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Noam Titelman: “Las personas terminan valorando a los políticos dispuestos a defender posiciones impopulares”

El académico chileno, militante del Frente Amplio, afirma que en estas elecciones todavía no ha visto “esa posición impopular que la izquierda está dispuesta a defender”

Incluso si está lejos, como ahora, Noam Titelman (Jerusalén, 38 años) es de quienes observan metódicamente la política chilena, y acaso un poco más si las presidenciales y parlamentarias están encima. Desde la ciudad canadiense de Calgary, en cuya universidad es hoy investigador, aborda el momento político a la luz de sus ámbitos de especialidad -política comparada, comportamiento electoral, progresismo chileno-, pero también de las peculiaridades que han modelado su experiencia.

Ya en 2012, el mismo año en que el futuro presidente Gabriel Boric lideraba la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), este egresado de Ingeniería Comercial y Letras era su homólogo en la FEUC, que agrupa a los alumnos de la Universidad Católica. Al año siguiente, cuando Boric, Camila Vallejo, Giorgio Jackson y otros de su generación llegaron al Congreso, Titelman se movió al espacio del pensamiento, creando la Red de Estudios para la Profundización Democrática (RED), y más tarde partió a estudiar a la London School of Economics, donde se especializó en métodos de investigación social.

Hoy, dice que mantiene su militancia en el Frente Amplio, la coalición que en 2017 reunió a una joven izquierda desperdigada y que ahora, reconvertida, es el partido del presidente Boric. Aclara, sin embargo, que eso no lo inhibe de reflexionar públicamente acerca de la suya o de las demás colectividades, ni de hacer análisis, investigaciones o encuestas. Aunque confiesa que ahora tiene más cuidado, porque tiempo atrás se metió en un lío por andar poniéndole nota al actual gobierno en una entrevista (“quién cresta soy yo para andar poniéndole nota a quien sea”, cavila hoy, más bien arrepentido).

En conversación con EL PAÍS, dice Titelman que trata de tomar distancia prudente del ensimismamiento académico y de la pulsión opinológica. “Hay un punto medio”, afirma apoyándose en Edward Said, quien habló del crítico secular, “capaz de reconocerse en un espacio del campo político y, simultáneamente, dispuesto a criticar ese mismo campo”. Pero, con todo, hay bemoles. No por nada considera que la suya es “una posición que puede ser incómoda para los que esperan que uno sea portavoz, pero también para los que esperan que uno se mantenga ajeno de los debates contingentes. A veces es bueno incomodar un poco”.

Lo anterior puede hacer suponer que de su lado habrá garrote y zanahoria, por de pronto con sus coetáneos que hoy están en La Moneda, el mismo palacio donde las encuestas sugieren que en marzo llegará la derecha, tradicional o extrema.

“Tengo la impresión de que este es un buen gobierno y lo creo, sinceramente, muy lejano de alguna expectativa desmesurada que hubo al comienzo, pero también muy lejano de cierto discurso catastrofista que trata de decir que está todo mal”, plantea el analista para comenzar. Más adelante aborda la situación internacional de la izquierda, tanto para diagnosticar -“el progresismo está en crisis en el mundo […] en todas sus versiones posibles”- como para acusar: “En algunas ocasiones el progresismo, o la izquierda, han terminado aprendiendo la lección equivocada”.

¿A qué se refiere con esto último el autor de La nueva izquierda chilena (2023)? A más de una sola cosa. Por ejemplo, a que “una lección que [se puede] aprender de los discursos de la derecha radical es que a veces vale la pena defender ciertas posiciones, aunque sean impopulares”. Como se ha visto con José Antonio Kast y Johannes Kaiser, prosigue el argumento, “en algún momento las personas terminan valorando a los políticos dispuestos a defender posiciones impopulares. Y en estas elecciones todavía no he visto esa posición impopular que la izquierda está dispuesta a defender”.

¿Cuál centro?

