Ir al contenido

Isabel Allende, escritora: “Las mujeres estamos en un momento de riesgo. La ultraderecha quiere a la mujer en la casa”

La autora chilena, radicada en Estados Unidos, regresa tras seis años a su país para presentar su más reciente novela, ‘Mi nombre es Emilia del Valle’. Y hace gala de su humor: “Cualquiera de los dos que me hiciera el favor, Antonio Banderas o Pedro Pascal, estaría fantástico”

La escritora chilena Isabel Allende, en una entrevista con Prisa Media. Foto: Cristobal Venegas | Vídeo: EPV

Llega puntual, a las 11 de la mañana, a un salón del subterráneo de un hotel de Vitacura, en la zona oriente de Santiago de Chile. La escritora chilena Isabel Allende (83 años, Lima) hace seis años que no pisa su tierra -vive en Sausalito, California- y en este septiembre, cuando se asoma la primavera en la ciudad, lo hace para presentar su más reciente novela, Yo soy Emilia del Valle (Sudamericana). Es la historia de una veinteañera nacida en San Francisco, Estados Unidos, escritora y periodista, que llega a Chile a trabajar de reportera en medio de la Guerra Civil de 1891 y, de paso, descubre su identidad: su padre era chileno. A la protagonista de esta novela, Chile la atrapa. A Isabel Allende, también, aunque no viva en su país desde 1973, tras el Golpe de Estado de Augusto Pinochet. Lo contará en esta entrevista, donde muestra su conocida agudeza para pasar del humor a la política y a los temas trascendentales del ser humano, sin esquivar preguntas. Es lo que tiene ser la escritora en lengua castellana más leída de la actualidad. Aunque, de partida, se equivoca: “Me han entrevistado tanto que no tengo nada que decir”, dice al arrancar. Y, en ello, no tenía razón.

Pregunta. En la novela, Emilia del Valle habla del concepto de “mujer buena”, ante el que ella se rebela, en el siglo XIX. Más cómoda se siente con ser “una mujer mala”. Hoy, en 2025, ¿qué es ser “una mujer buena” y una “mujer mala”?

Respuesta. Ya eso no se usa para nada. Todas somos un poco malas y un poco buenas. Mientras más malas mejor, porque lo pasamos mejor. La gente buena lo pasa pésimo. Y sobre todo las mujeres. En la generación mía, cuando yo era joven, ser buena era ser mamá, ser fiel. ¡Qué lata ser fiel! Era ser abnegada, trabajadora, paciente. Y las que lo pasaban bien eran las otras, las que no tenían ninguna de esas cualidades. Yo estaba siempre flotando entremedio, con unas ganas tremendas de ser mala pero, en el fondo, buena mamá, esposa, buena hija. Una lata.

P. ¿Ahora tiene más libertad? ¿Se convirtió usted en la mujer mala y rebelde que quería ser?

R. La vida me ha llevado a hacer cosas que son poco usuales. Pero ahora que tengo la edad que tengo -83 años, orgullosa de tenerlos-, hay una gran libertad. Lo que viene con la edad es la libertad. Pero es una libertad que va mucho más allá de lo que tú quieres hacer, porque ya lo que quieres hacer no es tanto. Es la libertad interior de aceptarte, de no cargar con lastres, de ir dejando todo por el camino. Y eso es maravilloso. Estaba comentando con unas amigas el otro día que hay muchos defectos míos que todavía acarreo y de los que me tengo que librar para poder tener una vejez mejor.

P. ¿Cuáles?

R. Uno de ellos es el orgullo. El terror a la dependencia. No querer pedir ayuda. Y tengo que superarlo, porque como decía mi mamá: “Hay que aprender a ser humilde para poder soportar las humillaciones de la vejez”.

P. Pero a usted la vejez la tiene fascinada.

R. Fascinada.

P. Ya iremos a ello, pero primero queremos hablar del deseo. Es lo que en sus libros, en sus entrevistas, parece que la moviliza, está ahí. Siempre habla de Antonio Banderas, pero, ¿no cambiaría a Banderas un ratito por Pedro Pascal, el chileno más hot del momento?

R. Cualquiera de los dos que me hiciera el favor, estaría fantástico. Pero no hay ninguna esperanza. Ahora me resigno al anciano que tengo [su marido, Roger Cukras].

