Incertidumbre
La campaña presidencial es un cóctel explosivo: polarización política, farándula digital, trolls organizados, candidatos que ensayan discursos con teleprónter y otros que prometen milagros económicos imposibles
Las elecciones presidenciales en Chile siempre se venden como un “momento histórico”, pero la versión del domingo 16 de noviembre de 2025 parece más bien un reality show con tres protagonistas principales que se pelean el rating, un puñado de secundarios que rellenan la parrilla, y una audiencia que no sabe si votar, hacer zapping o tirar la tele por la ventana.
De un lado tenemos a Jeannette Jara, militante comunista desde la adolescencia, que intenta convencer al país de que no está subordinada al PC mientras al lado suyo aparecen Carmona, Figueroa, Núñez y toda la barra brava de Vicuña Mackenna. Su fortaleza parece estar en su audiencia joven, digital y cultural; su debilidad, en la mochila roja con la hoz y el martillo que carga a la espalda, y que genera alergia en todo lo que huela a “centro político”. Jara promete debate democrático sobre aborto, limitar la UF en salud y educación, y gobernar con nueve partidos como si fuera un paseo campestre. El problema: en Chile nueve partidos en la misma mesa no arman una coalición, arman un ring de boxeo.
En otro carril corre José Antonio Kast, el hombre que convirtió la austeridad republicana en actos masivos al estilo gringo. Es el único candidato que puede pasar de hablar de “la patria” a lanzar un jingle con estética de festival de Viña. Su público fiel son principalmente los hombres, jóvenes, evangélicos y futboleros, ese Chile que quiere orden aunque sea con regla de fierro. La fortaleza de Kast es su capacidad para hablar en blanco y negro en un país cansado de los matices; su debilidad, que cuando le piden explicar cómo va a recortar seis mil millones de dólares del gasto público, se queda como defensa central mirando el gol en contra. Y ahora, con el destape de los chats de “Neuroc” la pureza republicana quedó más parecida a una sopaipilla pasada, empapada de fake news y frita en aceite recalentado.
Por la tercera pista corre Evelyn Matthei, la eterna candidata que a fines del año pasado lideraba todas las encuestas y al mes siguiente aparece desfondada por sus propios tropiezos y la guerra sucia en redes sociales. Ella representa la derecha tradicional, la de los acuerdos, la que aún recuerda con nostalgia los años dorados de la Concertación, aunque esa alianza haya sido el enemigo político hace apenas una década. Sus fortalezas: experiencia, llegada a la clase media y el “voto femenino” que desconfía de Kast. Sus debilidades: ser, junto con Artés, la candidata de mayor edad en el papel, estar amarrada a un sector que no corta amarras con la dictadura, y sobre todo, la sensación de que su campaña se convirtió en el equivalente político de una teleserie, donde sus integrantes, más que líderes de Estado, se comportan como papás en apuros intentando hacer crecer su proyecto político, con muchas contradicciones y harto enredo emocional.
Y entre medio, Franco Parisi, el eterno fantasma digital que aparece con memes, promesas millonarias y el encanto de quien nunca pisa Chile, pero logra colarse en cada elección. Su fortaleza es conectar con un electorado más despolitizado y disperso, ese que cree que todo es choreo y que es mejor votar por un outsider. Por otra parte, su debilidad es que nadie lo toma en serio hasta que logra un 10% y empieza a definir segundas vueltas como comodín de reality.
Lo fascinante de esta campaña es cómo cada candidato se parece más a un perfil de redes sociales que a un proyecto político. Jara brilla en Instagram, con seguidores que también son fans de Dua Lipa y Mon Laferte. Kast recluta a la barra de Alexis Sánchez y Arturo Vidal, como si su comando fuera un camarín de la “generación dorada”. Matthei, en cambio, conserva la fidelidad de quienes todavía leen diarios en papel y ven noticieros de las 9. Y Parisi, claro, reina en el mundo de los memes y el contenido liviano, porque ¿quién necesita una campaña política seria si se puede tener TikTok? Para la candidata oficialista, Jeannette Jara la oportunidad es consolidar un liderazgo que supere la sombra del PC y atraer a ese centro huérfano que deambula sin rumbo.
Su principal riesgo, que cada vez que un correligionario haga un comentario, la candidatura se hunda medio punto en las encuestas. En el caso de Kast, su oportunidad principal es canalizar el voto del orden y la rabia. El riesgo para el candidato republicano es que los escándalos digitales lo dejen como el líder que prometía dignidad mientras su ejército de trolls repartía fake news como pan amasado. Para Matthei la oportunidad, escasa por el momento, es convertirse en la carta de la moderación, la que rescate a quienes no quieren ni la hoz ni el látigo.
El riesgo de Evelyn es que su propia coalición una vez más la dé por muerta antes de tiempo y corran masivamente a abrazar al candidato Republicano. En el caso hipotético de un repunte significativo de Parisi en las preferencias electorales, su oportunidad es, como siempre, negociar caro en segunda vuelta. El principal riesgo que corre es que la gente ya no lo vea como el outsider simpático, sino como el pariente que llega cada cuatro años a pedir plata prestada o hacer caja para pagar las deudas.
La campaña presidencial es un cóctel explosivo: polarización política, farándula digital, trolls organizados, candidatos que ensayan discursos con teleprónter y otros que prometen milagros económicos imposibles. Sociológicamente, refleja un país cansado de las promesas, pero que no resiste la tentación de volver a apostar. ¿Quién ganará? Nadie puede asegurarlo. Porque en Chile siempre pasa lo mismo: cuando todos creen que la carrera está definida, aparece un último giro –una funa digital, un error en un debate presidencial por cadena nacional, un gesto inesperado, una palabra incorrecta– que puede dar vuelta la tortilla en cuestión de días. A fin de cuentas, esta elección se parece más a una lotería que a una planificación racional. Y como buen juego de cartas, se resolverá en la última mano, con la urna aún caliente y los dedos cruzados, quizás con un resultado tan inesperado que dejará a medio país celebrando y al otro medio buscando pasajes a Montevideo.