Gaza: ¿un alto al fuego o un punto de partida frágil?
La historia nos recuerda que la paz en la región es frágil y fácilmente reversible. Este alto al fuego puede consolidarse como un verdadero inicio hacia la estabilidad o desmoronarse ante la reactivación de la violencia
El reciente acuerdo que puso fin a las hostilidades entre Israel y Hamás ha sido recibido con un alivio internacional generalizado. Tras semanas de violencia extrema, el cese al fuego representa un respiro necesario para la población civil de Gaza y para la región en su conjunto. Sin embargo, más allá del optimismo inicial, el acuerdo plantea dudas profundas sobre su viabilidad y sostenibilidad. Analizar sus condiciones políticas, institucionales y humanitarias es crucial para entender si se trata de un verdadero avance o simplemente de un alto al fuego temporal.
Uno de los elementos más novedosos del acuerdo es la supervisión internacional del proceso de paz. Se plantea un comité transitorio de tecnócratas palestinos, supervisado por una Junta de Paz en la que participan Estados Unidos y la OTAN, con figuras políticas de peso como Donald Trump y Tony Blair. Y es justamente el punto más novedoso: el planteamiento honesto de que va a ser la OTAN finalmente la que supervise este proceso puede marcar una diferencia importante. La historia muestra, sin embargo, que transiciones supervisadas por potencias externas no siempre garantizan estabilidad.
Las experiencias en Afganistán e Irak demuestran que incluso después de intervenciones militares y procesos de democratización guiados por Estados Unidos, los países quedaron sumidos en la violencia, desestabilizados, siendo terreno fértil para el surgimiento de grupos extremistas. Esto genera dudas sobre la capacidad de los actores internacionales de asegurar un proceso pacífico y duradero en Gaza.
La fragilidad institucional en la Franja es otro desafío clave. El acuerdo no detalla de manera clara cómo se gobernará Gaza a mediano y largo plazo ni cómo se integrarán los grupos armados existentes, especialmente Hamás. Mientras estas organizaciones sigan activas, Israel tendrá excusas legítimas, desde su perspectiva, para retomar acciones militares, manteniendo latente el riesgo de un nuevo ciclo de violencia.
Este es un tratado de cese al fuego entre Israel y el territorio palestino, empujado por la comunidad internacional, pero no un tratado definitivo entre Hamás e Israel. La incertidumbre sobre la gobernanza local y la supervisión exterior convierte este alto al fuego en un punto de partida estructuralmente frágil.
Desde el punto de vista humanitario, la situación es dramática. La violencia reciente ha dejado más de 67.000 muertos y casi 170.000 heridos en Gaza, incluyendo un número significativo de niños. Miles de hogares han sido destruidos y la infraestructura básica —hospitales, escuelas, redes eléctricas y de agua— permanece severamente dañada. La reconstrucción requerirá una coordinación internacional masiva y fondos millonarios, con especial atención a los derechos humanos y la protección de los civiles.
El acuerdo también genera interrogantes sobre el reconocimiento de un Estado palestino. Aunque varios países del primer mundo han mostrado un apoyo más firme, la Administración estadounidense que lidera la supervisión del plan ha evitado un compromiso explícito. ¿La paz puede significar que estos países redoblen su compromiso con un Estado palestino? Es una de las dudas que ronda en torno a este acuerdo y no hay una respuesta definitiva. La única posible ventana es un inicio de conversaciones diplomáticas mucho más serias. En este contexto, la comunidad internacional juega un rol central no solo en supervisar el cese al fuego, sino también en garantizar que la reconstrucción y la diplomacia no se queden en declaraciones de principios.
Finalmente, no se puede perder de vista la dimensión regional. La estabilidad del acuerdo dependerá también de cómo se gestionen otros frentes abiertos, incluyendo la relación con Siria, el Líbano, Yemen y actores como Hezbolá o Irán. La posibilidad de que resurjan conflictos en estas áreas aumenta la fragilidad de la paz en Gaza y subraya que la tregua actual es solo un paso inicial en un contexto geopolítico extremadamente complejo.
El acuerdo de paz en Gaza constituye una oportunidad inédita para detener la violencia y comenzar la reconstrucción. Sin embargo, su viabilidad depende de que la comunidad internacional actúe con transparencia, coherencia y compromiso a largo plazo, y de que se establezcan garantías institucionales claras dentro de la Franja. La historia nos recuerda que la paz en la región es frágil y fácilmente reversible. Este alto al fuego puede consolidarse como un verdadero inicio hacia la estabilidad o desmoronarse ante la reactivación de la violencia. La población de Gaza se encuentra en una encrucijada histórica, y la responsabilidad de la comunidad internacional es asegurar que este acuerdo sea más que un cese temporal de hostilidades.