegue innecesariamente a un hospital; donde un servicio de teleasistencia puede salvar una vida; donde una sala cuna permite que una mujer vuelva a trabajar; donde una red comunitaria reduce la soledad; donde se previene la dependencia con entornos accesibles y acompañamiento oportuno. Invertir en cuidados comunitarios no es un gasto: es un ahorro estructural.

Por eso, aunque avancemos en leyes nacionales —urgentes y necesarias—, un sistema central será letra muerta si no conversa con los ritmos, capacidades y desigualdades de los territorios. Sin municipios fortalecidos no habrá detección temprana, ni acompañamiento, ni prevención, ni gobernanza real de los cuidados. Sin comunidades vivas no habrá redes, confianza ni sentido de pertenencia.

América Latina tiene la oportunidad de construir un modelo propio de cuidados. No una réplica del Estado de bienestar europeo, sino un diseño profundamente latinoamericano: territorial, comunitario, interdependiente y democrático. Un modelo donde cuidar no sea destino femenino, sino política pública con derechos, recursos y reconocimiento.

El futuro de los cuidados —y de nuestras democracias— se juega en los barrios. Porque ahí es donde la vida ocurre. Y porque ahí es donde puede comenzar, por fin, un sistema integral de cuidados que garantice autonomía, dignidad e igualdad para todas y todos.

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