El amor trágico y místico de Teresa Wilms Montt
El centro de la novela está en la historia de amor de Teresa y Vicho, como lo llaman sus amigos, un relato que se dirige indefectiblemente a su final trágico
En Y entonces Teresa, Arturo Fontaine explora los vaivenes sentimentales de Teresa Wilms Montt, nuestra Ema Bovary de comienzos del siglo XX que escandalizó a la alta sociedad chilena por sus amores adúlteros con Vicente Balmaceda, primo de su esposo y miembro, igualmente, de la élite santiaguina. La historia tiene escenas bien conocidas, como el encierro que sufre Teresa en el Convento de la Preciosa Sangre, la huida a Buenos Aires —ayudada por Vicente Huidobro— o su ida a París, donde esta poeta de legendaria belleza se quitó la vida a los 28 años. Sin embargo, Fontaine va mucho más allá y entrelaza esas escenas célebres con los orígenes de ese amor prohibido y las tribulaciones místicas de un alma enamorada. Como resultado, una novela profunda, emotiva y trágica, en la que el autor se complace de su buen oído y de una notable capacidad para reconstruir el Chile de principios del siglo pasado, tanto en escenas urbanas de Santiago e Iquique como en la ruralidad del campo chileno.
El centro de la novela está en la historia de amor de Teresa y Vicho, como lo llaman sus amigos, un relato que se dirige indefectiblemente a su final trágico. Y aunque la tensión entre ambos comienza temprano —en una fiesta en el Club Santiago en que la protagonista luce su atractivo físico y su rebeldía, y en que los detalles en torno a la vestimenta, comida y habla sumergen de lleno al lector en la vida capitalina de la década de 1910—, el autor demora hasta la mitad del libro la consumación de la infidelidad. En medio, vemos presentarse a media docena de personajes muy bien construidos: Gustavo, el marido engañado; la mamá Rosa, quien está a cargo de Elisa y Silvia, las hijas del matrimonio; Joaquín y Cuevitas, entrañables y fieles amigos de la protagonista (y devenidos, luego, nombres célebres de la cultura chilena de la primera mitad del siglo). Todos acompañan esta historia en una coreografía sutil, entrando y saliendo de escena sin dejar de apuntar al corazón de la trama, esa pasión arrobadora entre los dos amantes.
Parte importante de Y entonces Teresa sucede en Iquique, donde los Balmaceda-Wilms recalan por el trabajo que consigue Gustavo en el Banco Hipotecario. El puerto nortino lleva pocas décadas siendo chileno, y atraviesa una época gloriosa por la extracción del salitre, que se contempla en las calles bullantes y en una vida social y cultural sofisticada en la cual el matrimonio participa activamente. Sobre todo ella, que comienza a ser parte de una camarilla literaria que entusiasma sus afanes creativos y la lleva a la bohemia: “En Santiago nunca me sentí como aquí, incorporada a una tertulia de artistas. No tenía vida propia; aquí sí”. Las conversaciones regadas y los trasnoches hacen que las discusiones con Gustavo se hagan frecuentes, lo que tensiona al matrimonio y revela que las aspiraciones de Teresa no están demasiado centradas en su vida familiar, sino en la creación y la vida intelectual. Asimismo, la llegada de Vicho a la región, acompañando al candidato a senador Arturo Alessandri, complica aún más las cosas para Teresa. Y si durante un tiempo ella mirará con cierto desprecio al primo de su marido, un campechano bien vestido, pero algo simple y bueno para la farra, la atracción de este sobre la protagonista terminará haciendo caer sus defensas y la arrojará a un amor apasionado e implacable.
En la segunda mitad de la novela nos encontramos con el éxtasis amoroso y su posterior tragedia. El retorno de Teresa sola a Santiago —por la enfermedad de su abuela— le permite dedicarle más tiempo a su amante. Ambos dan rienda suelta a su pasión, guardando apenas las apariencias sociales de ella, que vivía en casa de sus suegros mientras su marido continuaba trabajando en el norte de Chile. Cuando Gustavo descubre unas cartas excesivamente apasionadas de su mujer dirigidas a Vicente estalla el escándalo, lo que lleva a la familia de la protagonista a encerrarla contra su voluntad en el convento de la Preciosa Sangre en el centro de Santiago. La novela aquí cambia de tono: no solo por la clausura para que Teresa reflexione en torno a su pecado, sino porque la ausencia del amante hace que la pasión se transmute en una experiencia mística y agónica, donde se traslapan las figuras del amante perdido y del Dios cristiano. Sus lecturas de la poesía de Santa Teresa de Ávila y la participación en los ritos conventuales elevan la pasión de la poeta, y la pérdida física de Vicente la hace reflexionar acerca de su amor intangible, similar a aquel amor divino del cual le hablan las monjas.
Como en todas las novelas de Fontaine, la política ocupa un lugar relevante, aunque menos preponderante que en otras como La vida doble o Cuando éramos inmortales. En esta ocasión, la trama que lleva al León de Tarapacá a ser elegido senador y, con ello, protagonista de la política chilena está muy bien engarzada con el resto de la historia. La pasión de los personajes que persiguen una vida bohemia y artística se manifiesta, también, en una pasión política. De ese modo, la llegada de Alessandri a Iquique ilusiona a los contertulios a intentar sacar de su puesto al caudillo local, que lo ha corrompido todo y ha transformado el rico municipio minero en una caja pagadora de sus amigos. La campaña parlamentaria le sirve a Fontaine para mostrar, aunque algo de reojo, el contraste del rico puerto de Iquique con el mundo de las salitreras, una realidad dura y seca, de hombres solos, sin dios, sin familia, e incluso sin patrones, a diferencia del mundo rural de donde venía Vicente y donde transcurren algunas escenas relevantes de la historia.
Y entonces Teresa confirma que, a pesar de los desprecios de Bolaño y algunos otros escritores —como bien muestra Juan Cristóbal Peña en la última parte de Letras torcidas—, los autores de la Nueva Narrativa Chilena todavía pueden dar que hablar. Fontaine nos entrega una novela que sortea con éxito una trama amorosa y pasional sin caer (o cayendo solo un poco) en la cursilería, y que demuestra la amplitud del autor para reconstruir narrativamente un Chile que se fue; ya no solo el de nuestra historia reciente, sino también el de un pasado de hace más de un siglo, que es imaginado con precisión y belleza y que nos entrega, en la figura trágica de Teresa Wilms Montt, un personaje inolvidable.