Juana Gómez: la biodiversidad de la segunda piel
La artista chilena expone en Santiago de Chile una colección de obras donde fusiona los ciclos naturales y humanos
Una nube de campanas blancas pende de cientos de hilos en la NAC, una galería de arte contemporáneo del sector oriente de Santiago de Chile. Son de cerámica y porcelana y los badajos cuelgan de cordeles de alpaca. Cuando repican, se escucha como si cayeran del techo miles de gotas de agua. La obra de la artista chilena Juana Gómez (Viña del Mar, 42 años) es una suerte de homenaje al río atmosférico que hace un par de veranos reventó sobre su refugio pandémico mientras este se incendiaba. La casa, ubicada e...
Una nube de campanas blancas pende de cientos de hilos en la NAC, una galería de arte contemporáneo del sector oriente de Santiago de Chile. Son de cerámica y porcelana y los badajos cuelgan de cordeles de alpaca. Cuando repican, se escucha como si cayeran del techo miles de gotas de agua. La obra de la artista chilena Juana Gómez (Viña del Mar, 42 años) es una suerte de homenaje al río atmosférico que hace un par de veranos reventó sobre su refugio pandémico mientras este se incendiaba. La casa, ubicada en San Fernando, 140 kilómetros al sur de la capital, se salvó gracias a un montón de humedad concentrada que se trasladó desde la Amazonía hasta un pueblo a los pies de la cordillera chilena. La improbabilidad del evento en plena temporada de sequedad impactó tanto a Gómez que lo convirtió en una obra de arte que ahora luce en su exposición La segunda piel.
A pesar de que la nube de campanas es muy distinta a sus fotografías de cuerpos y rostros bordados a mano, el sello de su trabajo hasta ahora, comparten un lenguaje común: los ciclos de la naturaleza, de la humana y de la vegetativa. La muestra que estará expuesta todo el mes de julio combina bordados, obras en cerámica y bronce, dibujos y sus icónicas fotografías intervenidas. “Venía trabajando con mi imagen y no quería hacer un salto tan drástico y eliminarla del todo. En las imágenes, el cuerpo humano se enfrenta a un gran musgo, que son como parches bordados con piel de oveja”, explica. “Son como los injertos de piel fotosintética que hace el científico chileno Tomás Egaña y que duran mucho más que la piel normal”, añade.
La artista bordó con algas rojas un recorrido de los propios organismos por su rostro y pecho en una de las fotografías, simulando los capilares que crecen después de un injerto de piel. Conocedora de las innovaciones científicas en la regeneración del tejido humano, destaca los estudios que se están haciendo con la planta marchantia polymorpha en la piel. “Yo empecé a bordar plantas en el cuerpo (en sus fotografías) y eso literalmente lo están haciendo en el laboratorio”, sostiene para destacar la complicidad que tiene con el trabajo de Egaña o el científico Felipe Court. “Hay hilos que se conectan, inquietudes y afinidades entre el arte y la ciencia”, agrega.
En un taller textil del Museo de Arte Precolombino escuchó una idea que la fascinó: el manto verde es una gran piel que cubre la tierra. “Los textiles son una piel que recubre la piel humana. Todos los textiles salen de la tierra, eso es lo que me interesa. Ya sean fibras naturales, como el algodón o el cáñamo, o la del animal, necesita tierra fértil”, apunta la artista que expuso en solitario en la Michael Hoppen Gallery de Londres una serie de fotografías de su cuerpo y el de sus hijas con intervenciones de bordados que simulaban ser venas y raíces. La interconexión del cuerpo y la naturaleza que manda en su trabajo presentado en ferias de París, Hong Kong y Lima.
El escritor chileno Benjamin Labatut, marido de Gómez, describe en el catálogo de la exposición los tres años de investigación de la artista para ahondar en “la capacidad del mundo natural para enfrentarse y adaptarse a las catástrofes, y las lecciones que podemos obtener de ello”. Y destaca el patrón de su obra: los flujos a toda escala. Desde los que recorren los árboles, el curso de los ríos, el sistema neuronal o las grandes estructuras espaciales.
Su adolescencia en la austral ciudad de Punta Arenas forjó el vínculo con la naturaleza que hoy retrata con lana, bronce o grafito. Sus paseos de curso, recuerda, eran al Parque Nacional de Torres del Paine y con sus amigos mataban el tiempo contando ovejas. Se perdía mirando las rocas y descubriendo tipos de musgos y líquenes. Décadas después, Gómez presenta en su exposición una obra de 12 metros cuadrados bordada colectivamente por una veintena de mujeres que grafica un liquen, un compuesto que fusiona una bacteria, un hongo y un alga: “Todas las células vivas modernas provienen de una fusión entre organismos más simples. Es un mecanismo del cual podemos aprender. Por eso decidí trabajar con un grupo de mujeres, sin cuyas manos esta exposición no habría sido posible”.