Aprender, celebrar, sembrar

Mientras nos acercamos al final del año, nuestro espíritu se llena de nostalgia y celebración. Es momento para el recogimiento y, a la vez, para la expansión

Una niña ve un espectáculo navideño durante la apertura del parque Nacional en Bogotá, el pasado 16 de diciembre.Diego Cuevas

Diciembre huele y sabe a platos dulces; suena a música parrandera y cantos de cigarras; luce a brillo, bombillos de colores y velas; y se siente con abrazos y caricias. Este mes es un verdadero activador de los sentidos, que nos invitan a viajar a través de la memoria y nos impulsan con ilusión hacia el futuro. Es el periodo del año en el que es oportuno agradecer y renovar nuestros sentimientos de afecto, expresados con presentes. También recordamos los aprendizajes y, con cierta ingenuidad, escribimos todo lo que haremos bien el año próximo. ¿Por qué celebramos el cierre del año con intercam...

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Diciembre huele y sabe a platos dulces; suena a música parrandera y cantos de cigarras; luce a brillo, bombillos de colores y velas; y se siente con abrazos y caricias. Este mes es un verdadero activador de los sentidos, que nos invitan a viajar a través de la memoria y nos impulsan con ilusión hacia el futuro. Es el periodo del año en el que es oportuno agradecer y renovar nuestros sentimientos de afecto, expresados con presentes. También recordamos los aprendizajes y, con cierta ingenuidad, escribimos todo lo que haremos bien el año próximo. ¿Por qué celebramos el cierre del año con intercambio de regalos y listas de deseos? ¿Qué celebramos realmente cuando conmemoramos la Navidad y el Año Nuevo?

Detrás de las tradiciones religiosas, que son en esencia rituales culturales, retomamos el sentido de lo místico y trascendente. Nos valemos de símbolos para dar significado a los fenómenos humanos y vitales. Es el caso de la antigua festividad romana del Natalis Solis Invictus o “nacimiento del sol invicto”, celebrada el 25 de diciembre, que conmemoraba un fenómeno natural: el solsticio de invierno, la noche más larga del año. Esta fiesta honraba al dios Sol y marcaba el momento en que los días comenzaban a alargarse, simbolizando el renacer de la luz y la vida tras un periodo de oscuridad. Era una época crucial para la agricultura, un tiempo de esperanza después de superar el miedo a perder las cosechas. Aunque sus raíces se encuentran en la cultura romana, la tradición de celebrar el regreso del sol se ha difundido a lo largo del tiempo y ha influido en diversas festividades alrededor del mundo, incluyendo la Navidad. Para atraer a los paganos a su fe, los cristianos establecieron el rito de celebrar el nacimiento de Jesús en esta misma fecha.

Esta fiesta ancestral, que marca el renacer del sol, se entrelaza bellamente con la tradición contemporánea de hacer balances de lo vivido y establecer propósitos para el nuevo año. Nos invita a reflexionar sobre la idea de renacimiento y la esperanza que trae consigo la llegada de la luz. En un mundo incierto, este tiempo nos recuerda que siempre hay una oportunidad de empezar de nuevo, dejar atrás lo viejo y abrirnos a lo que está por venir.

Así como el sol vuelve a ascender en el horizonte, también nosotros podemos elevar nuestro espíritu hacia el florecimiento. En este proceso de meditación, comenzamos por pensar en las semillas sembradas en el año que termina: ¿Qué aprendizajes he tenido? ¿Qué relaciones he fortalecido y cuáles he descuidado? ¿Me atreví a curiosear y asombrarme? ¿Estudié algo nuevo? ¿Qué libros leí? ¿Cultivé a mi artista interior? ¿Amé con intensidad? ¿Agradecí cada despertar? ¿Honré mi vida y la de quienes me rodean?

Y continuamos la reflexión preguntándonos sobre lo que viene para establecer nuevos propósitos. Así como el Natalis Solis Invictus nos recuerda que siempre hay un nuevo comienzo, el nuevo año nos ofrece la posibilidad de reinventarnos y fijar metas que nos acerquen a la vida que deseamos vivir. Anhelamos, sobre todo, “tener voluntad” para mover nuestro universo, cultivar hábitos prósperos, cuidar las relaciones que nos dan valor, alimentar la vitalidad de nuestro cuerpo, espíritu y mente; y perseguir causas superiores a nosotros mismos. Nos encontramos con el propósito de sembrar nuevas semillas y recoger con entusiasmo lo sembrado.

Y como es el tiempo de los deseos, aquí comparto los míos para ustedes, desde la humanidad que nos une:

  • Que nos asombre cada mañana como si fuera la última, para que emerja nuestra fuerza creativa.
  • Que recordemos nuestra pequeñez ante el universo, para que nos ofrezca humildad.
  • Que amplifiquemos nuestra proximidad, para sentirnos parte de un todo.
  • Que seamos valientes para querer transformar el mundo, el propio y el de los otros.

Finalmente, que al sentirnos parte del mismo mundo, seamos más empáticos, como nos lo recuerda el Papa Francisco con su encíclica Laudato si´: “El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor”. Amar es, en esencia, un acto político. Amar la humanidad.

A celebrar lo aprendido y sembrar el futuro. Feliz Natalis Solis Invictus.

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