Votar en contra

Nada peor le podría pasar a Argentina que ser gobernada por Javier Milei. Literalmente: nada peor

Javier Milei ofrece un discurso al cierre de la jornada electoral del 22 de octubre, en Buenos Aires.LUIS ROBAYO (AFP)

No sabemos. Nos gustaría saber y no sabemos. Y sospecho que somos muchos: muchos más, en todo caso, que los que querríamos. Somos miles y miles los que nos encontramos en este dilema sin solución feliz: cómo votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas.

Digo cómo y no a quién porque la única pregunta con respuesta firme es a quién no: somos muchos los que creemos que nada peor le podría pasar a Argentina que ser gobernada por ...

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No sabemos. Nos gustaría saber y no sabemos. Y sospecho que somos muchos: muchos más, en todo caso, que los que querríamos. Somos miles y miles los que nos encontramos en este dilema sin solución feliz: cómo votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas.

Digo cómo y no a quién porque la única pregunta con respuesta firme es a quién no: somos muchos los que creemos que nada peor le podría pasar a Argentina que ser gobernada por Javier Milei. Literalmente: nada peor.

El señor Milei, ya lo sabemos, es un desquiciado que insulta y grita al menor desacuerdo, que amenaza de muerte a sus adversarios, que reivindica la dictadura genocida, que quiere eliminar la educación obligatoria y la salud pública y armar a las personas, que consulta sus decisiones con su perro muerto. Esto alcanzaría para temerlo y repudiarlo pero no es lo más grave: lo es su idea de organizar una sociedad hiperindividualista basada solo en las reglas del Mercado, donde todo pueda comprarse y venderse –incluidos los niños y los órganos–: una sociedad que renuncie a cualquier intento de construcción colectiva y solidaria para proponer que cada uno intente ganarle a las demás, “hacer buenos negocios”. Por eso solo importa que el señor Milei no consiga gobernar Argentina. Pero, para eso, hay otro que debería gobernarla.

Sergio Tomás Massa es una buena síntesis de esos políticos oportunistas, acomodaticios, bajitos de escrúpulos, que han gobernado Argentina en las últimas décadas. Muchos lo vemos como un farsante con suerte; muchos, como un corrupto vinculado con lo peor de ciertas mafias y/o el heredero de 20 años de fracasos kirchneristas. Algunos, incluso, como un intrigante tan astuto que impulsó la candidatura de Milei para dividir a la derecha y tener más posibilidades –aunque al final, en el mejor estilo Frankenstein, su criatura se le fue de las manos y se volvió temible. Pero, aún así, consiguió un milagrito: ganar la primera vuelta con la peor votación peronista en unas presidenciales, solo porque la oposición estaba dividida. Si no lo hubiera estado, el peronismo fracasado habría fracasado definitivamente. Massa, el ministro más relevante de ese fracaso, no ganó esa primera vuelta: la perdieron sus adversarios, aun más incapaces.

Massa es eso, un hombre de conspiraciones y complots, siempre con la sonrisa por delante. Es muy difícil votar por él y, aún así, muchos creemos que es la única salida –para evitar la gran catástrofe. Por eso intento imaginarlo: me gustaría saber qué haría en la presidencia y no termino de entenderlo.

Massa es un tipo astuto. Es el mejor ejemplo de esos políticos que, como decían antaño, no dan puntada sin hilo: planean todo lo que hacen con un fin preciso. Hay políticos que pueden simular que están ahí porque les interesa su sociedad, su gente; nadie duda de que Massa está ahí porque se interesa más que nada. Está claro que lo que le importa –peronista al fin– es construir y conservar poder: inventar el massismo. Lo que no está claro es su proyecto: cuáles cree que son las políticas e ideas de país que se lo van a permitir.

Por ahora sabemos que será el mejor discípulo de Alberto Fernández: hará todo lo contrario. Aprovechará su experiencia para no caer en el mismo agujero negro, para asegurarse el control total lo antes posible. Así que tendrá que deshacerse de una vez por todas de su antigua jefa, después enemiga y actual aliada, Cristina Fernández. Massa la compensará, a lo sumo, con alguna forma de impunidad en sus numerosos jucios por corrupción. Pero, como ella se encargó de que ningún político kirchnerista creciera lo suficiente, bastaría con terminar de destronarla para dar por desarmado el kirchnerismo. La duda es qué querrá construir en su lugar.

El peronismo, que siempre se jactó de su política de masas, ahora está por inventar su política de Massas –que ha sido tantos tan distintos. Es probable que este Massa quiera conciliar: que abandone la política de enfrentamientos del peronismo kirchnerista e intente inaugurar la política de encuentros del peronismo massista. Que trate de integrar sectores del centro y el centro derecha; su problema principal es que ese tipo de conciliación tiene límites muy claros en la economía. Massa es amigo –¿y socio?– de banqueros y empresarios: ¿cómo hará para beneficiarlos sin perjudicar a su base electoral imprescindible, los trabajadores pobres y los pobres sin trabajo? ¿Cómo hará para empezar a pagar las deudas enormes del país sin retirar subsidios y ayudas y empobrecer todavía más a los más relegados? ¿Cómo hará para tener éxito allí donde lleva fracasando más de un año? ¿Qué les ofrecerá, qué futuro, qué mística, para que le soporten lo que sin duda tendrán que soportar? En síntesis: más allá de la miel unificadora y las palabras blandas, ¿qué épica –que ahora no tiene– inventará para consolidar su movimiento, su poder? Y, por supuesto: ¿qué efectos tendrá todo eso sobre Argentina?