P. ¿El deseo es un motor para usted?

R. Más bien un motor literario, porque en la vida real es relativo. Yo me enamoro y me enamoro largo. Y en las relaciones muy largas, el deseo se va matizando. Me preguntan mucho sobre este asunto a esta edad, porque se supone que la gente vieja no tiene sexo, no tiene deseo sexual. Y eso no es así, depende mucho de la salud y de la relación que tienes con la otra persona. No se puede generalizar.

P. Emilia, la protagonista de su novela, desea.

R. A esa edad, claro. A los 25 años, todas desean. No sé ustedes, pero si no desean, es que les fallan las hormonas. A los 25, lógico. Pero es diferente cuando vas envejeciendo.

P. Sus libros están marcados por mujeres contra la corriente. ¿Por qué esta obsesión por las mujeres y, particularmente, por las mujeres luchadoras y apasionadas?

R. La gente con sentido común y con vida fácil no hace buenos personajes de novela. Los personajes que tú quieres es gente en cierta forma marginal, diferente, única, que corre el riesgo, que tiene sentido de la aventura. Si no, no hay historia. Si todo te sale bien, no hay historia. Asisto a unas conferencias de escritores de viaje todos los años y lo peor que le puede pasar a un escritor de viaje es que le vaya bien en el viaje. Tiene que irle pésimo para poder escribir algo. Lo mismo con la novela: elijo hombres y mujeres que son diferentes y que les pasan cosas, si no no hay historia.

P. Pero especialmente mujeres. ¿Por qué?

R. Porque he vivido toda mi vida rodeada de mujeres extraordinarias. He trabajado para mujeres y con mujeres toda mi vida. Las conozco muy bien. Pero también me gusta, de vez en cuando, escribir sobre hombres y escribir, incluso, en la voz de un hombre. Cuando terminé La casa de los espíritus me di cuenta que Esteban Trueba, el patriarca, era un personaje detestable. Y pensé que había que acercarlo al lector y a la lectora permitiéndole hablar con su propia voz. Y es el único que tiene monólogos en el libro. Me encantó hacerlo: ponerme en el caso de cómo hablaría mi abuelo, cómo hablaría mi padrastro. Ese macho autoritario antiguo, pero buena gente en el fondo.

P. Mujeres como Melania Trump, concluimos, tienen nulas posibilidades de protagonizar uno de sus libros.

R. La verdad es que no la conozco, pero ese tipo de personaje no me interesa tanto. Si voy a escribir sobre alguien, prefiero a Inés de Suárez, que se atreve a cruzar el desierto, a venir por amor hasta el culo del mundo, porque eso era Chile en ese momento. Es fantástico.

P. Ha dicho que el tema de las mujeres mayores la tiene encantada. Usted es una mujer que está acompañada, pero muchas mujeres mayores están solas.

R. Y felices. Porque para tener que cuidar otra próstata, mejor estar sola. Pero yo he vivido cada etapa de mi vida con pasión, con interés por lo que me está pasando y por lo que le está pasando a mi generación. Acabo de estar con Elizabeth Subercaseaux, Delia Vergara. Todas somos mujeres de 80 y más. ¿Qué nos está pasando? Las que tenemos salud estamos muy bien, porque es una etapa de curiosidad y de libertad. Ya no tienes que hacerte cargo de tus padres, de tus hijos, ni de tus nietos. Tienes tiempo y energía para las cosas que verdaderamente te apasionan. Para mí, es la escritura. Mientras pueda escribir, estoy feliz. Y el hecho de estar acompañada es importante, pero no necesariamente en una pareja.

P. ¿Y de qué forma?

R. Tener una comunidad, un clan, familia, vecinos. Estar encerrada en la casa, tomando Tylenol porque te duele la cabeza, es muy triste. Pero no tiene porqué ser así. Mi hermano Juan, que es muy sabio, dice que hay una curva. Él le llama el tobogán de la vejez. Y el tobogán es una curva suave en que vas envejeciendo, hasta que llegas a la vejez dura, la ancianidad. Y ahí es cuando empiezas a depender y eso es abrupto. El ideal sería morirse en ese momento. No tener que pasar por ese momento.

