El realismo mágico sacude a Colombia mientras se hunde la reforma tributaria de Petro

No hay duda de que todo cuanto sucede en la agenda política nacional ratifica que el universo macondiano es realidad palpable en un país que se resiste al cambio

Gustavo Petro durante la instalación del Congreso de la República, en Bogotá, el 20 de julio de 2023.NATHALIA ANGARITA

Con el estreno mundial, el pasado miércoles, de la adaptación de la obra cumbre de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, como una serie en Netflix, Colombia ratifica que vive en modo macondiano. Especialmente en la arena política, donde es bueno recordar la inolvidable sentencia de que los pueblos condenados a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. Habría que agregar que tampoco la deberían tener los gobi...

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Con el estreno mundial, el pasado miércoles, de la adaptación de la obra cumbre de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, como una serie en Netflix, Colombia ratifica que vive en modo macondiano. Especialmente en la arena política, donde es bueno recordar la inolvidable sentencia de que los pueblos condenados a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. Habría que agregar que tampoco la deberían tener los gobiernos incapaces, los partidos corruptos, los líderes autoritarios y populistas, ni los pueblos sumisos.

No hay duda de que todo cuando sucede en la agenda política nacional ratifica que el universo macondiano es realidad palpable en un país que se resiste al cambio, vive en una guerra permanente que se recicla de manera indefinida y agudiza la crisis humanitaria, y las castas conciben la política como una cloaca sin contrapesos donde es posible enriquecerse con total impunidad.

Un lugar donde a nombre de la paz se atacan los acuerdos logrados después de 60 años de confrontación interna, millones de víctimas reclaman verdad, justicia y reparación ante un Estado con los bolsillos vacíos y las regiones incendiadas, y se propaga el odio y la desinformación como un cáncer que hace metástasis cada cuatro años al momento de votar. Y, además, el engaño, la corrupción y la traición son el sello del éxito personal de unos pocos que envilecen la democracia y promueven la demolición de las instituciones una vez elegidos.

También hay, por supuesto, los soñadores que, como José Arcadio Buendía, buscan la piedra filosofal de la paz, la equidad, la justicia social y el fortalecimiento de la democracia, y son señalados de locos que desafían las leyes del ecosistema político del culto al dinero y el individualismo.

Mientras Macondo toma forma en Netflix, en la política colombiana ―que parece un reality televisivo con amenazados, eliminados y conspiraciones de todo tipo― un balance de 2024 demuestra, como lo señalan las encuestas, que la agenda política sigue atada a la corrupción, el conflicto armado y el déficit de las finanzas nacionales y regionales. Todo en medio de una profunda sequía de optimismo ante los anuncios apocalípticos de recorte acelerado del apretado presupuesto nacional, golpeado por el fracaso en el Congreso de la llamada ley de financiamiento, que tiene celebrando a la oposición y radicalizado al presidente Petro, quien entiende que lo que le importa a sus adversarios es impedir la reelección de la izquierda democrática en 2026.

El hundimiento del mencionado proyecto opaca los logros en el Congreso del ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, quien había brillado al pasar en línea varias de las importantes reformas gubernamentales, entre las que se destaca la del Sistema General de Participaciones (SGP), que significará un enorme impulso a la descentralización y la autonomía regional, y está supeditada a la presentación de un proyecto de ley de competencias. No es claro aún, sin embargo, el impacto de la crisis generada por el hundimiento del proyecto de ley de financiamiento en el ánimo descentralizador del Gobierno. Como dice el viejo refrán, el palo no está para cucharas.

La naufragada iniciativa legislativa buscaba recursos por cerca de 12 billones de pesos para suplir el déficit del Presupuesto General de la Nación, y significaría un respiro al Gobierno nacional, que ahora se verá obligado, en pleno proceso electoral del 2026 a buscar múltiples fuentes de oxígeno político y económico y a tomar medidas radicales para cumplir sus compromisos con amplios sectores sociales, sin incumplir las responsabilidades internacionales, mientras agudiza la imaginación para construir un relato creíble de cambio de la sociedad, que impida la frustración del electorado y le permita soñar con la reelección de su proyecto político.

El recién nombrado ministro de Hacienda, Diego Guevara, necesita, en esa tarea, mucho más que las salidas macondianas, la imaginación de García Márquez o la obsesión de José Arcadio en su laboratorio de alquimia. La derecha estará atenta a las salidas pragmáticas en lo económico y cero errores políticos; la izquierda exigirá no renunciar a las promesas sociales ni ceder a la presión de la derecha; y, en todo caso, el Gobierno deberá construir un relato transparente ante la opinión pública, impidiendo el estallido social de la clase media que promueve la derecha, y contar con aliados en mercados internacionales en la era de Trump. La Cancillería será esencial en esa tarea.

En un país que ha vivido por más de seis décadas en guerra, muchas veces el ministro estrella ha sido el de Defensa. Juan Manuel Santos lo fue de Álvaro Uribe y alcanzó la cúspide por los golpes militares contundentes a las FARC. Ahora, los hechos demuestran que los reflectores estarán en el de Hacienda, porque lo que suceda con la economía marcará el destino de los colombianos y, por supuesto, el de la izquierda. El espejo de Brasil es contundente.

Lula es ejemplo de defensor de los intereses vitales de Brasil y de potenciador de la solidez económica de su país, sin renunciar un milímetro a la ideología socialista. Colombia, además, tiene una excelente calificación por la estabilidad y crecimiento económico, como lo señaló un reciente informe de la prestigiosa revista The Economist que ubicó al país como la sexta economía más destacada de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en 2024.

La apuesta de la derecha, al negar el proyecto de ley de financiamiento, se percibe como una jugada política para disminuir el impulso de los avances sociales de Petro, quitándole la chequera para bloquear su gestión en procura de la reducción de los indicadores de pobreza. Entre 2022 y 2023, el Gobierno sacó a 2,5 millones de colombianos de la inseguridad alimentaria, reduciendo el hambre.

Más allá de la polarización, Colombia vive tiempos de enorme responsabilidad fiscal. No hay espacio para salidas populistas, ni catastróficas. Tampoco para radicalismos que lleven el país al borde del abismo. Los grandes líderes capotean la tormenta con serenidad y firmeza. El electorado premiará la responsabilidad con la que se maneje la coyuntura y los indicadores con que se entregue la economía en 2026.

Grande tarea tienen, entonces, Petro y su equipo económico, cuyo ministro de Hacienda no puede ser un yes-man, sino un líder capaz de generar consensos, escuchar todas las voces y diseñar, con el equipo político, una salida viable a la crisis presupuestal que permita mantener la tranquilidad de los mercados, respetar la regla fiscal, garantizar los recursos para los subsidios a amplios sectores de la población y cumplir el Plan Nacional de Desarrollo.

Petro tendrá, además, que contenerse para impedir que aumenten los índices de pesimismo colectivo y los electores voten por el regreso de la derecha ortodoxa, privatizadora y pragmática, que borraría, a lo Javier Milei, en un solo día y con una motosierra el legado de sus cuatro años de mandato.

Petro sabe que de la derecha solo recibe desprecio y obstáculos. Al fin y al cabo, lo ven como al último descendiente de los gitanos macondianos, al que maldicen, como maldicen aún después de muerto a Gabo y su inmortal obra.

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