El baile y la ingenuidad

La presión local e internacional, así como las protestas sociales, serán las claves que definirán el futuro del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela

Una mujer protesta frente a la policía, en Caracas (Venezuela), el 29 de julio.Matias Delacroix (AP)

El desafío recién comienza en Venezuela. Resulta arduo leer semejante afirmación, en especial para millones de venezolanos, tras 25 años de chavismo. Pero creer que salir del pantano sería tan fácil como ir a votar sería de una ingenuidad espeluznante. ¿Alguien en su sano juicio puede esperar que Nicolás Maduro y sus secuaces abandonarán el poder porque así lo dispusieron unos cuantos millones de votos cuando les va el patrimonio, la lib...

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El desafío recién comienza en Venezuela. Resulta arduo leer semejante afirmación, en especial para millones de venezolanos, tras 25 años de chavismo. Pero creer que salir del pantano sería tan fácil como ir a votar sería de una ingenuidad espeluznante. ¿Alguien en su sano juicio puede esperar que Nicolás Maduro y sus secuaces abandonarán el poder porque así lo dispusieron unos cuantos millones de votos cuando les va el patrimonio, la libertad y –en no pocos casos– la vida en ello?

La doble presión, la doméstica y la internacional, debe aumentar cada día hasta forzar al régimen bolivariano a mostrar todas las planillas y actas de los comicios. Maduro debe darles acceso ilimitado a los veedores opositores y observadores internacionales para que puedan analizar toda la información que requieran, dentro y fuera del Consejo Nacional Electoral (CNE), hasta completar una revisión completa y transparente de todo el proceso.

Otorgar ese acceso será, sin embargo, lo último que Maduro, Diosdado Cabello y demás secuaces del régimen estarán dispuestos a dar. Solo cederán, a regañadientes, si el aislamiento internacional es amplio y contundente, y si los ciudadanos salen a las calles y paralizan el país, de manera pacífica, durante el tiempo que sea necesario para doblegar al régimen.

Si no hay aislamiento internacional –que incluya a la Unión Europea y Estados Unidos, y en especial a Brasil y México–, el régimen sobrevivirá. Los planteos de la Unión Europea y de la Organización de Estados Americanos (OEA) son un paso en la senda correcta, pero hará falta que se sumen más voces.

Si los venezolanos abandonan las calles, el régimen tampoco cederá.

Y si los ciudadanos salen a las calles, pero caen en la trampa y reaccionan con violencia a la violencia estatal y paraestatal, le harán un favor al régimen. Le darán a Maduro una excusa, un justificativo, para cerrar filas junto a las fuerzas armadas.

Este domingo, el régimen chavista demostró ser un gigante con pies de barro. Tiembla. Huele su posible final, atento al comportamiento de los ciudadanos, de la comunidad internacional y de los cuarteles. Ese factor tampoco es menor. Ya lo decía el consejero del Zar en El mago del Kremlin, el libro genial de Giuliano da Empoli: “En toda revolución hay un momento decisivo: el instante en que las tropas se rebelan contra el régimen y se niegan a disparar”.

Lo vimos en Europa del Este, cuando cayó el Muro de Berlín. También en Medio Oriente, durante la primavera árabe. Y en varios países de América Latina, donde Venezuela puede ser el nuevo y más acabado ejemplo de una transición hacia una democracia plena.

Por eso, estas horas decisivas deben convertirse en una prueba más del liderazgo de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado. Han recorrido un camino largo, repleto de proscripciones, trampas y zancadillas, pero el baile decisivo para el futuro de Venezuela recién acaba de empezar. Lidian con hombres y mujeres dispuestos a todo para retener el poder. Les va patrimonio, libertad y vida en ello.

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