Dicho lo anterior, y más allá de lo inconducente que le parece el populismo de izquierda como respuesta al populismo de derecha (“electoralmente, ha sido un desastre”), parece Titelman creer en que hay un futuro para la izquierda. Incluso en lo inmediato, partiendo por los méritos que reconoce en la favorita para ganar la primera vuelta de este domingo, la exministra del Trabajo y militante comunista Jeannette Jara:

“Una de sus grandes ventajas [durante la campaña] fue que, gracias a que en buena medida no fue empujada por la dirigencia del Partido Comunista, estuvo forzada a salir de su cámara de eco”.

Asimismo, inscribe a Jara en esa tipología que consigna tres tipos de candidatos: el estadista (del tipo Ricardo Lagos), el cercano (en plan Bachelet, pero también Jara) y el polemista, o guerrero feliz. Esta última categoría -la del candidato más bien peleador, que va al frente- pudo ser la de Evelyn Matthei, que ha demostrado fuelle en esos ámbitos, pero no fue, dados los variados pasos en falso e inconsistencias de la candidata de Chile Vamos, Amarillos y Demócratas. Más aún, considera Titelman que la exalcaldesa de la comuna de Providencia “ha terminado encarnando una candidatura de la nostalgia”. Sin embargo, advierte un problema mayor en quien hoy se proclama heredera del dos veces presidente Sebastián Piñera:

“La idea de tener un candidato que es dos cosas contradictorias al mismo tiempo difícilmente puede sumar. Y yo creo que esa fue la maldición permanente de la candidatura de Matthei: un día llamaba a la unidad, trataba de presentarse como la Angela Merkel chilena, la candidata de la moderación y del encuentro, y al día siguiente era la candidatura del ‘gobierno de atorrantes’ y de legalizar la pena muerte, y de que buscar saber qué ocurrió con los detenidos desaparecidos era una forma de venganza”.

“El titular de su candidatura [Matthei] siempre fue ‘somos iguales a Kast’ y la bajada era ‘pero traemos gobernabilidad porque tenemos más experiencia’”, prosigue el investigador. “Y uno de sus desafíos importantes va a ser explicar por qué son diferentes de la derecha radical. No basta solamente con apuntar con el dedo y decir, ‘ellos son la amenaza a la democracia’”.

Con lo anterior no se agotan, faltaría más, los problemas que tensionan hoy la República. Entre varias otras cosas falta algo que podría llamarse el misterio del centro, de ese espacio articulador de acuerdos que por décadas cumplieron radicales y democratacristianos, pero que hoy no parece existir:

“Yo creo que uno de los fenómenos más complejos de la política chilena de la última década ha sido el desfonde de un centro que se ha terminado asociando a la nostalgia. Y es interesante, porque en casi todas las elecciones de los últimos años ha habido algún candidato que ha dicho, ‘hay una masa enorme de votantes que se identifica con el centro, el famoso votante huérfano del centro, por alguna razón inexplicable los políticos no han sabido identificarse con ese centro y es tan fácil como llegar a decir yo soy de centro para ganar la elección’. Y hay la idea de que independiente del resultado electoral, independiente del resultado de la encuesta, hay una convicción inquebrantable en una masa enorme identificada con el centro, lo que no se condice ni con los resultados electorales ni con lo que muestran las encuestas”.

De ahí que coquetear desde la izquierda o desde la derecha con el presunto centro pueda ser una idea cuando menos descaminada:

“En Chile hay una gran mayoría, por ejemplo, que valora la responsabilidad, que no cree en los saltos al vacío, o que incluso puede valorar los acuerdos o alguna forma de moderación. Pero eso no es lo mismo que identificarse con el centro político y, por cierto, no tiene nada que ver con este discurso más nostálgico que ha terminado encarnando ese centro, ya sea de centroizquierda o centroderecha”.

Por ahí le parece a Titelman que pasa una de las claves de estas elecciones.

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