Yo no lo sé. Y no es porque no haya intentado averiguarlo, pero de eso se habla poco, se discute poco. Lo que define estas elecciones son las filias y las fobias, las viejas lealtades y las nuevas traiciones, las tonterías personales mucho más que un proyecto de país. Los propósitos de cada candidato son algo que hay que buscar con lupa entre sus invectivas y sus mentiras, sus descalificaciones y sus promesas sospechosas. Y así nos va, y algunos se sorprenden de que tantos descrean de la democracia.

Sin embargo, aún en la neblina, muchos lo votarán solo para ahuyentar al dinosaurio. “Bueno, es la clásica elección del menos malo”, me decía un periodista. Es cierto, pero el menos malo ya es malísimo.

Por eso son unos días tan tristes: en todas las discusiones, los que van a votar a un candidato no te hablan de sus virtudes sino de los defectos horribles del contrario. Pocos piensan votar a favor; la gran mayoría votará en contra. El expresidente Macri, con su sutileza habitual, lo dejó claro: “No creo que esta discusión sea Milei sí o Milei no. Es cambio sí o cambio no. Es Massa sí o Massa no. Milei es una incógnita, no gobernó, no mintió, no robó. No sabemos lo que va a hacer…”. O sea: el exfracasado ha decidido sumarse y sumar lo que queda de su partido a la campaña de un señor sin saber qué va a hacer. Es todo un dato –que explica, en parte, su fracaso.

(O uno de sus asesores, Hernán Iglesias, que inaugura un argumento inusitado: “Tengo bastante decidido votar a Milei. Entre dos opciones peligrosas, elijo la que me parece menos peligrosa, en parte porque la imagino más débil, con menos capacidad para impulsar su agenda”. Elegir a un presidente porque no podrá hacer lo que propone es un aporte inestimable a la teoría democrática).

Y viceversa: a Massa lo votarán todos los que teman al Gran Mal Milei. En muchos casos, aunque no se reconozcan en el votado se reconocerán en los votantes. Una encuesta reciente es un ejemplo: el 65% de los votantes Massa dice que la causa de la delincuencia es “la desigualdad y la pobreza”, contra un 12% de los votantes Milei. Y el 84% de los Milei dice que lo son “los beneficios excesivos para los delincuentes”, contra un 14% de los Massa.

Los votantes de Massa –muchos muy antikirchneristas– disponen incluso de una forma más ¿cobarde?: consiste en votar en blanco o anular el voto. Si Massa va, como se supone, en cabeza, todos esos votos nulos lo favorecen, ayudan a su porcentaje –pero permiten decir “yo no lo voté”. Habrá muchos, imagino, que lo hagan. Es un tiro arriesgado, con un peligro cierto: si Milei consigue, gracias a esas abstenciones, alguna ventaja, todos esos votos nulos le juegan a favor.

Se diría que no lo va a lograr. Massa tiene mejores números, Milei se desespera y por eso, en estos días, derrocha su capital como si fuera ajeno –como un buen gerente de finanzas. No solo lo hace mostrando su debilidad extrema por televisión. Si algo lo llevó hasta donde está fue esa consigna recuperada, “Que se vayan todos,/ que no quede/ ni uno solo”, para repudiar a “la casta política”. Y, desde que perdió la primera vuelta, ha propuesto alianzas a lo peor de esa casta, incluidos su archienemiga Patricia Bullrich, “la asesina de niños”, y a los “zurdos hijos de puta” a los que iba a “aplastar como cucarachas”. Es probable que eso, en lugar de sumarle votantes eventuales, le reste convencidos que lo verán como un traidor a la causa que inventó, otro oportunista, uno más de la casta.

La situación tiene sus paradojas y sus pliegues. Al fin y al cabo se enfrentan dos antikirchneristas: uno explícito, el otro menos. La gran diferencia es que si gana Massa no solo acabará con la carrera de Cristina Fernández sino también con la de Mauricio Macri, que pagará su error de rendirse a Milei. Si gana Milei, en cambio, Macri seguirá vivito y tonteando –y quizás, incluso, el kirchnerismo aproveche la derrota de Massa para recuperar algún lugar. Es casi un chiste: al fin y al cabo votar por Massa resultaría más antikirchnerista que votar por Milei.

Pero son especulaciones. Lo único seguro es que en unos días Argentina tendrá un presidente nuevo. Si es Milei, el desastre es completo y espantoso. Si es Massa, no es mucho mejor pero sí mucho menos peor. Y entonces la incógnita del massismo empezará a caer, y caer seguirá siendo, supongo, por desgracia, la palabra clave.

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