“Embarazada, ignorante y en su casa, en lo posible”

P. ¿Cuáles son hoy los desafíos de las mujeres?

R. Las mujeres estamos en un momento de riesgo. Hay una vuelta a la extrema derecha, al fascismo también, que pone a la mujer en un papel sometido, que quiere a la mujer en la casa. Se está hablando mucho de la mujer tradicional. En Estados Unidos, con el asesinato de Charlie Kirk, hubo una ceremonia en un estadio, donde estaba combinada la política con la religión. Y la gente de rodillas en el suelo con los brazos levantados, comparando a Charlie con un profeta, con un mártir, con Cristo. Entonces, las mujeres tienen que tener mucho cuidado, porque las religiones son todas patriarcales y todas quieren a las mujeres en una posición sometida. Es muy fácil perder los derechos que uno puede haber adquirido a través de años de lucha -de las abuelas, las madres- para poder llegar a tener lo que tenemos, que no es todavía el fin del patriarcado. Seguimos viviendo en un patriarcado. Pero podemos perder lo que tenemos. En Estados Unidos se perdió el derecho al aborto, que era un derecho federal. Ahora depende del Estado y están tratando de suprimir los anticonceptivos. Se trata de que la mujer esté embarazada, ignorante y en su casa en lo posible.

P. ¿Cuánto le preocupa esto?

R. Me preocupa mucho, porque he sido feminista desde los cinco años y he dedicado mi vida y mi fundación a apoyar a las mujeres, invertir en el poder de la mujer.

P. “Tenemos que devolver a Dios a los Estados Unidos”, dijo Trump en el acto en honor a Charlie Kirk.

R. Y me da mucho miedo. Primero, porque el Estado y la religión deben estar separados. Y porque esto también significa un ataque contra la ciencia, contra la información, contra la cultura, contra la educación.

P. Ha dicho que las mujeres, en la ruta por la igualdad de derechos, avanzan y retroceden. ¿Por qué estamos viviendo este retroceso?

R. Porque el movimiento de liberación femenina es la revolución más importante que ha tenido la historia. Porque hemos vivido por milenios en un patriarcado y las mujeres se levantan y desafían las normas del patriarcado. Y como toda revolución, no tiene un manual, no tiene un mapa, uno va avanzando a tientas, a ciegas. Cometemos errores, retrocedemos. Viene el culatazo de retroceso y seguimos avanzando. Y si no hemos logrado todo lo que queríamos, no es porque no lo hayamos hecho bien, sino porque la lucha es muy larga y los obstáculos muy grandes. No nos juzguemos con tanta dureza. Cuando hay un retroceso, se puede esperar. En cualquier movimiento, de cualquier clase, pero sobre todo en una revolución.

“Tengo una confianza tremenda en Chile”

P. Chile está a menos de dos meses de las presidenciales donde están en juego proyectos políticos muy distintos. ¿Qué tanto le preocupa el momento chileno?

R. No estoy informada como debería estar. Y no vivo aquí, así que es muy difícil opinar. Pero visto desde afuera, Chile es una democracia que tiene instituciones muy sólidas. Tiene una Constitución, buena o mala, pero la gente se ciñe a la Constitución. Hay reglas claras. Y tengo una confianza tremenda en Chile. Creo que somos un país de centro, que cada vez que nos vamos a un extremo, las cosas se ponen feas. Estamos buscando siempre que el péndulo deje de girar tanto y se coloque en el medio, porque eso es lo que somos. Y creo que a nuestra democracia, después de lo que hemos sufrido históricamente, la cuidamos mucho.

P. Aunque hoy en día, al menos según las encuestas, los chilenos prefieren restringir las libertades en pos de la seguridad.

R. Sí, porque la seguridad es un tema muy importante. Restringir las libertades, pero seguramente no quieren una dictadura. En Estados Unidos no tienen idea de lo que es un Gobierno autoritario, no lo han vivido jamás. Entonces, se puede coquetear con la idea. No saben lo difícil que es librarse de eso después.

P. La protagonista de su nuevo libro encuentra a Chile dividido en medio de la Guerra Civil de 1891. ¿El Golpe de Estado de 1973 siempre dividirá a los chilenos?

