Negra, progresista y aspirante a vicepresidenta: 70 años antes que Kamala Harris, casi llegó Charlotta Bass
Editora y dueña de un periódico y fundadora de su propio partido político, Bass fue una figura fundamental entre los afroestadounidenses de principios y mediados de siglo XX, pero su nombre se diluyó con el tiempo
Charlotta Bass no tiene tumba con su nombre. Su figura ha pasado tan desapercibida que no hay ni una sola calle, plaza o parque en Estados Unidos registrada oficialmente a su nombre. Pero ella llegó antes, antes que tantas otras, que casi todas las demás. Charlotta Amanda Spears, nacida en la rural Carolina del Sur a finales del siglo XIX, fue una figura inconcebible. Mujer y negra, la sexta de 11 hijos y educada en la escuela pública, llegó a ser dueña y editora de un poderoso periódico durante casi cuatro décadas, fundó partidos políticos, se presentó dos veces al Congreso de su país y una a...
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Charlotta Bass no tiene tumba con su nombre. Su figura ha pasado tan desapercibida que no hay ni una sola calle, plaza o parque en Estados Unidos registrada oficialmente a su nombre. Pero ella llegó antes, antes que tantas otras, que casi todas las demás. Charlotta Amanda Spears, nacida en la rural Carolina del Sur a finales del siglo XIX, fue una figura inconcebible. Mujer y negra, la sexta de 11 hijos y educada en la escuela pública, llegó a ser dueña y editora de un poderoso periódico durante casi cuatro décadas, fundó partidos políticos, se presentó dos veces al Congreso de su país y una al Ayuntamiento de Los Ángeles y fue la primera en ocupar la papeleta de vicepresidenta de EE UU. Todo eso casi 70 años antes que la actual y primera vicepresidenta del país, la 49º, Kamala Harris, o que la primera y actual alcaldesa en los más de 240 años de la ciudad angelina, Karen Bass, con quien, pese al apellido, no tiene parentesco. La historia ya habría sido del todo redonda.
Pero la de Charlotta Bass da para una película o una serie de unas cuantas temporadas. Se conoce su fecha de nacimiento, pero no su año: nació un 14 de febrero, entre 1874 y 1888. Y aunque todo parece indicar que vino al mundo en Sumter, Carolina del Sur, quizá lo hizo en Rhode Island. Sí se sabe que, de muy joven, se fue a vivir al norte, a Rhode Island, con un hermano que era propietario de dos restaurantes. Allí, una zona más tranquila que el agitado Sur, llegó a estudiar un semestre en la facultad de Pembroke, ahora adscrita a la universidad de Brown. Pero pronto la artritis y el asma le pidieron climas más cálidos y se trasladó a una emergente Los Ángeles.
A principios del siglo XX, la ciudad californiana ardía con el nacimiento del cine, los tranvía y los medios de comunicación. Y una imparable Bass (todavía Spears) estaba deseando trabajar. Ya en Rhode Island había vendido publicidad y suscripciones de un periódico, y cuando llegó a Los Ángeles logró colocarse de igual manera en el The California Eagle, dirigido al público negro y situado en el corazón de dicha comunidad en la ciudad, entre iglesias y clubs de jazz. “El Eagle ponía el foco sobre la vida negra de un modo que no hacían otros diarios”, le contó a The New York Times la periodista angelina Erin Aubry Kaplan, cuyo tío escribió para el mismo en los cincuenta. El fundador del periódico, blanco, vio el talento de Bass y ella fue creciendo en el organigrama. Tanto que él, al enfermar, le ofreció dejarle el periódico... si ella se convertía en su novia. Ella lo rechazó y, cuando él murió, pidió prestados 50 dólares y se hizo con el medio en una subasta en 1912.
Como propietaria cuando decidió contratar a un gran editor de Kansas, Joseph Bass, con quien acabó casándose en 1914. A los mandos, hicieron grandes apuestas editoriales que lograron que el Eagle llegara a ser el medio enfocado en la comunidad afroamericana más grande del Oeste, pasando de cuatro a 20 páginas y vendiendo 60.000 ejemplares. Atacaron sin reparos al Ku Klux Klan; de hecho, varios miembros se presentaron una noche en el despacho de Charlotta Bass. Ella estaba sola y no dudó en sacar la pistola que guardaba en su cajón para hacerles marcharse por donde habían venido. Criticaron el racismo de El nacimiento de una nación, incluso quisieron frenar su rodaje, lo que les dio fama nacional. Arrancaron una campaña para comprar solo en tiendas donde se les permitiera trabajar. Defendieron la creación de empleo negro en hospitales, ferrocarriles y empresas telefónicas. Ampliaron su ciudad —y por tanto su mundo— y la forma en la que su comunidad estaba presente en ella, e hicieron activismo desde su medio, pero también por su propia gestión. Al morir Joseph en 1934, Charlotta siguió a los mandos casi 20 años más, hasta 1951, cuando lo vendió.
Entonces le entró el gusanillo político y empezó a postularse como posible candidata. Aunque se declaraba republicana, en alguna ocasión había votado a los demócratas y ningún partido le gustaba. Pacifista, contraria a la bomba atómica y observada por sus sospechas comunistas, fundó el Partido Progresista de California, de tintes socialistas y bastante radicales para entonces. Se unió a un conocido abogado blanco de San Francisco, Vincent Hallinan, y se presentaron a la presidencia en 1952. Perdieron catastróficamente, con solo un 0,2% de los votos. Pero eso era lo de menos.
Porque por primera vez una mujer negra descendiente de esclavos se había colocado en una papeleta electoral y había podido optar a un lugar, y no cualquiera, en la Casa Blanca. Y en un momento en el que todavía faltaban años para acabar con la segregación racial; la Ley de Derechos Civiles llegaría en 1964 y la Ley de Derecho al Voto en 1965. En un mitin que dio en Chicago en 1952, ella misma declaró que sabía que era “un momento histórico para la vida política estadounidense”: “Histórico para mí, para mi gente, para todas las mujeres. Por primera vez en la historia de esta nación, un partido político ha escogido a una mujer negra para el segundo cargo más importante de este país”.
Bass se retiró a una zona tranquila de Los Ángeles y siguió interesada en la política y los derechos sociales hasta el fin de sus días. En 1960 escribió una autobiografía, Forty Years: Memoirs From the Pages of a Newspaper (Cuarenta años: memorias desde las páginas de un periódico), de la que apenas hay un puñado de copias. Sufrió un infarto en 1966 y murió en 1969. Fue enterrada en una parcelita junto a su marido, bajo el nombre de él, en un bonito cementerio cerca del centro de la ciudad. Nunca tuvo tumba, pero sí día. La prestigiosa Universidad del Sur de California ha tirado del hilo y recuperado su figura y tiene un laboratorio sobre periodismo y justicia que lleva su nombre y, hace un par de años, empezaron a mover hilos para darle una fecha. Hablaron con sus representantes del distrito y llegaron hasta la alcaldesa. Y en 2023 ella, Karen Bass, decidió proclamar el 14 de febrero como el día de Charlotta Bass y como festivo en la ciudad de Los Ángeles. Aunque no sean familia, ya puede cerrarse el círculo.
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