El Congreso de Brasil pretende aparcar la amnistía a Bolsonaro y reducir las penas a los golpistas
El expresidente ha sufrido una nueva hospitalización mientras los parlamentarios negocian y el juez sopesa dónde debe cumplir la condena
Los primeros días tras la histórica condena contra el expresidente Jair Messias Bolsonaro y varios generales por tramar un golpe de Estado en Brasil están marcados por frenéticos movimientos en el Congreso para aprobar alguna medida que aminore el castigo y, como dicen sus señorías, “pacifique el país”. También por la hospitalización urgente del ultraderechista y por el silencio del tribunal que lo condenó, centrado en redactar la sentencia. En perfecta sintonía con la cultura de la conciliación y el contorsionismo que a menudo impera en Brasil, el Congreso ha encargado al diputado Paulinho da Força elaborar un proyecto de ley. El centrista Da Força ha anunciado que pretende que “agrade a todos” y ha avisado de que busca reducir las penas de todos los golpistas. “No vamos a individualizar, si beneficia a Bolsonaro muy bien, si no, también”.
El anterior presidente fue condenado a 27 años; sus cómplices a entre 16 y 26 años. El diputado al que le han encargado la cuadratura del círculo anunció este viernes que “el proyecto beneficiará a todos, incluso a Bolsonaro, pero sin enfrentamientos con el Supremo”. El Congreso ha aprobado con holgura tramitar el asunto de urgencia, pero por ahora no tiene un texto sobre el que trabajar. Los que circulaban han sido desechados. El poder legislativo se inclina por aparcar la amnistía —un clásico la historia brasileña— y elaborar una ley que reduzca las penas por los delitos de golpismo. Eso beneficiaria a los cientos de condenados en los casos relacionados con el asalto a Brasilia en 2023, del principal líder a la última de las señoras jubiladas que participó en la invasión de los tres poderes. O Débora dos Santos, mártir de los golpistas. Parte de la turba, la peluquera hizo una pintada con un pintalabios y purga una condena de 17 años.
Entretanto, la salud le vuelve a pasar factura a Bolsonaro. Una crisis de hipo y vómitos llevó lo llevó de vuelta al hospital el martes pasado por 24 horas. El paciente también recibió el diagnóstico de cáncer de piel precoz, de modo que deberá someterse a revisiones, aunque las lesiones fueron extirpadas en una visita anterior. Tras recibir el alta, regresó a su casa, en Brasilia, para seguir en arresto domiciliario a la espera de que el tribunal publique la sentencia (tiene dos meses), resuelva los eventuales recursos y el juez instructor, Alexandre de Moraes, decida dónde cumple la condena. Sus abogados pedirán que lo haga en su hogar, sin pisar la cárcel.
Ya desde antes del juicio a Bolsonaro, ahora líder convicto de la asonada, el bolsonarismo trabaja a favor de “una amnistía amplia, general e irrestricta”, que evitara la entrada en prisión a Bolsonaro. Pero los diputados de la derecha moderada se han resistido. No quieren incomodar al Supremo y menos ahora que ha dictado la sentencia políticamente más sensible de toda la trama golpista, la del expresidente y los generales.
El día que fueron condenados, el juez instructor, Alexandre de Moraes, —amenazado y vilipendiado por el bolsonarismo—, ya avisó de que un perdón a los golpistas sería inconstitucional. Su tesis, remachada varias veces a lo largo del proceso judicial, es que la impunidad y el apaciguamiento engendran asonadas futuras.
Pero, ¿cómo conciliar esas dos posturas antagónicas? La del bolsonarismo que quiere un perdón generalizado, al estilo trumpista; y un poder judicial que busca neutralizar definitivamente a los que erosionan la democracia. La apuesta es una vieja receta: el centrão, la poderosa fuerza política que durante décadas hizo y deshizo en la política brasileña, el fiel de la balanza en estos tiempos de polarización extrema. Con un poso ideológico casi nulo, pero escorado siempre a la derecha conservadora, el centrão fluye, da su apoyo al mejor postor y protege al establishment de cada momento. Siempre cerca del poder.
El diputado Paulo Pereira da Silva, conocido por todos como Paulinho da Força (de la fuerza), encarna magníficamente ese amplio juego de cintura. Veterano político, fue sindicalista metalúrgico y hasta militó en el Partido de los Trabajadores. Lidera un partido —Solidaridade— que apoyó a Luiz Inácio Lula da Silva en las últimas elecciones, que entró en el Gobierno en 2022 para abandonarlo un año después echando pestes del izquierdista. También es amigo del juez Moraes desde los tiempos en que este era abogado, antes de que el actual magistrado emprendiera una meteórica carrera que le llevó al Gobierno, primero, y después a la máxima corte de la mano de su mentor político, expresidente Michel Temer.
El diputado Da Força ha iniciado una amplia ronda de conversaciones para tomar la temperatura a la política nacional antes de sentarse a esbozar el proyecto de ley que mitigue las condenas por golpismo. Uno de sus primeros encuentros fue el jueves por la noche con Temer, el veterano político de centroderecha que traicionó a Dilma Rousseff y la apeó de la presidencia. A sus 84 años, sigue activo y se deja querer. Alabado como uno de los más destacados articuladores políticos, cada tanto el establishment requiere de sus servicios para apagar algún incendio institucional.
Ocurrió en 2021. El ultraderechista Bolsonaro atacó gravemente al juez Moraes en un acto político, con motivo del día de la independencia. El entonces jefe del Estado llamó “canalla” al magistrado de la máxima corte y amenazó con incumplir sus órdenes judiciales. Temer fue inmediatamente movilizado para que hiciera entrar en razón al presidente; tomó un vuelo a Brasilia y logró que esbozara una leve disculpa. Y que bajara el tono del enfrentamiento con el juez.
El tribunal que lo acaba de condenar por golpismo considera probado que, unos meses antes de aquella crisis institucional, Bolsonaro había empezado a preparar el terreno para desobedecer los resultados electorales en caso de derrota y permanecer en el poder.
Ahora, su futuro está pendiente de una negociación en muchos frentes que por ahora domina esa gran constelación amorfa de partidos volubles llamada el centrão. En el horizonte, las elecciones de 2026.