R. No creo que siempre, pero por mucho tiempo.

P. ¿Chile sigue dividido en torno a 1973?

R. Yo creo que sí. Tiene que morirse la última persona que vivió la experiencia para poder decir: es historia antigua.

P. Emilia del Valle reflexiona en un momento sobre Chile: “El país me halaba -la tiraba hacia sí- como si de manera misteriosa yo perteneciera a él”. ¿Cuánto la hala a usted Chile?

R. Mucho. Escribo constantemente sobre Chile o sobre gente que viene a Chile. Llevo más de 50 años fuera del país, pero me preguntan, “¿de dónde eres?”. “De Chile”, respondo. ¿Por qué soy de Chile? No sé, ni siquiera nací aquí. Nací en el Perú. Y pasé unos años, cuando era chica, aquí en la casa de mi abuelo. Después mi mamá se casó con un diplomático y empecé a viajar por todos lados. Pasé después unos pocos años aquí casada, pero muy poco. Y después vino el golpe militar de 1973. Salir de Chile, después ser inmigrante en los Estados Unidos. ¿Y por qué soy chilena? No tengo la menor idea. ¿Y por qué me tira la tierra? No sé. Y la tierra que más me tira es la del sur, que es donde más he ido.

P. La descripción del sur de Chile que hace Emilia del Valle es hermosa.

R. Cuando yo era chica, mi abuelo tenía ovejas en una hacienda en la Patagonia Argentina. Y una vez al año, para la esquila, se iba en tren hasta el sur, hasta donde llegaba la línea del tren, de ahí en unas camionetas, después cruzaba la cordillera en mula y, al otro lado, lo recibían unos gauchos argentinos y se lo llevaban para las haciendas. Eran viajes de dos meses. Un año en que yo había tenido anemia, debo haber tenido unos nueve, mi abuelo me llevó con él. Y ese viaje de la cordillera, de los bosques, de los volcanes, fue inolvidable. Me marcó hasta hoy y ese es mi paisaje.

P. ¿Y cuál es su Chile?

R. El de los afectos. Las amigas. Tengo dos hermanas aquí, hermanas de alma. Una es Pía Leiva y la otra, Berta Beltrán, la señora que trabajó con mi padre 41 años. Ella es mi hermana. Entonces, esos afectos me tiran. Cuando nos abrazamos, lloramos. Aquí tengo a las amigas de la revista Paula. Y lo otro impresionante: el cariño de la gente en la calle. La gente me para, quiere un selfie, un abrazo. Eso ha sido desde hace años.

P. ¿Le cuesta venir a Chile?

R. Me cuesta viajar. Me cuesta dejar a Roger, para empezar. Y a la perra. Pero sí, me cuesta viajar, movilizarme y no me gusta estar en hoteles. Una cosa que pasa con la vejez es que el tiempo se achica, se acorta, en todo sentido. Antes podía hacer varias cosas simultáneamente. Ahora, si no pongo atención, seguro se me va a quemar el arroz mientras estoy haciendo otra cosa. En la escritura me demoro mucho más. Antes en meses ya tenía armada la novela. Ahora no, me cuesta.

P. En el libro hace descripciones muy graciosas y acertadas respecto de Chile. Por ejemplo, el clasismo.

R. Que todavía existe.

P. ¿Le sigue impresionando el clasismo en Chile?

R. Y me revienta.

P. ¿Dónde lo nota?

R. Cuando yo era chica, lo sentía muy fuerte. Y mis hermanos también, es curioso. Vivíamos en la casa de mi abuelo donde había una línea invisible que dividía la parte en que estaba la familia y se recibían las visitas, y los patios de atrás donde era otro planeta. Esa división, esa injusticia social, me ha afectado toda la vida y me molesta muchísimo. Y la veo en una especie de pituquería, que todavía existe. En el arribismo, en el mostrar la plata. Eso antes no era así: existía la plata, pero no se mostraba como ahora.

P. ¿Y cómo son las mujeres chilenas?

R. Recias. Las de ahora no sé, las jovencitas, pero las mujeres que conozco son recias, aguantan mucho. Y son fuertes. Fuertes y muy generosas. Generosas con los hijos, generosas con las amigas. Se dan enteras. Como que ser femenina es ser abnegada. Que no nos conviene para nada: hay que tener cuidado con la palabra abnegada.

