El millonario despojo del estadio soñado de la U
En los terrenos del Parque Araucano, en pleno barrio empresarial de Las Condes y frente un gigantesco mall, debió construirse el reducto de la Universidad de Chile. Hasta que el Golpe de Estado dijo otra cosa
Para diciembre de 1973, el Estadio de la Universidad de Chile en el Parque Araucano debía comenzar a ser una realidad. Enclavado en uno de los más exclusivos terrenos de Santiago, frente al mall Parque Arauco y en medio de una de las zonas más densamente pobladas y comerciales de la capital, era la concreción del sueño del segundo equipo más popular del país y un proyecto de urbanismo social que pretendía incorporar viviendas s...
Para diciembre de 1973, el Estadio de la Universidad de Chile en el Parque Araucano debía comenzar a ser una realidad. Enclavado en uno de los más exclusivos terrenos de Santiago, frente al mall Parque Arauco y en medio de una de las zonas más densamente pobladas y comerciales de la capital, era la concreción del sueño del segundo equipo más popular del país y un proyecto de urbanismo social que pretendía incorporar viviendas sociales, un recinto deportivo y un parque urbano en un terreno que hoy no guarda ni un vestigio de aquel proyecto.
Medio siglo después, la U sigue sin estadio y los culpables de esa ambición evaporada se diluyeron con el paso del tiempo. En el libro Un sueño arrebatado por la dictadura, Nicolás Vidal recrea los tormentosos días que siguieron al golpe de Estado del 11 de septiembre, justo el día en que el entonces ministro del Interior José Tohá (padre de la actual ministra de la cartera) debía subirse a una excavadora para dar por iniciados los trabajos.
El camino no había sido fácil. El Club Deportivo -dependiente de la Universidad de Chile en aquel entonces- permutó con el Ministerio de la Vivienda sus terrenos en La Granja por los del Parque Araucano, en lo que a comienzos de la década de los setenta era el deslinde oriente de la ciudad. Allí se construirían viviendas sociales, setenta torres para clase media, un centro comercial y el estadio de la U, con recursos fiscales.
A cargo del proyecto quedó el arquitecto Miguel Lawner, director de la Corporación de Mejoramiento Urbano, quien tampoco pudo asistir a la ceremonia inaugural pues, tras el bombardeo de La Moneda, fue detenido -junto al ministro Tohá- y enviado al campo de detención de la Isla Dawson, en el extremo sur del país.
En los terrenos poco se avanzó tras el Golpe Militar. Quedaron como testimonio 27 edificios, bautizados como Villa San Luis, que habían sido construidos en 1972. Una piscina que lució por años un chuncho, el logo del club deportivo. Del estadio con capacidad para quince mil personas, bajo el nivel de la calle, rodeado de colinas artificiales que amortiguarían las luces y el griterío, nada más se supo.
Cuando Ambrosio Rodríguez y Rolando Molina, abogados cercanos a la Junta Militar se hicieron cargo del club -y también de la Federación de Fútbol- disolvieron el Club Deportivo y crearon una Corporación -la Corfuch- para administrar la institución, que venía saliendo de una década dorada con un equipo que sería recordado como el Ballet Azul.
La nueva entidad perdió los terrenos, que quedaron en manos de la Universidad, que los permuta inexplicable y sospechosamente a la Municipalidad de Las Condes por uno ubicado en Las Hualtatas con Pedro Canisio, donde no hay cabida para un estadio ni, mucho menos, para un proyecto social. El general Roberto Soto Mackenney, rector delegado de la Casa de Bello en 1983, termina por desguazar la histórica aspiración de tener un recinto propio.
Pronto comienza la construcción del centro comercial más grande del país, de torres de oficinas y lujosos departamentos y de un parque que hoy alberga Kidzania, un parque subterráneo de juegos infantiles donde se juega al consumismo.
El club de fútbol tiene mínima vinculación con la casa de estudios y ha sido adquirido por la firma Sartor, quien dice representar a sociedades de inversión extranjeras, sin que exista demasiada claridad en sus planes ni propietarios. Ha cedido terreno ante Colo Colo y la Universidad Católica, clubes que a finales de la década de los ochenta construyeron estadios propios, consolidando sus proyectos deportivos y ganando la mayor parte de los campeonatos de las últimas décadas.
Del estadio no quedan señas y hasta la piscina con el chuncho fue demolida con la Villa San Luis, para dar paso a gigantescos complejos de oficinas. El terreno comprendido entre las calles Manquehue, Alonso de Córdova y Presidente Riesco es hoy un parque rodeado de enormes torres, donde oficinistas y gente mayor almuerzan a la sombre de los árboles o pasean sus perros, sin imaginar siquiera que pisan el terreno donde la U, un equipo que mueve multitudes y se enorgullece de su historia de sufrimientos, pudo tener su estadio. Lo que habría puesto fin a las burlas y a la búsqueda incansable de un hogar que pudieran sentir como propio.