“Por amor uno hace cosas que no haría por miedo”

P. Habla de cuando usted era pequeña. ¿Qué valores y principios se deberían inculcar hoy a las niñas?

R. Los mismos que le inculqué a mi hija Paula y a mi hijo Nicolás, a los dos por igual: un sentido de la decencia, del honor, de la generosidad. De que mientras más tienes, más das. Las cosas esenciales: del valor, del coraje para enfrentarte -cuando tienes miedo- a una situación que te parece injusta. Esos valores que le di de chiquitos a mis dos niños, se los daría a cualquiera, porque son eternos. Son los valores en los que me crié yo.

P. Estamos perdidos en la sociedad actual con respecto a estos valores que nombra.

R. No es porque los padres no quieran darles eso, sino porque están bombardeados con las redes sociales y por una desinformación, un consumismo tremendo, que no es de los padres, sino que es de una sociedad que se ha desquiciado, verdaderamente.

P. ¿Usa redes sociales?

R. No, las usa mi oficina. Ellos mantienen redes sociales. Pero yo no estoy pendiente de eso para nada, porque si no me volvería loca.

P. Estamos viviendo realidades complejas: una crisis climática, el retroceso de los derechos de las mujeres, Gaza, las guerras, el avance de liderazgos peligrosos, la democracia amenazada. ¿Cómo dar esperanza en este contexto?

R. No puedo dar esperanza, porque eso no se da. Pero puedo hablar de mi experiencia. Nací en la mitad de la Segunda Guerra Mundial. En la época del Holocausto, de las bombas atómicas. No existían los derechos humanos, no existían las Naciones Unidas. Había 50 millones de personas desplazadas, solamente en Europa. Después de todo el horror que fue ese tiempo, que fueron años espantosos en que surgió el fascismo, el comunismo, el nazismo, vinieron muchas cosas buenas. Pasaron muchas cosas buenas después de eso, la humanidad reaccionó. Entonces, como yo escribo novela histórica, estudio el pasado. Y tengo una perspectiva un poco más amplia de lo que es la humanidad y la vida. Si bien es cierto que hay momentos como el de ahora y como el que fue entonces -muy graves, muy difíciles y que producen muchas muertes y mucho dolor y mucha violencia-, el arco de la historia es hacia más progreso, hacia más inclusión, más democracia. No retrocedemos. Parece que avanzáramos en círculos, pero avanzamos en espirales.

P. ¿Cuáles son sus actos de resistencia cotidiana?

R. ¿Mis vicios? Mi vicio es la flojera, que la tengo que vencer a cada rato. Me levanto a las seis de la mañana por disciplina, pero no porque quiera. Quisiera quedarme hasta las 11 echada para atrás comiendo bombones, pero me levanto porque mi abuelo me metió eso en la cabeza: había que levantarse. Y voy al gimnasio todos los días. ¿Creen que voy contenta? Voy puteando al gimnasio. Me carga. Y vuelvo furiosa. Pero lo hago.

P. ¿Y cómo sobrevive diariamente ante las complejidades del mundo? ¿Con los chocolates, el vino, las películas, el arte?

R. Yo creo que con el amor. He sido una enamorada eterna y tengo la suerte de tener un marido reciente. No hay que tener maridos de largo plazo.

P. ¿Cuántos años es largo plazo?

R. Yo no sé, yo creo que hay que cambiarlos cada cierto tiempo. Y si no cambiarlos, por lo menos renovar los votos. O sea, cambiar las normas de convivencia. He tenido la suerte de casarme tres veces y, si vivo lo suficiente, capaz que me case una cuarta.

P. Emilia del Valle hace una declaración de principios, a propósito de la guerra: “El amor puede ser más determinante que el horror”. ¿Usted lo cree?

R. Sí. En De amor y de sombra escribí una frase de la que me he arrepentido muchas veces: que la emoción más fuerte, el sentimiento más poderoso, es el miedo. Pero yo creo que es el amor. Por amor uno hace cosas que no haría por miedo. Y el amor más impresionante para mí, siempre, es el de las mamás en todas las especies. No existiríamos como especie si no fuera por esa increíble capacidad de amar de las madres.

Más información

Archivado En